Cuando yo era pequeña y veía en la televisión las imágenes del Papa y sus cardenales, todos ellos vestidos con esos ropajes rimbombantes, me preguntaba más de una vez si llevarían pantalones debajo de tanto faldón.

Curiosidades de la niña que fui que en estos días me volvían a la cabeza. ¿Por qué? Pues por las cosas que decía otro papa, en otro tiempo y en otro momento, pero vestido con los mismos ropajes rimbombantes. Y con una mentalidad más parecida a la de aquellos tiempos de lo que suponíamos. Veamos si no.

Hace unas semanas, salía a la luz un comentario cuanto menos desafortunado de Su Santidad, que decía que en los seminarios había demasiado "mariconeo", para, a continuación, vedar la entrada a los homosexuales. En cuanto a lo segundo, hay que apuntar lo difícilmente constatable que es la orientación sexual de una persona si no lo reconoce abiertamente, y no parece ser el caso.

En cuanto a lo primero, y por más coloquial que fuera el ambiente donde se encontraba el pontífice, no están las cosas como para andar soltando esas perlas, aun cuando se pudiera intuir el propósito con el que se decían. Ha sido demasiado grave lo sucedido con la pederastia en el seno de la Iglesia durante tanto tiempo como para frivolizar, aunque sea con los términos.

Pero se ve que las perlas, como las de un collar, iban ensartadas, y no tardó en saberse de la siguiente, igual de alarmante que la otra. Decía el santo padre que "cotillear es cosa de mujeres" y que "los hombres llevamos los pantalones y tenemos que decir las cosas". Así que el pontífice, sin saberlo, ha resuelto la duda de mi infancia. El Papa lleva pantalones.

Pero no solo eso, también me ha descubierto muchas más cosas. Y es que, por más pátina de modernidad que intenten dar a la institución, y por más que nos vendan que este papa ha venido a actualizar la Iglesia, todo sigue igual, o parecido.

Llevan las mismas ropas rimbombantes -con pantalones debajo, ahora ya lo sé- y son prácticamente igual de machistas. Porque utilizar tales estereotipos, rancios además de inaceptables, es machismo con todas las letras, por más que se quiera poner la excusa de que se dijo en un ambiente coloquial. Porque el machismo es machismo en público y en privado, en una tertulia de café o en el púlpito.

La cuestión es más importante de lo que pueda parecer. Porque, más allá de la religión que se profese, o que no se profese, la autoridad del Papa de Roma sigue teniendo mucho peso en el mundo. Especialmente para los fieles, pero también para quienes no lo son. Por eso la llegada del papa Francisco supuso un soplo de aire fresco para todo el mundo, y por eso también ese aire fresco se nos ha enrarecido hasta volverse difícilmente respirable.

Hay quien se empeña en quitarle importancia, en relativizar sus palabras y decir que se han sacado sus frases de contexto. Pero hay cosas que no están bien, se trate del contexto de que se trate. Y el machismo es una de esas cosas.

Así que, ahora que soy mayor, he descubierto que los papas y los cardenales llevan pantalones, entonces y ahora. Pero también he descubierto que, igual que eso no cambia, hay muchas cosas que tampoco lo hacen. O que, al menos, cambian mucho menos de lo que deberían.

Ahora solo cruzo los dedos para que el collar no traiga más perlas de estas, aunque se trate de las cuentas de un rosario. Porque no está el horno para bollos.