La corrida que se llevó el premio Carriquiri el año pasado volvía a Pamplona. Por la mañana otro toro le cogió el gusto a los corrales del Gas. Por la tarde, sin embargo, no fue lo mismo. La corrida no terminó de humillar. La emoción la puso el tercero. El peligro el sexto.
Lo recibió Aguilar con una larga cambiada, las verónicas estiraron la embestida. Se dobló Alberto Aguilar, queriendo poder al toro. La muleta encadenada al ímpetu. Apretaba el cárdeno con carbón, por abajo. Un tornillazo abrió la primera tanda de derechazos. Embestía con todo, sin clase, por dentro. Aguilar corría la mano a un torrente, oleaje que rompía en el palillo. Se lo pensaba en el embroque, andarín. Medía. Aguilar tiró de oficio, sin dudas, seguro. Medio pecho, el muslo abría la puerta. La muleta al hocico con firmeza. Dos naturales destellaron. Aguilar libró un pitonazo y se puso otra vez. La última tanda con la derecha le robó las últimas arrancadas. Cuando parecía que le había podido definitivamente el toro se volvió en una última colada. "Eh, aquí estoy". Se intuía un trofeo pero pinchó.
Intercaló al tercero, el de más transmisión, verónicas y chicuelinas, ese saludo tan de moda en los últimos tiempos. Manzanares lo llevó a la primera fila y ahora de ahí para abajo todos lo repiten hasta encontrar el pozo del que salió. Este toro fue hondo, chato. Embestía con todo. Por fin la transmisión. Tampoco humilló, como el resto.
Se lo pensó antes de acudir a la jurisdicción de Aguilar. Tardaba en arrancarse ahí en el tercio. Los medios lo centraron. No había conexión. Aguilar no bajaba la mano, el toro sacaba cierta importancia. Sí se rompió después el matador, quizá algo tarde, esquivando arreones por dentro. El molinete defensivo tuvo prestancia. Atacó de nuevo con la derecha y logró lo mejor, anticipándose al escolar.
El segundo embistió tan por abajo en los primeros tercios que se colaba por la rendija de los vuelos. Se quedaba, en realidad, frenado. En la muleta echó el hocico por delante sin romperse. Cara alta, distraído, nula entrega. A Juan Bautista se le vio liviano. Quizá el toro tuvo cierto fondo porque no se le obligó. El francés se fue a por la mano izquierda en seguida. La derecha después. Más agarrado, como si lo sostuviera algo, y con el pitón de fuera tomó la muleta. Bautista no encontraba la fórmula. Cada uno por un camino. La media estocada fulminó a este.
Igual que la siguiente al otro: metió la mano muy eficaz, haciendo la suerte con facilidad. En medio minuto estaba el quinto patas arriba. El uso de la espada fue lo mejor de la actuación de Bautista, que recibió al zancón con verónicas. Destacaron dos. La media se cerró suave entorno a 'Capanero II', chato, algo paletón. Como la de Aguilar en el quite, más acaderada.
Obedeció este siempre al toque. Alargó la arrancada como no hicieron el resto de grises. Juan Bautista no se terminó de confiar. Estuvo aseado, eso sí. No hubo apenas emoción ni en los circulares. La estocada, que ya está dicho, fue lo mejor y amarró la oreja.
'Segurillo' no humilló ni en los doblones. Miró al torero en uno de ellos y se decidió por la muleta. Había punteado siempre los capotes. Las chicuelinas las tomó sin ganas, deslucido, como ya fue siempre. Brindó al público Marco y la montera cayó bocarriba. Las puntas silvestres también apuntaban al techo. A tornillazos recibió los primeros derechazos. Francisco Marco vio como en el segundo muletazo de la nueva serie se desentendió. No había nada más. Compuso varias tandas que no treparon a los tendidos. Se coló en un pase de pecho, ya a la deriva el trasteo. Creyó el navarro que iba a embestir algo más en el tercio y hasta ahí se lo llevó para torear al natural. Qué deslucido también. Acabaron en el sol. El toro no había abierto la boca ni descolgado. Así se perfiló Marco: a la primera rebotó contra las palas y el pinchazo hondo. Después el toro lo cazó, escurriéndose la daga por el muslo, tirándose por él al suelo. Francisco Marco rodaba en el trajín de capotes y pitones que lo envolvían. Se levantó indemne. A la tercera fue.
Mucho cuajo tuvo el cuarto, redondo, afilado por delante, hondo. Un pedazo escolar. Se salió con él Marco a la segunda raya, un poco sobre los pies, con un molinete lo plantó casi en el medio. El encuentro con la muleta puesta fue desolador. Gazapeaba el bicho, se paraba, buscaba. Francisco Marco agotaba su decimoséptima actuación consecutiva en Pamplona, su primera tarde del año, entre medias arrancadas, miradas, y radiografías. Se puso casi para nada. El resto merendaban. Con el estertor de la muerte el funo buscó por dentro de la chaquetilla del subalterno Pablo Simón.
Cuando Bautista y Marco desfilaban por la puerta de cuadrillas y Aguilar se refrescaba después del mal trago del sexto, un toro de Los Maños mataba al joven Víctor Barrio en Teruel partiéndole el pecho con dos cornadas. Los toros matan. Aquí se muere. Descanse en paz.
JOSÉ ESCOLAR/ Francisco Marco, Juan Bautista y Alberto Aguilar
Plaza de toros de Pamplona. Sábado, 9 de julio de 2016. Cuarta de feria. No hay billetes. Toros de José Escolar, deslucido y sin entrega el 1º, un 2º que tampoco se entregó, transmitió algo más el 3º, 4º complicado, obediente el 5º, complicado y con peligro el 6º.
Francisco Marco, de rosa y oro. Pinchazo hondo y espadazo caído (silencio). En el cuarto, dos pinchazos y estocada casi entera delantera (silencio).
Juan Bautista, de caña y oro. Media estocada (saludos). Estocada casi entera eficaz (oreja).
Alberto Aguilar, de azul pavo y oro. Pinchazo muy trasero y espadazo atravesado algo caída (saludos). Pinchazo y medio espadazo trasero y atravesado (ovación de despedida).