Mucho antes de Antonio Banderas, de Javier Bardem o de Penélope Cruz hubo otro actor que consiguió convertirse en uno de los intérpretes más deseados del cine mundial, una estrella a la que perseguían los directores más prestigiosos y que triunfó en todos los sitios donde actuaba. Se trata de Fernando Rey, fallecido hace 25 años y un pionero al que sólo se le resistió el Oscar. Un premio que faltaba en su vitrina, donde sí había un premio al Mejor actor en Cannes, la Concha de Plata en San Sebastián y un Goya.
La historia de Fernando Rey bien merecería una película, ya que le toca lidiar con la Guerra Civil y la dictadura de Franco en el seno de una familia republicana. Aunque estudio arquitectura, en 1936 ya había decidido que quería ser intérprete, y para ello dejó de lado el apellido de su padre, Fernando Casado Veiga, ayudante de Manuel Azaña, y cogió el segundo apellido de su madre, Sara Arambillet Rey.
Cuando pisaba sus primeros rodajes llegó el golpe de estado que dio inicio a la Guerra Civil y su sueño se truncó. Su padre, oficial de artillería, llegó a ser Inspector General en el bando republicano, por el que Fernando Rey también acude al campo de batalla. Con la guerra terminada las penurias siguen, y ambos son apresados. Fernando Rey es internado en la cárcel creada en el campo de Mestalla, en Valencia, de donde consigue escapar en un tren de mercancías para llegar a Madrid e intentar comenzar una vida nueva.
Sus primeros pasos son como actor de doblaje y como figurante, y a mediados de la década empieza a tener papeles de más importancia. Ya en 1948 dio vida a Felipe el Hermoso en la mítica película de Juan de Orduña, Locura de amor, protagonizada por Aurora Bautista y con la participación de Sara Montiel. Su voz, honda y llena de fuerza, le llevaron a ser el narrador de películas como Bienvenido, Mister Marshall, de Luis García Berlanga (1953) o Marcelino pan y vino, de Ladislao Vajda (1955).
Pero su fama, su prestigio, y su salto internacional llegó gracias al papel protagonista de Viridiana, en 1961, nuestra única Palma de Oro y una obra maestra de Luis Buñuel perseguida por el franquismo para ser quemada. Aunque antes, en 1958, ya había participado en Les bijoutiers du clair de lune, para Roger Vadim, y como villano en Los últimos días de Pompeya, dirigido por Sergio Leone.
Me encantaba Fernando y por eso lo contratamos. Cada día en el set con él era como ir al cielo. Era un actor con quien resultaba maravilloso trabajar. Tan sutil y tan detallista en su trabajo
Tras Viridiana todos se pegaron porél, y entre otras estuvo en dos secuelas de Los siete magníficos: El regreso de los siete magníficos (1966) y La furia de los siete magníficos (1969), en las que trabajó junto a Yul Brynner y George Kennedy. Otro de los grandes realizadores que confió en él fue Orson Welles, con el que trabajó en Campanadas a medianoche (1965) y Una historia inmortal (1968).
Su nueva colaboración con Luis Buñuel en Tristana (1970) le colocó definitivamente como estrella internacional, la primera salida de España, algo que confirmó su papel más recordado en Hollywood, el del capo de la droga Alain Charnier, en The French Connection (1971), de William Friedkin, que posteriormente dirigiría El exorcista y que ganó cinco Oscar.
Friedkin, que le dirigiría en una notable secuela, le describió como “uno de los mejores actores del mundo en su generación” y “un caballero”. “Me encantaba Fernando y por eso lo contratamos. Cada día en el set con él era como ir al cielo. Era un actor con quien resultaba maravilloso trabajar. Tan sutil y tan detallista en su trabajo... Era increíble", dijo el director tras la muerte del español.
Cada colaboración con el genio de Calanda era una cima en su carrera, y sus colaboraciones triunfaban en todo el mundo. En 1972 lo vivieron con El discreto encanto de la burguesía (1972), puro surrealismo que logró el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa… para Francia, en vez de para España.
El mismo año se embarcó en la ambiciosa Marco Antonio y Cleopatra, dirigida por Charlton Heston y muchos rumores dicen que se barajó su nombre para un papel en El padrino II. En 1976 participó en El viaje de los malditos de Stuart Rosenberg, donde coincidió con su amigo Orson Welles,pero también con estrellas como Faye Dunaway o Max von Sydow. Sus pequeños papeles en superproducciones internacionales se encadenaban, y así se le pudo ver como Rey Gaspar en la serie Jesús de Nazareth, que dirigió y produjo Franco Zeffirelli.
Tendría que llegar 1978 para que Rey consiguiera el premio que le colocaban como la estrella que ya era, el de Mejor actor en el festival más prestigioso del mundo: Cannes. Allí llegó de la mano de Carlos Saura con Elisa, vida mía, donde daba vida a un padre que se reencontraba con su hija 20 años después de haberla abandonado. Un filme inolvidable y una de sus mejores interpretaciones con la que coronaba una carrera que luego cerró con el Goya en 1989, siete años antes de fallecer y dejar su legado como uno de los mejores actores, sino el mejor, de la historia del cine español.