Cuando Yolanda Díaz nos convirtió a todos a la religión de la Hoz... y el Martini
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Bienvenidos al escrache telemático. ¡Al escrache civilizado! Ya les dije que aquí la innovación era puro vicio. Llegamos los de la barra del Wake Up al filo de las cuatro. Nos topamos con tres manifestantes. Llevan una bandera europea a la espalda y un cartel en inglés que suplica la revisión de los contratos temporales en el sector público.
Quieren pedirle cuentas a Valdis Dombrovskis, el vicepresidente de la Comisión Europea. No saben que este señor interviene a través de una videollamada. Me apiado. Dudo, pero me acerco y se lo digo: “Disculpen, pero el escrachado está a miles de kilómetros de aquí. Por si quieren irse a casa y escracharle por Twitter…”.
Conste en acta que algo de razón tendrán. Un “Dombrovskis” sólo puede ser el malo de Star Wars o un guerrero sanguinario de Juego de Tronos. Me dan las gracias, me dicen que se van a quedar un ratito y me facilitan un correo electrónico “por si usted quiere información”. Qué gente tan simpática. Si es que en Europa se hacen las cosas de otra manera. Los escraches de la Unión parecen canto gregoriano en comparación con los debates del Congreso.
Aparece Yolanda Díaz, vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo. Intento ser periodista. Afilo la pluma, pero sus “buenas tardes” vuelven a convertirme en gacetillero. Yolanda tiene algo muy peligroso. Al político español suele caracterizarle una amabilidad impostada, de esas que cargan el ambiente. No es el caso. Yolanda pregunta qué tal y se interesa de verdad.
La miro a los ojos. La escucho. No soy capaz de vislumbrar el comunismo revolucionario de su juventud. Ay, Yolanda, ojalá hubieras comandado tú la Revolución Rusa. Ya que hablamos de religiones, permítanme el símil: Yolanda avanza por la Casa de América como si fuera el río Jordán. Yolanda la Bautista convierte a cada empresario que se le acerca. Aquí, en la barra, ya hemos dicho amén. Todos bautizados en la filosofía de la Hoz y el Martini, que diría García Serrano.
Cuando, por fin, alcanza el escenario, llama a la flexibilidad; y el Ibex hace flexiones. Yolanda dice que está “convencida” de un montón de cosas. Nosotros, ya se nos pasará, pues también. La miro a los ojos. La escucho. ¡Ay, Yolanda, dónde está tu revolución! ¡Déjanos ver el martillo!
Los de la barra recordamos las clases de Filosofía en el colegio. Karl Marx era uno de los autores que entraba en la Selectividad. En los apuntes, aparecía algo así como un programa por puntos. Un comunismo por fases. Las primeras eran las típicas: el hambre, la lucha de clases… Pero, al final, se alcanzaba una especie de paraíso terrenal. Ahí debe de estar Yolanda.
Queremos saber más de ella. Pablo Iglesias le ha dejado en herencia la vicepresidencia, pero también el partido. La perseguimos, le preguntamos por lo que viene. Ella jamás lo dirá con estas palabras, pero no tiene pinta de querer encarnar el liderazgo morado. Se nos ha olvidado, ¡pero es que ni siquiera es de Podemos!
Yolanda, en un corrillo con las pertinentes distancias de seguridad, nos cuenta más de ella… porque le insistimos. El político suele sufrir otra enfermedad terrible, la de hablar continuamente de sí mismo. Primero ella pregunta por el periódico, por la hija de un compañero, por muchas cosas. Ahora, sí.
Yolanda Díaz Pérez tiene 49 años. Es de Ferrol. Allí la gente es de derechas o de izquierdas. O militar o mili…tante del sindicato de astilleros. En su familia hay un poco de todo. Ella eligió el comunismo, pero no ha roto con nadie. ¡Pobre Lenin! ¡Si levantara la cabeza!
Yolanda no hace funambulismo patrimonial. Echa de menos el mar. Cuando el poder la abandone, quiere volver a Ferrol, ponerse la toga y ejercer la abogacía. Como Garibaldi, que tras fundar Italia sólo pidió un trocito de tierra para cultivar.
Yolanda se va y los de la barra apuramos el Martini con esa melancolía de domingo por la tarde de la que hablaba Cocteau. Cuando, de pronto, en la pantalla, aparece el temible Dombrovskis.
El Wake Up nos había sumido a todos en una nube de felicidad. Los fondos parecían maná caído del cielo, pero ojo, que el vicepresidente de la Comisión Europea percibe “debilidades” y no ve claro que todo esté en orden. Sánchez, Bruselas no es España. Allí no se puede decir una cosa y hacer la contraria. Si la cosa se tuerce, manda a Yolanda.