Les Fogueres de 1934 supusieron el cénit del periodo republicano, con treinta y cinco comisiones participando en una fiesta que ya contaba con diversas barracas y hogueras infantiles. Baste decir que entonces Alicante contaba unos 75.000 habitantes, y dichas cifras no se igualarían hasta 34 años después, en 1968, cuando la ciudad ya agrupaba 155.000 vecinos.
Era una fiesta sin ofrenda, vestidos de novia alicantina o trajes del siglo XVIII, pero si contábamos con la foguera de Orán y, por única ocasión, con una representativa de Madrid, que se ubicó en el solar donde hoy se ubica el Banco de España, junto a la Rambla, a la postre inmerecida triunfadora de la edición.
Las hogueras asumían unos rasgos comunes estilizados dominados por ecos de cercanas vanguardias, y se encontraban enormemente difundidas por las revistas gráficas de alcance nacional, que adornaban un festejo que apenas vivía su séptima edición, con un alcance que jamás pudieron intuir sus promotores en el fundacional 1928.
Aquel año, junto a las reconocidas creaciones de Gastón Castelló, y al aporte de otros muchos artistas plásticos locales a través de su arte efímero, destacaría la humilde, casi escondida propuesta que, a la postre, supondría la única creación para el arte foguerer, del que décadas después, y tras unos últimos y tristes años de existencia personal -y genio creativo- sería considerado mejor pintor alicantino del siglo XX; Emilio Varela Isabel.
Varela, como el conjunto del mundo artístico local, ya había participado en varias facetas de les Fogueres, como ser jurado de las primeras belleas del foc. Sin embargo, poco antes de las fiestas de 1934 escuchó de un grupo de santacrucinos las dificultades que albergaban para poder plantar su foguera de Santa Cruz.
Su instinto le empujó a ofrecerse como autor de un diseño que asumió como “espiritual”, y que se ubicaría en las escaleritas de inicio de la calle de San Rafael. Para ello, ideó una sencilla creación configurada en un doble bastidor central, que se caracterizaba curiosamente en una trasera dispuesta a modo de inusual hornacina.
Ensomit del bon alicantí se disponía en tres grandes lienzos, y su base inferior aparecía cortada en forma de sierra, al objeto de poder encajarse en su escalonado escenario. Ambos lienzos proponían estampas de marcado y al mismo tiempo universal alicantinismo; el porrate de la Candelaria, la Condomina… Todo ello, además, ensalzado por la explicación realizada por Eduardo Irles, con aquellos inspirados versos enlazados bajo el título de Romanç del bon alacantí.
El conjunto, un canto a nuestra tierra, recibió las 750 pesetas del primer premio en la categoría B, y la visita generalizada de cientos de alicantinos, ante una obra tan sencilla como digna de elogio generalizado, de la que lamentablemente no podemos disponer de imágenes en color, aunque en nuestro Archivo Municipal se conserve enmarcado el boceto realizado por Varela, que vislumbra la gama cromática expresada en esta inolvidable foguera.
Tan solo se indultó la sencilla tartaneta de fira ubicada en su base, que fue entregada al presidente de la Diputación como ofrenda a los niños de las casas de beneficencia. A modo de metáfora, cuando las llamas consumieron esta obra sencilla e histórica, que estoy seguro de que sus espectadores no imaginaban que en aquellos instantes consumieron en su Sant Joan unas obras artísticas que, hoy día, albergarían un valor incalculable, y merecerían exponerse en el más exigente museo de pintura del planeta.