El '7' hace el ridículo: 'Embustero' sirvió
Vigésimo quinta de feria. José Carlos Venegas no se confió con el sexto, un toro al que quisieron devolver y que resultó el mejor de la tarde. Buena actuación de Robleño.
5 junio, 2017 00:28Noticias relacionadas
Al '7' se le está haciendo larga la feria. Han embestido muchos toros y llegan exhaustos a su semana: no han gastado apenas repertorio. El último de Cuadri se llamaba Embustero. Sin duda el mejor hecho. La personalidad incrustada de Comeuñas sin exageraciones. La badana, la forma de los pitones; se intuía algo de nobleza en la expresión. Además, la intención de humillar, algo inédito hasta el momento. La diana perfecta. Salió del caballo y un resbalón se convirtió en una tragedia y las guerrillas empezaron a agruparse por la jungla del tendido. Armados hasta los dientes de pañuelos verdes bailaban alrededor de las hogueras. Embustero estaba señalado. Él sólo quería embestir.
La lidia fue una penosa declaración de intenciones. Era difícil que el toro no gustara. Ellos hicieron todo el esfuerzo posible. ¡Con la de corridas al año que ven! Había comunicación entre los subalternos y la afisión. Todo ocurrió allí en aquellos terrenos, bajo la puerta de Mordor. La brega cambió al toro de un lado a otro estando colocado. Volvió a trastabillarse. No pedía mucha suavidad, pero algo sí. Fue suficiente para iniciar el bombardeo. Las consignas inundaban la plaza, gritos, gente en pie. Un barullo se intuía a lo lejos. Alzadas distintas facciones. Embustero no se comía a nadie. Se dejaba poner las banderillas, esperando un poco. No era el cuadri traidor. Al subalterno Adalid se le caían los palos, pasaba en falso. A cada intento fake se le echaba la culpa a Embustero, lógicamente más quedo después de veinte pasadas.
La ira crecía exponencialmente, sin contagiar al resto de la plaza, que miraba divertídisima. Del toro, toro al fuera, fuera dirigido al palco imperturbable. Se tambaleaba el contubernio de profesionales y entendidos cuando perdió las manos el toro por última vez gustándose: habría que cavar un túnel para echar el capote más abajo. El presidente decidió acabar con aquello: pañuelo blanco. La masa se encendió. Una sola voz recorrió los tímpanos. No sé ni qué decían. Y Embustero embistió. Décadas después, la sombra despertó aplaudiendo. Todo el '7' era un escaparate cristalino. Instalado un silencio culpable sobre la faena, a Venegas le molestó el viento. También otras cosas. Hubo las mismas pausas que tiene cualquiera antes de coger los apuntes. Desconfiado, no terminó de tirar del toro, engancharlo. Es verdad que punteaba al final un poco. En los pases de pechos se vio lo que tenía dentro Embustero. Agradecido a la suavidad, al trazo medido, templado. Venegas sólo lo consiguió ahí. Las bernadinas no tenían la base del convencimiento. Cambió de camino Venegas dos veces. Se decidió por el que estaba más cerca de los medios. El toro lo arrolló, levantando la pierna y el joven matador fue al suelo. Allí, de bruces, el cuadri lo buscó con el hocico, apretando el costado. No tiró un pitonazo. Le perdonó la vida. Sin chaquetilla, asfixiado y dolorido, trazó con la espada un golpe bajo que acabó con la vida de Embustero, el toro más incomprendido de la feria, el toro víctima del populismo.
