La tarde comenzó rara. La afición no digerió la decisión final de dejar el cartel en mano a mano y lo exteriorizó con pitos en el paseíllo. El retraso en el inicio empujó a los dubitativos. Atronaron los tendidos. El nublado, cierto bochorno y la bronca dieron al paseo de los toreros aire de cadalso. La presión se trasladó a la empresa con el grito de "¡fuera, fuera!" antes de que saliera el primer toro. Qué larga se le está haciendo la semana.
José Garrido apaciguó el enfado toreando. Cuajó una extraordinaria y sólida actuación desde su primer toro. Se fue haciendo gigante en cada dificultad, acarreando con con cuatro torrestrellas. López Simón encajó la presión diferente: una crisis de ansiedad que lo atenazó.
Garrido saludó al primero con una ristra de verónicas arrebatadas, agarradas, compactas desde la transmisión. El toro arreaba y él lo expulsaba con sentido, ganándole terreno. Esa intensidad se trasladó y creció en la muleta. El inicio fue arrastrando al toro a los medios. Un trincherazo como el cambio de mano mostraron la embestida exigente. La primera tanda lo comprobó. Hacía falta poder. A Garrido le sobra. Fue capaz de imponer su velocidad. Las tandas surgían redondas, exuberantes y poderosas. El toro embestía por dentro. No se movió: pasó cerquísima el torrestrella. La capacidad para torear bien. Dos veces se volvió en las manos. Sólo encontró firmeza. Probó al natural. El toro no acudía con la misma prontitud. Se cruzaba Garrido, soltaba los vuelos en la distancia justa y obligó al toro con la panza de la muleta. Qué faena más maciza. La siguiente tanda no tuvo el mismo ritmo. Obligó mucho. Se resentía el toro al cuarto muletazo, desfondado, y Garrido le exigía uno más y el de pecho. Imperial. La última la dio regodeándose en los terrenos del toro, aguantando las miradas. Pinchó a la primera.
Mientras el toro aguardaba la muerte, todas las miradas se dirigieron al callejón. Entre una nube de personas, sobresalía la figura de López Simón deshecho en llanto. La ansiedad lo encerraba. Compungido y sin reaccionar aún, inició la lidia del tercero. Flojo y parado, coincidió con un Simón ausente, cabizbajo y pálido. El frío crecía en su interior. Congelado, metió la espada con habilidad. Menos mal que no pinchó.
Aquella situación marcó la tarde. Al final, el tiro por la culata. El mano a mano, la demostración de fuerza de Guerra, dio la posibilidad a Garrido de ser el enemigo a las puertas: cuando miraban para otro lado apareció él apuntando. No había escapatoria.
El primer tiro lo soltó Garrido con el quite al tercero. Tres gaoneras como un faquir, tendido sobre el peligro sostuvo su cuerpo cuando el toro pasó arrollando. La ruleta rusa de la cornada giró con un embroque eterno del segundo lance. Luego fue un auténtico rodillo con la muleta.
El cuarto toro apenas tenía poder. Reponía, gazapeaba. No humillaba, claro. Fue sobando Garrido con las dos manos la embestida sin empuje. Todos estaban a otra cosa. El extremeño cambió los terrenos y surgió. Atacó por ver qué pasaba. El toro respondió. La tanda se alzó sobre el resto, tirando de la embestida. En realidad lo ponía todo él. La tensión marcó lo que vendría después. Una serie más acabó con un atragantón que liberó con un molinete y el de pecho. Y las bernadinas fueron una sentencia de muerte. Sin ayuda, la muleta abierta en la espalda, Garrido se puso frente al toro. En una de ellas, el cabezazo del torrestrella se perdió en la chaquetilla zarandeando al matador de arriba a abajo. Cuando aterrizó, volvió a coger la muleta. Ocurrió de nuevo. La plaza en vilo. Desde la castañeta al último macho, José Garrido tembló. La vibradora del pitón volvió a hundirse escurriéndose por el chaleco. No pasó nada. Volvió otra vez antes de perfilarse. Qué valor. Se fue detrás de la espada como si delante se acabara el mundo. Del taponazo el acero cayó desprendido. El público pidió con fuerza la oreja que le corresponde pero en Bilbao todos los apéndices son de Matías, que para eso es Bilbao.
