“Historia del arte, penes con pincel”, cantan Las Bistecs en su éxito HDA. La frase, que puede parecer una simple provocación, esconde un discurso que ellas mismas explicaban en este periódico. El arte ha estado dominado por los hombres, es falocentrista. Picasso, Warhol, Tapiés, Goya… todos son enumerados por el dúo musical en una demostración de que las mujeres han estado menospreciadas y marginadas. Sólo el paso del tiempo ha permitido que historias como la de Paula Becker salgan del olvido.
La pintora alemana, que una vez se casó adoptó el nombre de Paula Modersohn-Becker, es el ejemplo de ello. Fue la primera mujer a la que se le dedicó un museo y una pionera que se adelantó a sus colegas del expresionismo alemán. Sin embargo, tuvieron que pasar décadas hasta que su trabajo fue tomado en consideración. Cuando lo logró se ha quedado encerrado en las paredes de su país, ya que sigue siendo una desconocida en el resto del mundo.
Este olvido tiene una razón principal, ser mujer. Durante siglos tuvieron que vivir relegadas a ser esposa de, o trabajar en 'cosas de chicas', pero algunas valientes desafiaron las normas establecidas. Algunas de ellas muy rígidas, como las que imponía el arte, que consideraba que sólo los hombres podían vender sus obras y ser tenidos en cuenta por la crítica y las academias. La historia de esta pionera es rescatada por su compatriota Christian Schochow, que ha rodado Paula, un biopic sobre la pintora. Centra su historia en una época muy concreta de su vida, su viaje a la Colonia de Artistas de Worpswede, en 1900.
Paula Becker había nacido en Bremen, y pronto se dio cuenta de que ella necesitaba plasmar su visión de lo que ocurría a su alrededor, y esa visión era muy diferente a lo que se enseñaba en ese momento a las jovencitas, como queda muy claro en la primera escena del filme, en la que vemos cómo sus manos sostienen un lienzo que cubre su cara mientras su padre le dice “encuentra un hombre y pinta en su tiempo libre, si a él no le importa”. “Se profesora o institutriz, las mujeres no pueden ser pintoras”, dice hasta que ella deja caer el cuadro de golpe y le contesta con rabia que hará lo que quiera.
Paula Modersohn-Becker nunca pudo ver la influencia que acabaron teniendo sus cuadros. En vida vendió sólo dos, y fueron a sus propios amigos
No del todo, su padre le permite el capricho con un dinero de sus tíos, porque las mujeres que acudían a la escuela de artistas tenían que pagar, mientras que los hombres podían ir gratis. También allí vivirá el machismo de la sociedad de principios del siglo XX. Schochow lo plasma muy bien en la escena de la llegada de Paula a esa colonia. Ella, atenta a todo, mirando y escrutando cada detalle, se fija que en el jardín principal sólo hay hombres pintando, las mujeres que les acompañan les sostienen las paletas donde mezclan sus pinturas. Son sólo floreros alrededor de la figura importante, la masculina.
Paula Becker lo nota pronto. No sólo el paternalismo con el que tratan a las jóvenes que van a aprender arte, sino el prejuicio que tienen los artistas, gente a los que se suponía una sensibilidad especial pero que en el fondo perpetuaban el machismo existente. Como su maestro en esos primeros compases, que cuando la ve dar sus brochazos llenos de personalidad y rebeldía intenta frenarla. No podía salirse de la norma, tampoco en su pintura. Califica su obra como “tosca”. “No es precisa, hay que representar la naturaleza tal como es, con exactitud. El resto son garabatos”, le dice sin piedad. Ella responde que lo que pinta es su percepción de esa naturaleza.
Por ello la figura de esta artista fue especial, porque no sólo desafió a los hombres que las marginaban, sino también al mundo del arte. En un momento en el que sólo los cuadros figurativos triunfaban ella decidió cambiar las normas. Sus trazos anticipaban el expresionismo que triunfaría poco después en su país y se extrendería por todo el mundo. A pesar de estar encarcelada en aquella cárcel llena de tradiciones, allí pudo conocer al pintor Otto Modersohn, con el que se casó, y hacerse amiga de la escultora Clara Westhoff y del poeta Rainer Maria Rilke. Pronto huyó y se fue a París, cuna del arte y con una mentalidad más abierta para las vanguardias y las mujeres.
Paula Modersohn-Becker nunca pudo ver la influencia que acabaron teniendo sus cuadros. En vida vendió sólo dos, y fueron a sus propios amigos. Murió a los 31 años poco después de dar a luz a una niña por una embolia pulmonar. Un destino que Becker parecía prever, ya que como le contaba a su amiga Clara Westhoff a ella con tener un hijo y pintar tres cuadros le parecería suficiente. Cumplió con creces, ya que dejó un fondeo de 750 lienzos y más de mil dibujos además de romper las barreras de la historia del arte.