Edificios suspendidos en el aire. Miradores y ventanas que retan al vértigo y a la propia naturaleza. Construcciones que, aunque pueda parecer contradictorio, huyen del peligro y aseguran la vigilancia sobre cualquier enemigo. Viviendas sobre barrancos, frecuentemente con vistas al mar, ríos o valles, por los que ningún enemigo podría alcanzarlas. Desde la altura es posible observar el entorno como si lo hiciéramos desde el nido de una gran ave rapaz. Una antigua forma de proteger la vida y dotarla de una especial conexión con la naturaleza. Refugios seguros y, en muchas ocasiones, sagrados.
Meteora, en Grecia
“Rocas en el aire” el nombre más apropiado para definir las construcciones que se alzan en la llanura de Tesalia, en el norte de Grecia. Meteora es una ciudad sagrada situada sobre grandes masas rocosas grises modeladas por la erosión, algunas alcanzan los seiscientos metros de altura. Sobre ellas se alzaban 24 monasterios bizantinos, de los que apenas trece continúan en pie y solo seis se mantienen en uso y son visitables. Muchos de los cenobios fueron destruidos, durante la Segunda Guerra Mundial, por los alemanes que trataban de aniquilar a la resistencia griega, refugiada en ellos.
Pero su historia se inicia en el medievo. Desde el siglo XI, los ermitaños escogieron las cuevas y fisuras de las rocas como habitáculos. Y, en el siglo XIV, atraído por este refugio de paz y meditación, el monje Athanasios Koinovitis se trasladó a Meteora con un grupo de devotos y se inicia la construcción de los inexpugnables monasterios bizantinos. Tan solo rudimentarios columpios y cuerdas permitían el acceso a los recintos sagrados y una vez retirados se convertían en fortalezas, casi invencibles.
En el valle, a apenas diez kilómetros, la ciudad de Kalambaka recibe a los curiosos. Desde la distancia, esta pintoresca ciudad, anclada siglos atrás, ofrece una magnífica imagen de Meteora. Una serie de colinas, similares a gigantescas columnas separadas, sobre las que se asientan los increíbles monasterios. Los cenobios se turnan para recibir a los visitantes y no romper su clausura. Tan solo alguna de las monjas o monjes, elegidos, pueden tener contacto con los turistas. Actualmente, sinuosas carreteras permiten llegar a la cima, aunque siempre hay algún atrevido que prefiere practicar la escalada.
Las casas colgadas más famosas
Hace siglos, este tipo de edificaciones eran populares en Cuenca. Toda la pared de la hoz del Júcar exhibía sus casas colgadas. Sin embargo, actualmente, tan solo quedan tres en pie. La “Casa de la Sirena” y las dos “Casas de los Reyes” fueron construidas entre los siglos XIII y XIV y restauradas en el siglo XX. Ahora, albergan un vistoso restaurante y el Museo de Arte Abstracto de Cuenca.
Muy cerca, por las callejuelas de la ciudad castellano-manchega, resulta encantador recorrer los restos de la muralla árabe de la que se conservan dos magníficos cubos y el arco de la puerta de entrada. La catedral atesora ocho siglos de la historia del arte. Iniciada en el gótico, renovada por el renacimiento y adornada por el barroco hasta alcanzar el neogótico, posee magníficos vitrales creados por artistas como Amadeo Torner, implicado también en el nacimiento de su famoso museo de arte abstracto.
El arte natural posee una increíble manifestación en Cuenca. El origen de la Ciudad Encantada se remonta a noventa millones de años. La acción del agua, el viento y el hielo han regalado a la ciudad castellano-manchega un original paisaje decorado con una mar de piedra, hongos, osos y otras preciosas formaciones geológicas que resultan hermosamente sorprendentes.
Manarola, Italia
Pintoresco pueblo colgado de una gran costa rocosa que se extiende hacia el mar. Las casas y sus fachadas de colores permanecen apretadas unas contra otras, conformando un precioso conjunto. Su Vía de Mezzo o calle principal reúne numerosos restaurantes, bares y negocios de artesanos y artistas locales que muestran objetos tan coloridos como el mismo pueblo. Aunque el castillo de Manarola casi ha desaparecido sus ruinas forman parte de las paredes de las casas que dan al acantilado. Sus formas recuerdan a las antiguas casas-torre construidas, en los comienzos de la Edad Media, para defenderse de los ataques turcos y de los piratas.
Curiosamente, entre las casas altas y estrechas aparece una pirámide blanca, símbolo de la sabiduría, que indica a los navegantes cómo llegar a puerto sin encallar entre los arrecifes. Además, las barcas han de izarse a pulso, con cuerdas, desde el puerto hasta una terraza situada a los pies del pueblo, ya que no existe embarcadero.
Manarola forma parte de las Cinque Terre. Cinco tierras o pequeñas localidades, bañadas por el mar de Liguria, que constituyen una de las más vistosas joyas de Italia.
Falesia de Bandiagara, Mali
Es una gran formación rocosa. Los acantilados de Bandiagara constituyen una grieta gigante en la roca. Una frontera natural que separa la sabana del desierto de Mali. Alrededor del siglo XI fue habitada por los pigmeos del África subsahariana. Sus construcciones típicas tienen forma de cono y están excavadas en la roca. Observadas desde el frente exterior parecen estar colgadas de un precipicio. Para las tribus locales, la brecha fue abierta por los demonios que pretendían regresar a su mundo.
En el siglo XV, durante su peregrinación por África, el pueblo Dogon descubrió el acantilado y edificó su reino en las paredes de Bandiagara, en secreto. Los edificios, que adornan el acantilado, están fabricados con arcilla, paja, barro y estiércol de ganado. Desplazarse entre los acantilados evidencia grandes conocimientos de alpinismo. El objetivo del pueblo Dogón queda cumplido a la perfección. La ciudad mantiene un camuflaje perfecto, tan solo es posible observarla a menos de diez metros del acantilado. Para entonces, el invasor ya habría sido neutralizado.
Rocamadour, Francia
En la Edad Media, la aparición del cuerpo momificado de San Amador acrecentó la popularidad de las pequeñas ermitas excavadas y construidas en la roca. Desde ese momento, Rocamadour se convirtió en uno de los grandes centros de la cristiandad y se inició la construcción de santuarios, convirtiéndose en ciudad sagrada y lugar de peregrinación. Es el segundo lugar más visitado de Francia, después del monte Saint-Michelin e infinidad de peregrinos acuden anualmente a sus siete santuarios.
Ubicada sobre un acantilado calizo, la ciudad domina todo el Cañón de Alzo. Un elevador y un ascensor facilitan el recorrido de 155 metros por el interior de la roca y permiten llegar descansado. Los más decididos prefieren contar los 216 peldaños de la Gran Escalera que conduce a la plaza de las iglesias, entre las que destacan la Basílica de Saint-Sauveus, la capilla de Saint-Michel y la Capilla de Notre-Dame o capilla milagrosa. Es, precisamente, en esta última en la que se guarda la estatua de la Virgen Negra, datada en el siglo XII. Desde la misma plaza se accede al Palacio Episcopal y el Museo de Arte Sacro.
En lo alto de la pared caliza se alza el castillo de Rocamadour. Su situación privilegiada permite contemplar toda la ciudad sagrada y los alrededores. Sin embargo, tan sólo es posible visitar sus murallas y sus preciosos jardines, ya que es castillo es propiedad privada.