Sería en el siguiente. Se corrió turno. López Simón escuchaba los ecos de todo esto desde la enfermería. Y salió el sexto en quinto lugar. 'Barbadura' se llamaba. Un señor. Vaya envergadura. Tan castaño. 599 kilos para facturar.
Las verónicas se tornaron en delantales. El toro en el segundo tercio pareció venirse algo arriba. No era alegría pero sí una entrañable tendencia a meter la cara. No se sabe bien si se equivocó. Por el pitón izquierdo en el capote del subalterno fue hasta allí. Se salió Garrido con él a los medios por doblones y aquella embestida al banderillero se recordó como un espejismo. El toro se frenaba. Además era bruto, invirtiendo toda su masa en merendarse la muleta con violencia. Qué corrida más dura de Torrestrella. Garrido dio un paso más. El definitivo. Lo bronco se convirtió en transmisión por aquel pitón izquierdo del segundo tercio, qué tiempos. El corpachón le daba la emoción que su intención negaba. Rebotaba en los vuelos cuando Garrido le obligó al principio. Un pitonazo alcanzó la sien, directo. Qué refriega.
Escaló a tumba abierta Garrido ese nuevo pico. La cima estaba cerca. La siguiente tanda fue enorme. Vaya serie. Cumbre de verdad. Le pudo al torazo al natural, dando el pecho, arqueando el codo, el flequillo como un colgajo de entrega y el concepto poderoso y con gusto por delante. La menta y el chocolate. Otra tanda más redondeó una faena emocionante, con sus enganchones. Rodilla en tierra se cerró. El toro encontró hacia abajo y para dentro una última luz. Vaya lucha. No se rendiría 'Barbadura' y con la estocada arriba, entregado Garrido al desenlace, buscó al matador en el último gañafón empujado por la muerte ansiosa de empate. Se sentó en el estribo el matador cobrado el espadazo, reventado. La negación del anterior trofeo pasó los pañuelos a la siguiente ronda esta vez. La petición de dos aflojó poco a poco. Garrido paseó una importantísima oreja que lo consolida definitivamente.
El sexto, ensabanado, fue una birria, tan bonito como descastado. Garrido puso todo lo que le quedaba yéndose a porta gayola. Quería amarrar su día más importante de matador. El entusiasmo de la gente lo elevaba. Con la tarde en el bolsillo, echó cuerpo a tierra cuando el vendaval blanco no respondió a la larga. Otras dos más en el tercio. Muy torero el inicio de faena y ahí quedó todo. El esfuerzo ya estaba hecho.
Mucho antes, cuando aún se mascaba el enfado, López Simón estuvo firme pero sin imponerse a un complicado primer toro. Garrido se hizo presente con un buen quite por chicuelinas, garbosas y toreras. Por delante quedaban cuatro toros. Él no lo sabía. Otra vez Bilbao y otra vez una gesta.
Ese primero fue cambiante, no humilló, y frenado. Tragó el madrileño un vertiginoso embroque por el lado izquierdo. Dos desarmes al final dieron luz a las calderas a medio gas. No transmitía como otros días. El espadazo avanzó al descabello y a punto estuvo de ocurrir una tragedia: salió disparado hasta la tercera fila del tendido como una pértiga mortal. Un aficionado tuvo que ser atendido por una herida leve. Se preocupó Simón por su estado antes de quebrarse él mismo.
TORRESTRELLA/ López Simón y José Garrido
Plaza de toros de Vista Alegre. Viernes, 26 de agosto de 2016. Séptima de feria. Media entrada. Toros de Torrestrella, 1º complicado, 2º exigente, 3º flojo y parado, 4º sin poder, bruto el 5º de mejor pitón izquierdo, 6º descastado.
López Simón, de tabaco y oro. Pinchazo hondo que se escupió y medio espadazo en el sótano muy tendido y suelto. Varios descabellos. Aviso (leves pitos). En el tercero, estocada casi entera (aplausos).
José Garrido, de grosella y oro. Pinchazo arriba y espadazo entero trasero. En el cuarto, estocada entera contraria (vuelta al ruedo). En el quinto, estocada casi entera (oreja). En el sexto, pinchazo muy tendido, pinchazo suelto. Dos descabellos. Aviso (ovación de despedida).
PARTE MÉDICO
López Simón fue tratado en la enfermería de una "alcalosis respiratoria con cuadro vasovagal que le impide continuar la lidia Pronóstico leve". Se le suministró "asistencia respiratoria y ansiolítica".