Te despiertas un día y no tienes móvil, ni ordenador, ni tablet, phablet o cómo sea que hayan querido las modas denominar a tu dispositivo. Ni wifi ni wifa. Estás completamente desconectado de la red de redes.
No es que te hayan robado hasta la fibra óptica. Tampoco sigues durmiendo y todo esto es una pesadilla. Es que el 23 de agosto de 1991 a nadie le dio por liberar el protocolo de Internet al mundo, y no existe. Así sería tu vida.
Empieza la jornada. Si quieres enterarte de lo que ocurre en el mundo no olvides comprar el periódico por la mañana, encender la televisión o tener un transistor a mano. Los privilegiados que pueden permitirse informarse en cualquier momento y de cualquier fuente son los que lucen orgullosos una parabólica en el balcón.
¿Qué tiempo hará hoy? Mira el teletexto o, por qué no, asómate a la ventana, truhan.
Sales a la calle -desprovisto de cualquier app que mida tus pasos, una lástima porque jamás sabrás si has llegado a los 1000 recomendados- y tendrás que mirar las calles y las personas que te cruces. En tu mano vacía no hay una pantalla que te abstrae de todo lo que te rodea. Mira el lado positivo: siempre puedes ponerte un temazo en el walkman o discman y vivir el momento como un videoclip.
Sueles ir hasta a la oficina en compañía de tu compañero fulano que resulta que es vecino. Claro que habrás tenido que hablar previamente con él por teléfono para vuestra quedada matinal patrocinada por Google Maps porque no hay mensajería instantánea que te permita avisarle de que estás llegando, que ya estás en el portal desde hace una milésima de segundo o de que has tropezado en la calle y vas camino de urgencias con un traumatismo craneoencefálico, comentan los de la ambulancia.
Entras en el autobús y escuchas -¡escuchas lo que dicen los demás!- a alguien hablar sobre no sé qué del Brexit, pero nada apunta a que estén hablando de unos cereales. Vuelta a la humildad y a preguntar, porque te costaría dios y ayuda saber…
... o cualquier otra duda que surja en tu mente. Ahora ningún conocimiento está a menos de un segundo de tu alcance.
¿Que tienes que entregar un informe para mañana? Nada como seleccionar cualquier información de Wikipedia, cortar y pegar el contenido en un documento nuevo, darle un formato bonito para que parezca tuyo, y listo. ¡Mec! ¡Error! Sin internet vas a tener que tirar, con suerte, de la mítica Enciclopedia Encarta o alejar tus huellas dactilares del teclado para pasar las hojas de algún que otro libro. Exacto, esos que ponen en las estanterías del Café y Té para que la cadena de cafeterías parezca un sitio culto, retro, vintage… Llámalo equis.
Conversaciones recurrentes de oficina, como qué vas a hacer este fin de semana o dónde irás en vacaciones, se convierten traducen en viajes conocidos como “ir al pueblo” o “visitar a la familia”. Lo del low cost, buscarte vuelos a cualquier parte del mundo por cuatro duros, pillar una habitación compartida o alquilar un apartamento de un particular por menos de la mitad de una habitación de hotel, fuera.
¿Tienes que ir al banco? Toca pedir permiso en el trabajo para salir y hacer cola. ¿Pedir cita en el médico? Cola en el consultorio. ¿Comprar entradas? Cola en la taquilla. El comercio electrónico no existe.
“Queridos compañeros y compañeras”. Nada de tod@s. Pese a que algunos historiadores han encontrado el uso del símbolo de la arroba en escritos de mediados del siglo XV, la realidad es que este caracter se utiliza masivamente desde que existe el correo electrónico. Componente fundamental de las direcciones de email, donde sirve como indicador entre el nombre de usuario y el nombre del dominio, la simpática a redondeada dejará de protagonizar los carteles de aviso de bares y restaurantes redactados en comic sans. Una pena.
Buah, ¡la idea que has tenido hoy en la hora de la comida es increíblemente original! Date unos meses, quizás años, para poder contársela a todos tus amigos y conocidos y que el efecto boca oreja haga su magia. Lo de que un post, noticia o sabe dios qué contenido se viralice es una idea de ciencia ficción. Sin internet, el término viral se utilizaría para denominar aquello perteneciente o relativo a los virus. Y no, no hablamos de troyanos.
De camino a casa ves un gato callejero pero no te evoca nada de nada. Internet no existe, ergo no has desarrollado la devoción por los ariscos y odiadores mininos.
Sorpresa la tuya cuando te encuentras con un antiguo compañero del colegio al que hace años que no ves. Madre mía, está viejísimo. Al parecer se ha casado, divorciado, tenido tres hijos con cuatro mujeres diferentes -algo no encaja pero no vas a ponerle en duda, pobre-, vio a los Rolling Stones en un concierto improvisado en Benalmádena y estuvo en Punta Cana con todos tus compañeros de clase en un viaje reencuentro al que no es que no te invitasen, es que te llamaron y no debías de estar en casa. Sin redes sociales, imposible estar al tanto de la vida y quehaceres de todas esas personas que conoces.
¿Hoy qué es? Porque ahora son las cadenas las que deciden por ti cuándo puedes ver tus series favoritas. Calcula bien el tiempo porque como te pierdas un capítulo será para siempre (con suerte, tus plegarias serán escuchadas y lo volverán a emitir en las reposiciones en verano). Ah, y la publicidad te la tragas entera, no hay manera de saltársela.
El de hoy ha sido verdaderamente fascinante. Muy bien, pues disfrútalo en sueños porque si quieres comentar lo genial que fue el programa tendrás que esperar a encontrarte con tus compañeros al día siguiente, porque no hay redes sociales.
Ni la última partidita al Candy Crush, ni una ojeada a las últimas noticias de la noche, ni unos cuantos ‘me gusta’ gratuitos desde la cama ni un paseo virtual por las fotos en la playa que han subido tus “amigos” a Instagram. Hasta mañana, nunca mejor dicho, si Dios quiere. Google no te podrá avisar de las horas que quedan para el fin del mundo.
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