Las lecciones que ‘The Crown’ enseña a Letizia para desaparecer
La serie de Peter Morgan ha mostrado con claridad cuál es el papel de los consortes de la monarquía: vivir en la sombra de sus parejas sin capacidad de rebelión.
11 abril, 2018 01:45Noticias relacionadas
Durante mucho tiempo Disney les metió en la cabeza a las niñas que una de sus mayores aspiraciones tenía que ser princesa. Esperar a un caballero que le pidiera matrimonio para acabar convertida en reina. Poder sentarse al lado de su marido y gobernar a su súbditos. Pero la realidad -afortunadamente- no se parece a los cuentos machirulos de Disney, y las elegidas que acaban sentadas en el trono están sometidas al escrutinio de la prensa y la opinión pública, que mirarán con lupa cada detalle y gesto público.
Esta semana lo ha comprobado -otra vez-, la Reina Letizia, cuyo desencuentro con su suegra Sofía ha sido el centro de la actualidad mediática durante dos semanas. La moviola del vídeo de marras ha estado en todas las tertulias. Lectura de labios, interpretación de gestos, nuevos ángulos de la misma imagen y mucha especulación hasta llegar al momento cumbre: la reconciliación en forma de amable gesto unos días después.
Lo ocurrido a la salida de la Misa de Pascua en la Catedral de Palma parece escrito por Peter Morgan, el creador de la serie The Crown, y uno de los mejores conocedores de la monarquía británica -como ya demostró en The Queen-. De hecho, la serie de Netflix sirve como perfecto profesor para Letizia si quiere evitar otra vez que durante diez días todo el mundo esté hablando de un gesto que en cualquier otra persona sería considerado una anécdota. La solución es fácil en la teoría y difícil en la práctica: desaparecer.
The Crown lo deja muy claro cuando retrata a Felipe de Edimburgo, el marido de Isabel II, en la primera temporada de la serie. Felipe cuando llega como consorte encuentra una realidad que no se esperaba, ya que siempre tendrá que estar en la sombra de su esposa, y además aceptar que su opinión no vale nada, igual que no valió nada la de todos sus antecesores. Son las normas de un sistema hereditario anclado en el pasado. No sólo es que no valga nada, peor aún, es que ni siquiera puede tener una, o al menos hacerla pública. Si la propia reina ha tenido que sacrificar su persona para ser la líder de la corona, ¿cómo su pareja no iba a serlo?
La gente querrá un punto de vista y en cuanto lo hagas, habrás declarado una postura. Tu opinión. Y eso es lo único como soberana a lo que no tienes ningún derecho
La serie lo muestra sin tapujos desde el primer episodio, en el que el Rey Jorge es preguntado sobre una cuestión política y suelta lo siguiente: “Albert Windsor está muerto. Lo mató su hermano al abdicar”. Porque los monarcas dejan de ser personas para convertirse en otra cosa que ni ellos mismos entienden, pero que tienen unas normas muy claras que también se explican en The Crown cuando la Reina Madre enumera a Isabel II unas cuantas reglas para ser una buena reina: “No hacer nada es el trabajo más duro de todos y requerirá de todas tus energías. Ser imparcial no es humano. La gente querrá que sonrías, o asientas o frunzas el ceño, querrá un punto de vista y en cuanto lo hagas, habrás declarado una postura. Tu opinión. Y eso es lo único como soberana a lo que no tienes ningún derecho”.
Si eso se le pide a la cabeza del estado imaginen a su consorte, obligado también a no tener una opinión, pero además a vivir detrás de la otra persona, algo no sólo metafórico, sino literal que la serie de Peter Morgan muestra en el segundo episodio de la primera temporada, cuando Felipe no puede bajar a la vez del avión de su esposa, sino que, obligado por el protocolo tiene que hacerlo unos cuantos metros más atrás. Es la primera vez que se dará cuenta de que todo será así, pero nada como la polémica que tiene cuando sólo pide dos cosas a su mujer para aceptar renunciar al resto: seguir viviendo en su palacio en vez de en Buckingham, y que sus hijos mantengan su apellido. Isabel le promete las dos, pero no podrá cumplir ninguna.
El Duque de Edumburgo se niega a ser un florero, y se rebela con las pocas cosas que le quedan, la aviación y sus escarceos por el mundo, pero sabe que su vida es ser el acompañante de su mujer, igual que Letizia ya no podrá ser esa chica que le dice a Felipe que le deje hablar, sino que tendrá que sonreír y ver cómo Felipe VI habla siempre antes que ella y dice cosas que incluso no comparte. Esa misión de los consortes de desaparecer queda clara en esa primera temporada magistral de The Crown, especialmente en el diálogo en el que Felipe e Isabel tienen el siguiente diálogo:
- ¿Eres mi mujer o mi Reina?
- Las dos cosas.
Lo hacen en plena discusión porque él debe arrodillarse frente a su reina a pesar de ser su marido. A fin de cuentas es sólo un súbdito más, aunque él sueñe con modernizar la Corona y hacerla más popular, algo que también se ha dicho muchas veces de Letizia. “Todo esto es un circo que no servirá de nada si no nos acercamos al pueblo”, le espeta el duque a la reina sin mucho éxito. Porque al final, por mucho que se empeñara, Felipe tuvo que ceder, desaparecer y hasta hincar la rodilla en un acto que vio todo el mundo. Lo mismo que ha pasado con Letizia, que por mucho que se haya empeñado en mostrar una imagen moderna, ha tenido que aceptar que, por desgracia, ha elegido una vida que la obliga a abrir la puerta a Sofía mientras decenas de medios les sacan una foto.