Un crespón, banderas a media asta, colores oscuros en los actos oficiales. España llora a sus muertos en la batalla contra el Covid-19: el luto nacional decretado por el Gobierno, el más largo de la democracia, trata de hacer justicia con sus ciudadanos que fallecieron luchando contra el coronavirus y que fallecieron solos. Sin una mano cariñosa al lado. Sin el calor de sus familias.
Los símbolos del dolor y de la tragedia están por todas partes del país en estos días. Las familias tratan, como pueden, de recomponerse; agarrarse a los recuerdos y al día a día como a un clavo ardiendo. Porque han vivido la época más oscura -un “holocausto”, en palabras de Juana, sobrina nieta de una víctima- de los últimos tiempos en primera persona, pero más allá del gesto oficial, buscan que no caiga en el olvido. “No se puede disfrazar el horror con monumentos hasta que se hace Justicia”, arguye ella.
Por eso, EL ESPAÑOL ha hablado con treinta y tres familiares de víctimas del Covid-19. Quitando los gestos políticos, de uno y otro signo, reclaman una única cosa: justicia, y, a través de ella, recuerdo. Lo simbólico, en estos tiempos cambiantes, líquidos, cada vez es más importante. Un punto de apoyo. Y eso le reclaman a Pedro Sánchez.
Quizás el más honesto homenaje sería un funeral de Estado. O puede que un monumento perenne, que recordara, uno a uno, a todos nuestros muertos: los oficiales y los que no, aquellos que aún no han sido reconocidos en el galimatías de la contabilidad del Ministerio de Sanidad.
Esta es la carta coral de los familiares al Gobierno: ahora que sus seres queridos ya no están, que, al menos, haya dignidad para ellos. Que no se conviertan en un número dentro de la fotografía negra del coronavirus en España. “No podemos cubrirlo todo de terciopelo negro y seguir como si nada. Es demasiado horrible”.
Paulino Baena perdió a su madre, Milagros Díaz, en mitad del confinamiento. La última vez que la abrazó fue el sábado 7 de marzo. Madrid rebosaba aquel fin de semana: el SARS-CoV2 acaparaba titulares y titulares, pero las aglomeraciones seguían permitidas. A las horas, todo cambió.
Día de las víctimas del Covid-19
Él se dispuso a visitarla en la residencia de ancianos madrileña en la que vivía. “No sabía que la habíamos abandonado en una trampa mortal”, sufre ahora. Porque para Paulino, Milagros “fue la madre soñada y no fue un sueño”. Finalmente, falleció, sola, el 13 de abril.
“Creo que las víctimas del Covid-19 se merecen un gran monumento. Una figura alegórica delante (escultura) con un inmenso muro detrás que recoja todos los nombres de los fallecidos. También hay que instaurar un día de las víctimas del Coronavirus”, argumenta.
Aunque quiere que el legado de las víctimas perdura y no sea algo puramente monumental. Su idea se proyecta hasta la creación de una fundación ad hoc. “Alrededor de esta idea se pueden crear premios (periodismo, medicina, acción social, pintura, fotografía…)”.
Ángela Izquierdo, nieta de Ángela González Cadenas, una modista infantil de 94 años que falleció el 15 de abril, considera, por su parte, que el agravio reside, principalmente, en el poco respeto con el que se han sentido tratados los familiares.
Una digna contabilidad, el mejor recuerdo
“Tras haber sufrido una pérdida tan grande y en las terribles circunstancias en las que otros muchos también han padecido, en mi opinión, creo que el mejor y más respetuoso homenaje para las víctimas, es, en primer lugar, realizar una adecuada contabilidad de los fallecidos. Todos y cada uno se merecen un respeto, ese respeto y dignidad, que por desgracia, en muchas ocasiones, no se ha tenido en sus últimos días”, aduce.
El sentimiento de grupo, de pertenencia, de tribu, es importante para todos ellos, que han tenido que despedir a los suyos a distancia, de manera aséptica o, directamente, telemática. Por eso es importante que ese homenaje final sea algo en todo el país. Transversal.
