Guy y Rosemary Woodhouse son un joven matrimonio que acaba de mudarse a un emblemático edificio en Nueva York, el Bramford. Todo parece irles bien: la casa les encanta, a él, actor, le surge el papel de su vida después de que el intérprete original quede ciego tras un desgraciado accidente y ella, cumplidora católica, cumple con su sueño de quedarse embarazada de su primer hijo. La única molestia con la que tienen que lidiar son los Castevet, una pareja tan excéntrica como pesada que vive puerta a puerta con nuestros protagonistas y que, poco a poco, empieza a acaparar toda su vida social, ante la creciente preocupación de Rosemary, que acaba sospechando de una posible relación entre los ancianos y el mismísimo Satán. Una idea que todos tratan de quitarle de la cabeza porque, al fin y al cabo, ¿quién podría temer a sus vecinos?
Éste es el argumento sin spoilers de La semilla del diablo, una película que cambió para siempre el cine de terror y de cuyo estreno en Londres se cumplen este martes 50 años. Un filme rodeado de una leyenda negra quizás merecida, cuyo capítulo más oscuro lo sufrió Sharon Tate, la mujer del director, Roman Polanski, que fue asesinada por Charles Manson y su banda siete meses después de la premiere, embarazada también de su primer hijo.
No fue el único. Como recuerda para EL ESPAÑOL el crítico de cine Joaquín Vallet, autor del libro Roman Polanski (Cátedra, 2018), pocos meses después del estreno, el compositor de su banda sonora Krzysztof Komeda sufría un trágico accidente de automovil que acabaría con su vida tras meses en coma. También el edificio donde se rodó la película contribuyó a esta leyenda negra. En la película era el Bramford, pero su nombre real era el Dakota, ¿les suena? sí, era donde vivían Yoko Ono y John Lennon cuando éste último fue asesinado, precisamente en su puerta.
Más allá de estas anécdotas, Vallet comenta que La semilla del diablo marcó "un punto de inflexión" en el cine de terror, porque el género dejó de estar protagonizado por monstruos como Drácula o Frankestein y lo que pasó a aterrorizar fue algo mucho más real, los vecinos. "Hasta ese momento, dominaban las producciones de la Hammer, que eran sobre todo relecturas de esas leyendas", apunta el también miembro asociado de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España.
Influencia en Polanski
La película también supuso un antes y un después en la carrera de Polanksi, para quien era su primera obra con una major como la Paramount. "En la anterior, El baile de los vampiros, participó Metro Goldwyn Mayer, pero sólo como distribuidora", apunta el escritor. Pero los ejecutivos de Paramount tenían claro que Polanski era el cineasta ideal para llevar a la gran pantalla la novela de Ira Levin del mismo título que había arrasado en las librerías de medio mundo. "Dos de sus obras anteriores, Repulsión y Cul de sac, tenían ese tono enrarecido y basado en espacios cerrados que requería la película, con personajes que se van metamorfoseando según se adentran en su drama", añade.
Y eso que sabían que el polaco era un cineasta con "modos propios" y al que solían acompañar grandes retrasos, lo que se fue confirmando según avanzaba el rodaje. "Era minucioso y repetía tomas de forma compulsiva", como explica Vallet. Polanski tenía una manera de dirigir "muy del método" y pedía a los actores un trabajo muy mimético respecto a sus directrices, en definitiva, algo muy lejano a la improvisación. Esto le supuso muchos problemas con el intérprete de Guy Woodhouse, John Cassavetes, un hombre que actuaba en grandes piezas para financiar sus curiosas películas rodadas en 16mm.
También se vivieron situaciones tensas con Mia Farrow -la Rosemary que da el título original a la película-, que se encontraba en plena disputa matrimonial con Frank Sinatra, quien irrumpió en el rodaje. "Farrow no estaba en su mejor situación personal, pero eso fue aprovechado por Polanski, porque venía muy bien al personaje, una mujer frágil que es traicionada por su esposo", explica Vallet.
Los problemas no pusieron en peligro la película, que se estrenó y pronto se convirtió en un gran éxito de taquilla, aunque no así de crítica. "Polanski pasó de ganar el Oso de oro en Berlín con Cul de sac a esta gran producción; a nivel crítico no pitó demasiado". Añade el escritor que la película sólo obtuvo dos nominaciones a los Oscar -"en un año en que la película que arrasó fue Oliver"-, de las que ganó la de mejor actriz secundaria, que se llevó Ruth Gordon por interpretar a la terrorífica Minnie Castevet. Como todo en esta película, también hay anécdota al respecto: Gordon era sobre todo reconocida por su trabajo como guionista -de películas como La costilla de Adán (George Cukor, 1949), entre otras-. "Gracias a todos los que han votado por mí. Y a los que no, por favor, perdonenme", concluyó su discurso de aceptación.
¿Qué hubiera sido de Polanski si...?
Vallet subraya que la película tuvo un "gran respaldo popular" pero que no se reconoció tanto su calidad, aunque el paso del tiempo le ha devuelto "el lugar que merece" en la historia del cine de terror. Pero el film también impactó en el futuro de su director, aunque de la manera menos deseada.
En teoría La semilla del diablo no tuvo que ver con la decisión de Manson y su banda de asaltar la casa de Polanski y Tate en agosto de 1969. Vallet reconoce, eso sí, que en la California de la década de 1960 era "un pasatiempo" entre la burguesía meterse a sectas de satanismo y se llegó a decir que un gurú satánico había inspirado la película. "En estos grupos la película irritó por dar una visión del diablo que no les convencía, y tampoco gustó, por supuesto, a los católicos". Y eso que, como apunta el crítico, "no tiene nada que ver con el tema satánico".
Pero la realidad es que un adorador de Satán como Manson mató a Tate y otras tres personas -cuatro, si contamos a su feto de ocho meses- y eso tuvo una influencia clara sobre la futura carrera de Polanski. "Él estaba rodando una película cuando se enteró de la tragedia, que abandonó y no volvió a rodar hasta 1971", recuerda Vallet.
La escogida fue una nueva versión de Macbeth, que muestra "una violencia muy fuerte". "Las brujas son seres terroríficos", apunta el crítico, que señala que el director nó sólo lo pasó mal por el asesinato en sí, sino por el acoso de la prensa sensacionalista que supuso. "No se sabe cuál hubiera sido la siguiente película de Polanski si no hubiera sucedido lo que pasó, pero dudo que hubiera sido tan violenta como Macbeth, que fue como una catarsis y le sirvió para sacar fuera todo esa violencia", concluye Vallet.