"Es preferible trabajar el campo frecuentemente arado". La frase se atribuye a Benjamin Franklin, padre de la patria de los Estados Unidos, ensayista, inventor... y un enorme libertino. No, la cita no se enmarca en sus consejos para la agricultura que causaban furor en la época colonial desde el Almanaque del pobre Richard, sino en el espíritu de una obrita mucho más picante: Consejo a un amigo para elegir una amante. Sin pelos en la lengua, el bueno de Ben insta a dejar en paz a las jovencitas: la mujer deseable, explica, es la madura, experimentada, vivida y que ha conocido a más de un varón.
El tono de Franklin está impregnado de la misoginia de la época, así como de su mordacidad proverbial: "Así como de noche todos los gatos son pardos, el Placer del Disfrute carnal con una vieja Mujer es al menos similar, y frecuentemente superior, cada Maña siendo capaz de Mejora con la Práctica". Pero tiene algo de revolucionario, en cuanto subvierte una concepción tradicional de la cultura occidental: la mujer es más deseable cuanto más casta, perdiendo valor social con cada nueva pareja; los varones, por el contrario, tienen barra libre: a más trofeos, mayor hombría.
¿Cuánto hay de cierto en todo esto? ¿Y cuánto responde a la cultura en vez de la biología? Un equipo formado por psicólogos de las universidades de Swansea y Bristol se propusieron comprobarlo reuniendo a 188 hombres y mujeres heterosexuales entre los 18 y los 30 años. El objetivo era comprobar si efectivamente se puede poner una cifra a la experiencia sexual ideal que desearíamos para una potencial pareja; si esta cifra varía de hombres a mujeres, y si la intencionalidad es un factor relevante en función de si buscamos una relación estable o un "rollo de una noche".
Los investigadores preguntaron de forma anónima por la disposición de cada participante a mantener relaciones con personas del sexo opuesto con un historial de amantes en la horquilla de 0 a 60. Las respuestas, publicadas en The Journal of Sex Research, fueron consistentes entre hombres y mujeres. Alguien sin ningún tipo de experiencia sexual es menos deseable que otra persona que ha tenido una, dos o tres parejas. Pero a más relaciones, el atractivo empieza a decaer de forma progresiva y constante.
Dónde sí encontraron diferencias por sexos es al desglosar los resultados por el tipo de relación que buscaban los participantes. Si se trataba de una relación a largo plazo, los resultados eran muy similares entre hombres y mujeres; si acaso, los hombres prefieren a una mujer sin experiencia por encima de las mujeres a las que le gusta un hombre virgen, pero la diferencia se nivela inmediatamente hasta quedar en un pico ideal de 2-3 parejas.
Pero para encuentros sin compromiso, la cantidad de hombres dispuestos a este tipo de relación supera a la de mujeres de forma consistente. La curva, sin embargo, dibuja una trayectoria similar en ambos sexos: para un "rollo de una noche" tanto ellos como ellas quieren a alguien que por lo menos haya estado con una persona, y ponen menos pegas a la cantidad de parejas pasadas. En esta situación un hombre no empieza a perder atractivo a ojos de una mujer hasta pasar de seis amantes; ellos, por su parte, ponen el listón alrededor de los 10.
Los investigadores se dieron cuenta de un problema metodológico: los sujetos escogidos eran muy jóvenes, y sus expectativas sobre pasadas parejas estaban determinados por la edad. Extrapolando los resultados, dedujeron que el umbral de atractivo se desplaza a medida que envejecemos, ya que asumimos como natural que se hayan tenido más relaciones.
"Tener poco pasado es malo, pero tener mucho es peor" - es cómo definen los investigadores los resultados del estudio en términos de cultura popular. El hecho de que el atractivo de una persona decaiga a medida que acumula amantes es atribuido a distintos factores, desde los evolutivos (una persona que mantiene relaciones sexuales con muchas otras se expone a más enfermedades de transmisión sexual) a los culturales, en la línea de la infidelidad.
Lo que destacan, sin embargo, es que el mito del hombre conquistador y la mujer recatada tiene poca correlación con la realidad: lo que prefieren ellas y ellos es, en la práctica, muy similar.
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