Hace exactamente un año Víctor Barrio hacía el paseíllo en Madrid. La última vez que se le vio vivo en esta plaza cumplía años, 29. Una corrida de Baltasar Iban para celebrarlo. No llegaría a cumplir los 30. La vida cambia tanto en 365 días que hasta es posible que no avance más: un toro lo reventó en Teruel un mes después y queda la sensación de que el toreo ha ganado algo con eso. No se sabe exactamente qué, pero aquella imagen, la de un joven inerte tendido en la arena, tan cruda, real y horrible, le ha dado una vigencia renovada a una profesión entendida al revés fuera, mal vendida desde dentro, y todo lo que ha recibido de la primera plaza del mundo ha sido un sencillo minuto de silencio el día de su cumpleaños: el homenaje apagado, reaccionario. Una muerte así hay que celebrarla con vida, no con un paseíllo marchito. No sé.
La tarde comenzó anclada exactamente ahí. Y atravesó fases somnolientas, pesadas, con la memoria azorada, las horas de vuelo acumuladas. El tercero se llamaba Panadero y fue el más bonito de una corrida de escuadra y cartabón de Pereda. Sobresalían las aristas, astifinos, las hechuras esculpidas en la sima de algún lugar lejano. Toros del barro, alumbrados por alguna brujería. Panadero tuvo un aire diferente. Pesó 550 kilos, estrecho de sienes, tocado arriba. Redondo. La lidia transcurrió plana. Los banderilleros marcaron por detrás y por delante la zona donde tenían que caer los arpones, precintando el hoyo de las agujas. Do not cross. Gonzalo Caballero -blindado por Muniaín y Froilán, orientado- brindó fúnebre al cielo, sosteniendo en la montera la mano imaginaria de su padre. La soltó como si pensara no volver a cogerla. El inicio de faena no desarrolló todo lo necesario: tras dos doblones se puso a torear inmediatamente entre las rayas, sin rematar, precipitado, para volver a empezar de nuevo. El toro salía derrapando del muletazo con el tranco de manso. Tenía un buen tramo de embestida. Mejor al natural. Se iba tanto que dejaba descolocado a Gonzalo Caballero. Volver a empezar siempre, bajo las quejas de los cruzados. A lo mejor si aprieta más, tocando antes de los silbidos, lo dejan. La faena transcurrió a medio cuajar, sin romper, buscando el pitón contrario sin ligazón y por ahí se precipitó hasta la buena estocada, fulminante, haciendo bien la suerte, con la que se desparramó Panadero.
Igual que al sexto. El acero se enterró deshaciendo la jungla de pitonazos, el cabezazo de napalm. La pierna arrastrada, la mano izquierda bajo la badana y la gamuza sobre la fiera, aterrizando en la carne, completaron el kit de Caballero para escalar al último, un gigante de 610 kilos y atravesarlo. La testuz a la altura del flequillo. Lo ahormó un buen puyazo. El tranco del toro acortó la distancia hasta el matador, situado en los medios. El toro se defendía a plantillazos. Tenía un tramo medio qué. Otro defendiéndose. Agradeció el trazo limpio de unos derechazos al principio. Caballero le ganó la distancia. El toro llevaba ahora la cara por el palillo. El tranvía que acabó con Gaudí humillaba más. Dos naturales descendieron por debajo de la pala. Meritorio bajar la mano hasta ahí. Orientado, se enroscaba la víbora en los pases de pecho. Firme, aguantó el tirón. Le sorprendió el toro alguna vez y no pestañeó. La faena tenía una emoción contenida que no llegó a desbordar. Las manoletinas en el filo anticiparon el espadazo. Arrastrada la fiera, tan larga como el tiro de mulillas, el joven matador dio una vuelta al ruedo que apuntilló la tarde.
A Morenito se le vio más espeso de ideas que su primer día. El primer toro de la tarde era un castañazo, largo, degollado. Desde el morrillo a los pitones había un tercio de la longitud del bicho. Muy soso, como su apariencia. Pasaba sin más. Morenito puso de su parte en el inicio. La chispa se congeló. Hasta el tercio salieron los dos con un trasteo de arquitectura dormida, somnolienta. El pereda perdía las manos, flojo, con la cara por arriba. Morenito, con la fórmula apuntada en la palma de la mano, repitió el plantemiento de los albores de San Isidro. Entre las dos rayas, con el muletazo desembocando en el '7'. La faena, sin embargo, transcurrió con el único sobresalto de la pérdida de manos de Viajero.
Se fue a portagayola. De rodillas estaba Morenito tragando quina. Salió un toro feo, con anteojos negros, despegado del suelo. Se miraron a los ojos como en las mejores despedidas. Sonaba en mi cabeza "Esta no es manera de decir adiós", que cantaba Morente por Cohen. Y se fue el toro con un trote insolente, con sus cincos años a cuestas. Tres verónicas intentaron compensar el trago no resuelto. Le dio sitio con la muleta. Medio muletazo sí tenía, o eso parecía. Corrió la mano Morenito. La faena no terminó de despegar a pesar de los intentos. No arrancaba aquello. Se difuminó entre buenas intenciones. Una victoria moral hasta que una voz deshizo la comunión. "Ni uno, Morenito, ni uno", le gritaron. Despertó el matador y la última tanda fue calurosa, pero tarde. El final, de buen aire, igual, sí pero no.
También caminó hasta chiqueros Fandiño. El toro soltaba la cara en la muleta como un látigo. Un bicho para apostar. La moneda no voló porque no la lanzaron. Era un trago estar delante, pero antes a Fandiño le valían así. El toro se frenó, husmeaba por debajo de los vuelos. Se apagó. Un tornillazo lo mandó todo al traste y la la actuación se deslizó de la épica al bostezo. De camino al caballo, el segundo pegó un bote como si tuviese flubber en las pezuñas. No se acoplaba al propio tranco, parecía. Montado, una banderilla se derramaba por la testuz. Fandiño se abrió por cambiados. Daba la sensación de que no se lo creía. Una tanda abigarrada cogió el relevo. Corregidos algunos problemas, más cerrado el toro, hubo momentos intensos por el lado izquierdo. No se entregó nunca, con esa actitud desafiante, incipiente, sin descolgar. La suerte suprema tuvo un poco de todo lo anterior: salió el toro, Fandiño aprovechó y enterró media espada.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Lunes, 29 de mayo de 2017. Decimonovena de feria. Media entrada. Toros de José Luis Pereda, no se tenía el 1º, de intenso pitón izquierdo el montado 2º, si entrega el mansito 3º que se dejó, un 4º con medio recorrido, descompuesto el 5º, no humilló el 6º.
Morenito de Aranda, nazareno y oro. Pinchazo y estocada trasera y casi entera (silencio). En el cuarto, espadazo casi entero y bajonazo. Aviso (silencio).
Iván Fandiño, de azul eléctrico y oro. Medio espadazo trasero. Un descabello (saludos). En el quinto, estocada desprendida (silencio).
Gonzalo Caballero, de gris perla y oro. Estocada casi entera fulminante (saludos). En el sexto, buena estocada. Un descabello. Aviso (vuelta al ruedo).
Parte médico
El matador Iván Fandiño sufre una herida inciso contusa en el dorso del 4º dedo de la mano derecha.
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