Sevilla había tomado Las Ventas. Un pelotón cruzó Despeñaperros siguiendo los pasos de su general Dávila camino de otra nueva batalla. La tercera en esta guerra voluntaria. Desactivada la zona de confort, en frente Madrid. Las arenas movedizas de San Isidro, la feria donde no funcionan los guiones. Había un ambiente de toros distinto a otros días en la plaza. No era tanto expectación: la quietud de algunos tendidos contrastaba con la alegría de otros, una mezcla sin cuajar. Qué calor. Casi prende el primer intento de ovación. A la segunda, algunas palmas repartidas por la sombra contagiaron al resto. Dávila salió del callejón e invitó a sus compañeros. El único saludo del toreo compartido por un apoderado y dos de los que fueron sus pupilos vestidos de luces, en una plaza de toros, sobre la cal, en Las Ventas. Aquel instante feliz quedó solo en una tarde que agonizó lentamente, marchita, en dirección contraria a lo previsto.
La corrida de Miura para enmarcar el homenaje de Dávila al 175 aniversario de su fundación fue una birria. Lo contrario a una celebración. Una trampa. No eran toros bonitos: chicos, lavadas algunas expresiones, el perfil diluido, simples en su extensión. Qué flaqueza. La terrible debilidad desbarató el plan de Dávila desde el primer instante. El segundo tenía un cuello fino y largo, descolgado, la cara le caía un palmo desde el morrillo plano, cuesta abajo. Pero no se tenía. Las protestas empujaron la lidia hacia el tercio de banderillas. La situación se hacía insostenible. Dentro esperaba un sobrero de Buenavista, qué ironía. El sarcasmo se hizo carne en los 580 kilos de Iluminado. La cara del matador reflejaba la contradicción. De venir a pasar un trago a pasarlo realmente. Delante, un castaño enorme abierto desde los pechos blindados. La badana, los pitones, esa expresión seria de checkpoint berlinés. Pasó mucho tiempo en la ducha de la puya, concentrado, metiendo la cara. Las banderillas le cayeron como puntos cardinales, una en cada región del lomo. Simplemente no hubo acople entre toro y matador. Iluminado tenía buena condición, un premio latente en sus arrancadas. Dávila no lo vio. No hubo nunca conexión. Peor: fue evidente. Un desarme al final escenificó todo lo que ocurría. Dávila no terminó de asumir el cambio hasta la segunda estocada, fulminante, cuando despertó.
El quinto tenía una altura de tres pisos. Todo eso se fue al suelo, un revuelo de zancos, pezuñas, de esos pitones anillados, desparramado delante del peto. Enterró después la cabeza en el suelo y ya no había marcha atrás: pañuelo verde. Dávila Miura pareció llevarlo mejor. Saltó otro enorme, redondeado por la sangre. Sin descolgar, un torazo en toda su amplitud. La seriedad cristalina por la piel camuflada en la arena, en ese tono colorao claro, axiblanco. Miraba Nauseabundo desde unos ojos enormes, claros. No iba a matar ya ningún Miura. Los doblones fueron un tanteo, un roce de puños. Dávila se puso por la derecha. El toro tenía algo de chispa, no se se iba del todo de la muleta, recogido el trazo. Sin reunión. Sí cogio la distancia Dávila luego. El toro repetía. Esa tanda fue más redonda. Largos los pases de pechos con la izquierda, volcado el matador hacia delante. Al natural el toro tenía más clase. Suave, con recorrido. Toreó templado, enganchando, pero la faena no terminó de romper. Algún ole. Le afearon la colocación con saña. La última tanda, al natural con la derecha. Cerró al toro con unos ayudados. Había una quietud de triunfo diluido. La espada se enterró dura, tiesa y mortífera. Cayó Nauseabundo sin puntilla con los trofeos agarrados, arrastrado bajo una fuerte ovación. Dávila saludó una división de opiniones torerísima.
Rafaelillo buscó el pulso de la intensidad con Torrijo, un santacoloma de Miura. Enorme el toro, cárdeno de campiña. Pasó del farol de rodillas a las verónicas en pie y genuflexas, arrancadas, estirando todo su cuerpo enjuto, en un palmo de terreno, asfixiante. El toro tenía un galopín extraño, una intención rara de embestir. Su flaqueza se lo impedía. Brindó Rafaelillo al público. Y Torrijo inició la retirada. Frenándose de manera progresiva, en el cuarto muletazo lo encontró Rafaelillo llamando al timbre. Pegajoso, trató de imponerse el murciano desde el toque. Un tornillazo lo encontró: parado el toro, sólo con un movimiento de cabeza acertó en el muslo izquierdo y en el pecho, escurriéndose el pitón por la axila. Rafaelillo parecía un monigote trasteado por aquella fiera indolente, pasota hasta para hacer daño. "Esta es la hora", pensó el matador. Desprendido de la chaquetilla, abierto el chaleco, comenzó la perfomance. No dio tiempo a excavar trincheras. No le dejó el toro. La imagen era divertida. Rafaelillo le buscaba las vueltas, le aguantó dos paradas, se metió con él y Torrijo allí estaba, en la sala de espera de su destino, observando aquel desplante sin color. Iba y venía la cojera. Un grito acompañó la estocada y Rafaelillo recogió la montera desmadejado, blanco, con gestos de rabia. Luego recuperó la compostura.
Qué fácil estuvo con el primero. Muy soso el toro, se dejó. Lo enganchó al natural con los vuelos, dándole la ventaja, un poco de sitio. Vertical con la derecha, hubo momentos buenos sin transcendencia.
Rubén Pinar quedó inédito. No hubo rastro de toro con el anovillado tercero, huida la seriedad, triste, simple. Causó estupor la presentación. Hubo gente palpándose las chaquetas por si acaso. Lo hipotecó además la falta de fuerza, rebrincado, deslucido. Un guiñapo, un borrón, ¡casi un chiste! Las mazorcas obesas del sexto resplandecían en el ocaso de San Isidro, en el límite del domingo, en esta derrota absoluta.
Posdata: Suena Propuesta indecente en alguna galería interior de Las Ventas mientras escribimos. Cómo va a terminar la feria.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Domingo, 12 de junio de 2017. Última de feria. Casi lleno. Toros de Miura, se dejó el soso 1º, sin celo el 3º, 4º parado, vacío el 6º, uno de Buenavista (2º bis) de buena condición y uno de El Ventorrillo (5º bis) bueno.
Rafaelillo, de azul eléctrico y oro. Pinchazo hondo trasero. Dos descabellos (silencio). En el cuarto, espadazo trasero y caído (saludos).
Dávila Miura, de verde y oro. Pinchazo y buena estocada (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada casi entera (división de opiniones).
Rubén Pinar, de azul pavo y oro. Pinchazo, pinchazo y espadazo delantero casi entero (silencio). En el sexto, estocada entera. Varios descabellos (silencio).
Parte médico
Puntazos corridos en la cara interna del tercio superior del muslo izquierdo y axila derecha. Pronóstico grave.