El mejor cine español no habla castellano
Los directores de 'Loreak' presentan en Sección Oficial su nueva película, 'Handia', hablada en Euskera. Las lenguas cooficiales han marcado la agenda cinéfila del 2017, con 'Verano 1993' como mejor ejemplo.
24 septiembre, 2017 02:46Noticias relacionadas
Tras los atentados terroristas en Barcelona, uno de los momentos más comentados por todo el mundo fue la respuesta del Mayor Trapero a un periodista en catalán y la airada reacción de otro compañero sueco que le increpó por no contestar en castellano. Aquel “Bueno, pues molt bé, pues adiós” se convirtió en un nuevo debate. División entre los que creen que el castellano debe dominar todo y los que apostaban por la normalidad de usar otra lengua oficial en España. Se escenificaba un problema que se ha enquistado por el uso político del idioma. El catalán, o su ausencia, lleva años convertido en un arma política en vez de en un motivo de orgullo.
En plena efervescencia nacionalista, el cine español parece querer poner paz de por medio. Entonar un: ‘somos diferentes, pero juntos estamos mejor’, que cada vez es más difícil escuchar. 2017 ha visto como las películas habladas en lenguas cooficiales proliferaban con naturalidad. No sólo eso, sino que además eran aceptadas por el gran público sin problema. Además, han sido las mejores obras vistas en cines españoles en lo que va de año.
El Festival de Cine de San Sebastián corrobora la riqueza de nuestra industria y de sus lenguas con la presentación de Handía, nuevo filme de los creadores de Loreak - Aitor Arregi y Jon Garaño- que se presenta a concurso en la Sección Oficial del certamen y que tendría que colocar a sus creadores en el palmarés. Una preciosa e intimista película que coge como excusa la layenda del Gigante de Alzo, ambientada en el siglo XIX, para hablar de un país al que le cuesta avanzar, y de unos personajes a los que se señala con el dedo por ser diferentes. Una obra hablada en euskera, ambientada en el País Vasco y que saca pecho de su cultura y de su idioma. La enésima prueba de que el mejor cine español de este año no habla castellano, ni falta que hace. El arte como arma universal y por encima de cualquier nacionalismo.
Una máxima por la que ha apostado también la Academia de Cine al elegir Verano 1993 como la película que representará España en los Oscar. Un filme hablado en catalán, y el tercero que intentará llegar a estar nominado sin ser hablado en castellano tras Pa Negre y Loreak. La elección era lógica en le teoría, ya que el de Carla Simón es, de lejos, el mejor filme español del año, pero más complicada en la práctica, con ciertas sensibilidades a flor de piel y la posible polémica lingüística. Sin embargo nadie ha rechistado. Un consenso unánime que contrasta con el ruido político de los últimos meses.
No son las únicas que este año han roto la barrera que había en nuestro cine, en el que parecía que no se hablaba más que en castellano, cuando la realidad de nuestro país dice lo contrario. Otras dos películas han demostrado que nuestra riqueza lingüística es también la de nuestro cine. Primero fue Incierta Gloria, lo nuevo de Agustí Villaronga, que regresaba a la Guerra Civil con un título que alternaba el castellano y el catalán dependiendo de la procedencia de sus personajes. El catalán ha sido también la lengua en la que ha llegado una de las sorpresas de la temporada, Julia Ist, el debut en la dirección de Elena Martín, que mostraba el lado amargo de los Erasmus y que debutó con buen pie en la taquilla dentro del circuito de cine de autor.
Aun así son todavía una minoría las que se atreven. El mercado manda y los productores de filmes españoles de grandes presupuestos, con Telecinco y Atresmedia, no arriesgan en otro idioma que no sea el castellano o el inglés para atraer estrellas internacionales -las dos películas en Sección Oficial de San Sebastián que han sido producidas por televisiones son proyectos internacionales-. Sólo hay que mirar su lista de proyectos, ninguno ha usado el catalán, el euskera o el gallego, una barrera que todavía habrá que derribar para que la situación se normalice del todo.