Continúa Pilar Navarro, hija de Paqui Arévalo, que falleció en apenas diez días tras contraer el virus. Fue el 31 de marzo. “El funeral de estado está bien, pero no vamos a poder estar representadas todas las familias. Sugiero que algo similar se pudiera hacer de manera local. Que el estado lo fomente y lo promueva. A mí, personalmente, me gustaría asistir a un homenaje en mi ciudad, al que pudieran asistir también aquellas personas que no pudieron estar con nosotros por las circunstancias de la pandemia”.
María Isabel Enciso, hija de David Enciso, que también murió el 31 de marzo, reclama “una misa en la Catedral de la Almudena o una simultánea en todas las Catedrales de España”.
Morir en soledad
¿Por qué? “Llevo trabajando veinte años como médico y siempre me ha parecido que lo más triste de esta vida es morir solo . Mi padre y yo comentábamos a veces el tema del testamento vital... y lo único que me pedía es que estuviese a su lado y no le dejase sufrir ni pasar dolor”. Como, finalmente, sucedió.
En una línea similar se muestra Leticia Segovia, nieta de Feliciana Rincón, que feneció el 28 de abril. “Las víctimas sí se merecen un homenaje laico. Se nos ha ido la generación que vivió la posguerra, los años del hambre, y el pluriempleo, se nos ha ido la generación que supo perdonar y que levantó España. Y se nos han ido en condiciones que no se merecían: solos”.
A esa lucha generacional también apela Roberto San Valentín, hijo de Mariano San Valentín, fallecido el 3 de abril. “Nunca olvidaré la última videollamada justo la tarde antes de tu partida... hablando con tus nietas, como siempre con una sonrisa, y diciendo que todo iba bien, sin querer preocupar a nadie”, suspira ahora Roberto.
“Se debería hacer un gran homenaje a todos los fallecidos, gran parte de ellos, nuestros padres y abuelos fueron los que lucharon para que España viviese en democracia y las generaciones futuras tuviesen un una vida más cómoda gracias a su trabajo y empeño”.
Tras ese gran acto, esa gran reparación de la dignidad, llega el turno de lo tangible. De construir algo a lo que aferrarse. La opción preferida es el mural que recuerde, nombre a nombre, a todos nuestros muertos. Pero, claro, ¿cómo articularlo?
Parque memorial como el del 11-S
Vicente Gómez Fornés, amigo de Ángel Sánchez-Miranda, fallecido el 28 de marzo, considera que “por experiencias anteriores los monumentos, como el de Atocha por el 11-M, son objeto de polémicas y abandono con el paso del tiempo. Una placa quedaría pequeña para tanto nombre. Me inclino más por un parque memorial con plantas o árboles en honor de cada fallecido. O como el espacio dedicado a las víctimas del 11-S en Nueva York”.
Igualmente piensa David Javier Álvarez, hijo de Pedro Álvarez, que murió el 28 de marzo. “Un bosque o parque del recuerdo con un mural/monumento con sus nombres y en el que se planten árboles , y que sea un parque que perdure en el tiempo y que todo el mundo pueda visitar para que siempre recordemos a tantas víctimas inocentes que esta pandemia se ha llevado por delante de forma directa o colateral”.
Hay quien va más allá. “Un grupo escultórico en alguna de las plazas de Madrid o incluso Barcelona o ambas, las dos ciudades que más han sufrido, perdurará en el tiempo”, opina Carlos Marzán, amigo de Enrique de la Pezuela, fallecido el 30 de marzo.
Pero, sobre todo, como en cualquier tragedia, las víctimas reclaman el perdón. Culmina esta carta colectiva Marta de Madariaga, hija de Jesús de Madariaga, un ingeniero técnico agrónomo: “El gobierno en pleno tiene que pedir perdón por la pésima gestión, falta de material sanitario, falta de información y por no habernos confinado antes”. Por ellos, y por sus muertos.