López Simón afrontaba su última tarde en San Isidro sumido en un periodo de apnea. Sobre el ambiente pesaba un quizás. Pesaba. Cojito desfiló desde chiqueros con 649 kilos como mochila, bien repartidos, la verdad. Castaño, chorreado, sobre la piel partían algunas líneas atigradas. En las selvas de Vietnam no han visto algo igual. Una línea más clara recorría el espinazo de la enorme y astifina pintura, algo más abierto de cara. La expresión para cavilar remataba el trapío. El morrillo se escondía en toda esa longitud. Cojito vio en el caballo el enemigo a batir. Como si estuviera cargado de explosivos, se lanzó contra el peto. La deflagración volcó la montura con la metralla de los riñones. Tito Sandoval se agarró a la segunda. Otro empellón mortal sacudió la cabalgadura. Sandoval majó el puyazo de la feria, sujetando al caballo con las dos manos.
Quedaba valor para aguantar otra acometida con el palo vertical, la puya encendida, un crespón sanguinolento recortado sobre el gris de la piedra. De nuevo se hundió abajo Cojito. La gente rompió la tensión con una atronadora ovación. Toda la plaza se levantó como un rewind de fichas de dominó. Saludó el picador desde el callejón y los aplausos le siguieron en su camino al patio. Sonaba en estéreo la plaza. López Simón brindó al público con la tarde embalada. Se echó de rodillas y el toro fue con todo. De la media docena de muletazos quizá uno. El resto con toda la intención, es verdad. Las zapatillas fuera. Esta vez sí, parecía. El último cartucho tenía una embestida con motor, explosiva, desde los pechos, y volcaba la cara con el muletazo rendido abajo. Planeaba Cojito. Sin embargo López Simón optó por reducir los espacios, no conceder un milímetro. La faena repetidísima. No se ahogaba el toro, todavía con la chispa crujiendo. En la siguiente serie se rindió el matador. Un tirón echó a Cojito al suelo. También otro natural. El toro ya no era el mismo. Metía la cara con el pitón de fuera, se daba la vuelta del revés. Lo que tenía ya lo entregó: la última tanda sobre las rayas sólo sirvió para firmar una esquela. La espada rebotó en un pinchazo tapa bocas. Es que la espada... A la segunda cerró las compuertas el bicho.
Antes, Perera se enfrentó a Cantapájaros. Quitó por gaoneras, caleserinas y remató con una larga. En su primero las chicuelinas fueron un rodillo, pasándoselo tan cerca. Qué suave embestía el toro. La profundidad en el tranco tendido. Metía la cara despacio, buscando bambas. Miguel Ángel Perera lo embarcaba sin toques. Tenía Cantapájaros el son para torear despacio. Lo redondeó Perera con ese muletazo largo, en calma, planchado. Otra dimensión con la mano derecha. El extremeño iba edificando la faena, arquitectura de la técnica, con las pausas. El toro ya guiñaba a las tablas. Recuperaba ese tramo Perera, adelantando pierna y muleta, reuniéndose con él. Se quedaba más corto al natural, exprimido. La cara ya a media altura. En esas, casi de espaldas el matador, levantó un pase de pecho enorme, tan despacio, sedado Cantápajaros, en dos tiempos. La plaza estaba convencida. Los circulares llegaron con el toro mirando ya al carnicero. Lo mató de una buena estocada, haciendo la suerte igual que había toreado.
Saltó Beato -otro histórico de la casa- para Roca Rey completando el emparedado al matador de Barajas. El toro negro, con el pitón blanco, tenía una cara muy torera. Distraído, recorrió la plaza. Barbeando las tablas. Rondaba al caballo que guardaba la puerta, siempre con un mirada de reojo. Allí recibió dos picotazos, uno por la parte abierta del peto. La querencia por las tablas puso en un aprieto a un banderillero, tapado con el capote, que incrustó el toro entre la fractura de las tablas. El quite de Roca lo expulsaba de nuevo hacia allí. A solas, las gaoneras lo recogieron por fin. La tierra prometida llamaba. Los estatuarios abrieron las ventanas y el matador acabó donde quería Beato. El primer muletazo redondo se siguió como un acontecimiento. Metidos en tablas, Roca Rey bajó la mano y el toro respondió. Embarcado con los gatillos de las puntas, metiendo la cara. Había intensidad. Faena de destellos. Acabaron en la puerta de chiqueros. Allí se escapó un buen natural. Le costaba una barbaridad al toro hacia fuera, claro. Roca se metió entre los pitones, fue el único que vio claro el cambiado y lo cazó de nuevo con la derecha. Soberbia en los desplantes, en esa forma de caminar, de llenar el escenario. Dos circulares se lo dejaron llegar. Mató en la suerte contraria. Aullaron los tendidos con la petición.
Con el tercero lo tuvo en la mano López Simón, como prólogo a la oreja del peruano. Perfecto para golpear primero. Hubo un bosquejo de actitud. Las verónicas no remontaron nada, con el toro además por dentro. Fue al caballo arrastrando el alma. La gente protestaba. Morante miraba a los pañuelos verdes de su alrededor como un turista a los legionarios. López Simón brindó al Rey y desde allí, en terrenos del '4', se puso a torear. El toro, sostenido por hilos de cristal, acudió ligero. Enganchó López Simón una tanda de las de antes, con transmisión, corta y ligadísima. El victoriano con clase huérfana de fondo. La gente entró en la rueda de la cintura. Lo rozaba LS: se le veía dar las primeras bocanadas de aire en todo el año. Ni en Valencia. Con la boca por fin fuera del agua la faena siguió en ese estilo, jaleada. Simón acortó los espacios en cuanto pudo. Y el toro se vino algo abajo. Los enganchones descendieron al conjunto del otero, devolviéndolo al llano. El castaño tiraba un gañafón al final, intentando coger la muleta por pereza, incapaz de ir más allá, y templó poco el madrileño, levantado el pie, agarrado a las sensaciones reencontradas hace sólo un instante. Como si ya estuviera todo. Empezaba a llenarse el depósito de confianza. De nuevo por la derecha, una última serie inocentona, con los dos pensando en sus cosas. López Simón era el de 2015, una vuelta atrás, pero sólo de dos años. Un éxito para él, visto lo visto. Las luquesinas y los cuatro líos terminaron de convencer al sol. Fácil con la espada, recogió una ovación. Otro lote al limbo.
Excepto media tanda de naturales, Perera inauguró la tarde a muchos kilómetros de Las Ventas, de la que se fue alejando poco a poco. El toro, gris, con un veta escondidísima de emoción, se aburrió. Roca Rey lo intentó con el sexto, también deslucido. Una oreja le separaba de la Puerta Grande. No se dejó meter mano tampoco. Una buena estocada abrochó la tarde. Morante tardaría casi 40 minutos en abandonar el siete.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Miércoles, 31 de mayo de 2017. Vigésimo primera de feria. No hay billetes. Toros de Victoriano del Río, se rajó el gris 1º, bueno el frágil 2º, manso con clase el 3º, templado 4º que se rajó, bravo el 5º, 6º deslucido.
Miguel Ángel Perera, de gris perla y oro. Espadazo atravesado, trasero y suelto (pitos). En el sexto, buena estocada (oreja).
Roca Rey, de corinto y oro. Estocada un tanto atravesada. Aviso (oreja). En el sexto, estocada entera. Un descabello (ovación de despedida).
López Simón, de grana y oro. Estocada trasera. Aviso (saludos). Pinchazo, estocada tendidísima, pinchazo hondo tendido. Varios descabellos. Aviso (pitos).
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