En la corrida no hubo otro con mejores intenciones. Saltaron los gigantes, alguno mediano: todos con los rayos equis encendidos. Mirones, a la espera, silencio en su peligro. Sicarios, espías agazapados detrás de una puerta, en algún lugar sombrío. Madre mía Pantanoso. Tan largo como era se volvía en un centímetro. Fue el cuarto. Le tocó a Robleño, un hombre hecho a base de tragos de miedo. Desde el saludo con el capote, el cuadri quiso quedarse con el matador. La inercia lo expulsaba y aún así estaba encima. Pantanoso quebraba hasta la física. A Robleño lo salvó el volumen. En la muleta se hizo con él. Cambió de terrenos. Lo llevó a un sitio favorable. Olía a chiqueros allí. Hubo intensidad en los primeros derechazos. Tiraba de Pantanoso Robleño. Un cabezazo inauguró las hostilidades. Qué cuello tenía el toro para derribar montañas. Robleño cargaba la suerte para ampliar el trazo y salvar la embestida interior, cruzada. Cambió de mano a cada tanda para no darle una rutina al perseguidor. Desconcertado el bicho, se acabó parando. Fue cuando el matador dio un paso más. Estaba en su terreno. En casa del contrario, le quitó la muleta, le enseñó el objetivo. Dos veces le aguantó la cercanía en el fajín, dejándoselo llegar: ganó el hombre. Pero pinchó.
A Venegas el enorme tercero lo miró siempre. Quiso lucirlo en el caballo. Jugueteó con el estribo pasándose el hierro de un pitón a otro. Qué trago debe ser ver eso antes de ir a sacarlo del peto. Descompuesto, detrás de la mata. Se colaba, miraba, embestía con el otro pitón. Venegas hizo equilibrio por el alambre hasta que se fue a por la espada. Robleño toreó siempre con la derecha al primero, que desde el capote marcó claramente ese pitón, y sólo dio una tanda al natural. La faena tuvo las diferencias de las líneas. En perpendicular a las tablas peor. Otra cosa en paralelo. El toro acusaba ir a contracorriente. Se dejó sin más.
Volvía Castaño a Las Ventas totalmente recuperado de su enfermedad y volvía el banderillero tercero Fernando Sánchez, special guest. Sánchez se gustó como si vistiera de oro. El escaparate de las duras. Podría anunciarse sólo como banderillero en bolos por toda España. Si se han puesto de moda los monologuistas, por qué no los subalternos. Majó dos pares buenos y uno se cayó. Tres intentos para un tercero. Se resbalaron los del compañero y los suyos. Estaba claro quien los ponía. Debe ser la única cuadrilla de la historia en la que la dictadura del lucimiento la lleva el puntillero. Castaño no le ofreció la muleta porque el trabajo sucio se lo llevan otros. Allí estaba aquel extraterrestre ensillado esperando. Complicadísimo. Qué mal rato para Castaño. Robaba un muletazo, y al siguiente se tiraba el toro a por él. Pitonazos, la cara suelta. En el burladero respiraba Sánchez. No había manera de meterle mano. Soltaba la cara. Miraba a la cara. Lo intentó Castaño con media muleta. Todo esto había ocurrido con la derecha. Aún quedaban los naturales. Pinchó. Con el segundo, de pitón izquierdo potable, se obsesionó por torearlo con la mano derecha, más jodido. Pesaba por ahí. Se jalearon los puyazos, las banderillas y la brega. El matador quedó huérfano de aplausos después. Molestaba el viento. Vio alguna virtud por el izquierdo y en una decisión salvajemente sincera se decidió por la derecha porque a Las Ventas va uno a otra cosa. También a torear. No ocurrió nada.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Domingo, 5 de junio de 2017. Vigésimo quinta de feria. Más de media entrada. Toros de Celestino Cuadri, se dejó por el derecho el flojo 1º, 2º templado por el izquierdo, 3º orientado, embestía por dentro el 4º, no p. asaba el 5º, templado el 6º.
Fernando Robleño, de azul marino y oro. Pinchazo que se soltó y estocada baja (silencio). En el cuarto, pinchazo bajo y espadazo en el número (saludos).
Javier Castaño, de teja y oro. Tres pinchazos. Cinco descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo espadazo tendido. Un descabello (silencio).
José Luis Venegas, de corinto y oro. Medio espadazo bajo. En el sexto, bajonazo (silencio).
Parte médico
Venega sufre traumatismo costal izquierdo con probable fractura costal , pendiente de estudio radiológico.