Existen actrices regulares, buenas, muy buenas, excelentes e Isabelle Huppert. Sé que esa progresión de excelencia la hemos recorrido todos para acabar coronándola con el nombre de nuestra estrella favorita. Creo recordar haberla leído incluso para definir a un futbolista, lo que debería servirnos para no volver a emplearla más. Pero como me manejo bien en la contradicción, aquí estoy, cuestionándome a mí mismo para que no les quede duda alguna sobre el criterio del escribiente respecto a la intérprete.
Cuando a finales de enero Nicole Kidman e Isabelle Huppert coincidieron en un desfile de Giorgio Armani en París, ambas acababan de conocer su candidatura al Oscar. Nicole por su papel en Lion e Isabelle por su trabajo en Elle. Allí se saludaron y en la imagen que circuló por internet creí ver a la protagonista de Los otros inclinada ante una regia Huppert que le extendía la mano para que se la besase.
Supongo que, en ese instante, fue mi deseo el que nubló mi entendimiento porque Nicole no se había arrodillado ante Isabelle. Simplemente estaba sentada en el front row e Isabelle permanecía de pie frente a ella, de ahí que la diferencia de alturas confundiese mi narración. Pero algo de esa veneración que soñé se destila en la imagen. Porque no hay nada más lógico que reverenciar a Isabelle Huppert. Por varias razones.
La primera, por justicia
Cuando Huppert ganó el Globo de Oro por su interpretación de Michèle Leblanc muy pocos aplaudieron ese logro. Sin embargo, convertimos en viral el discurso de agradecimiento de Meryl Streep al premio a toda una carrera. Sabemos que el sentimiento europeo es más ficticio que las apariciones marianas pero sorprende que nos tomásemos ese triunfo del cine francés –y en gran parte, del cine europeo- como una victoria ajena y nos sintiésemos más identificados con las palabras de una actriz estadounidense hablando de su presidente y de la multiculturalidad de una ciudad situada a diez mil kilómetros.
Alguien definió a Isabelle Huppert como la Meryl Streep francesa. Lo que desde luego parece evidente es que Meryl no es la Isabelle Huppert estadounidense. Y eso es algo que debería enorgullecernos como continente. Y lo escribe un fan rotundo de la protagonista de Los puentes de Madison. Porque el virtuosismo de Streep es atrevimiento y coraje en Huppert. Y eso marca una diferencia a la hora de elegir sus personajes. Pero esta columna no es La decisión de Sophie. Detesto que me obliguen a elegir, así que no voy a sentar la bases de algo parecido. Pero piensen que Paul Verhoeven le ofreció el papel de Elle a cuatro actrices estadounidenses y las cuatro lo rechazaron. Eso me lleva a la segunda razón.
La segunda, por valiente
Tiene más de 130 películas y si algo destaca en su filmografía es su valor a la hora de enfrentarse a personajes complejos, contradictorios, extremos, terriblemente duros, que son los que le han dado prestigio. Arriesgar siempre es complejo y más en una sociedad polarizada y adolescente que parece necesitar un cine pedagógico porque no ha sido capaz de aprender, en siglos de civilización, de sus propios errores.
Su personaje en Elle no es más perturbador que el de La pianista, Historia de Piera, Mi madre o My little princess pero ella no deja de atreverse. Eso adquiere unas connotaciones especiales en esta sociedad condicionada por la violencia y las desigualdades, individualista y sobreprotectora hasta el extremo de negarle a la ficción la capacidad de contar historias que no sigan la norma.
Las historias no tienen la obligación de guardar una moraleja como si fuesen fábulas. Son historias para adultos. Para personas a las que se les supone la capacidad de discernir. ¿Se puede contar la historia de un pederasta y que sea emocionante? No sé si los espectadores irían a verla pero desde luego deberíamos poder contarla. Hemos polarizado a nuestros personajes para hacer la vida más sencilla, para que pensemos menos. Le negamos al ser humano la contradicción, la complejidad, para convertirlos es estereotipos de una moral social. Como si el planeta estuviese habitado por activistas, demócratas, republicanos, españolistas, feministas, independentistas,… pero todos con cinco años de edad. Por suerte, nos quedan los personajes de Isabelle Huppert.
La tercera, por discreta
Otra razón para la reverencia. Huppert no da lecciones de intensidad en las ruedas de prensa, no se cuelga medallas, no presume de sufrir. Asphalte, una película que rodó hace dos años, se estrena hoy en España con el título de La comunidad de los corazones rotos, supongo que aprovechando la estela del Globo de Oro. Y en ella podríamos decir que parodia a ese tipo de actriz que algunos creen que podría ser. Huppert no interpreta desde el histrionismo. Es capaz de emocionar e irritarnos sin mover un músculo de la cara. Le gusta la complejidad, se sumerge en los personajes, los analiza, pero no comercializa con ellos.
Huppert dijo, cuando ganó el premio Donostia, que el cine no era la realidad pero sí una manera de aproximarse a ella. Los personajes que interpreta Isabelle Huppert existen. No les quepa la menor duda. Y si en esta época le pedimos al cine que nos ayude a abolir fronteras empecemos por derribar las mentales.