Una de las imágenes del documental, ¿protagonizado por España o Quintero?

Una de las imágenes del documental, ¿protagonizado por España o Quintero?

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Es España, coño

El documental ‘Mi querida España’, de Mercedes Moncada, construye una fábula del país durante el reinado de Juan Carlos I a través de las cientos de entrevistas de Jesús Quintero.

Lorena G. Maldonado
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España es Cristo abrazado a la cruz de El Greco, Aquelarre de Goya, Guernica de Picasso. La persistencia de la memoria: una fábula loca enfrentada a sí misma. Molinos de Castilla, carteles de toros, poetas en Nueva York, jacuzzis en Marbella. España con su Corona, con su farándula, con su jornal, con sus callos históricos. Su Faraona. Su Manolo Escobar. También su Paco de Lucía. España, qué decir, esquizofrenia.

La cineasta Mercedes Moncada (Sevilla, 1972) ha recogido el esperpento nacional desde la Transición hasta la actualidad en Mi querida España, un documental basado en las más de 5.000 entrevistas del periodista Jesús Quintero, que igual sentaba en sus platós de radio y televisión a un presidente del Gobierno que a una vaginera (una mujer que transporta droga escondiéndola en la vagina y que gana 45.000 pesetas si consigue pasar la aduana). Hay historia e intrahistoria, hay Adolfo Suárez y Jon Manteca, hay José María Aznar y Mar Cambrollé. Hay pasado, claro, pero también reminiscencias presentes. Este mosaico cañí se estrena en cines el 31 de diciembre, y, mientras, puede saborearse en la plataforma online Filmin.

El Loco de la Colina -también Perro verde y Ratón colorao- auscultó el país en un escenario teatral, una smoking room donde sus personajes aparecían hondos y desprotegidos, como si conversaran de resaca. Y él ahí, a carcajada limpia, con su estética de poeta con índices de psicopatía.

El documental alterna, entre declaraciones, imágenes de cacerías y chirigotas gaditanas que no son sino símbolos. “El imaginario de la montería es un guiño a Saura (La caza, 1965) y a Berlanga (La escopeta nacional, 1978)”, explica la directora, “representa el tiempo en el que el periodismo no podía ejercer su función por la censura y el cine le prestó las armas”. Moncada lo considera una metáfora ideal para conectar el pasado con estos “años de vuelta a una derecha rancia”.

Toda la verdad

La canción carnavalesca ejerce de coro griego y trae ya las noticias digeridas: “Somos nosotros mismos narrándonos: letras de gente de la calle para gente de la calle”. La cineasta hunde al espectador en el “bosque fantástico de nuestra democracia” y arranca su crónica con el Adolfo Suárez de 1983, que no se atreve a jurar decir “toda la verdad y nada más que la verdad”, como le pide Quintero, porque aún guarda “secretos de Estado desestabilizadores”. Se refiere a las causas de su dimisión y a la organización del 23-F, como se hila más adelante gracias a otras voces.

La directora apunta que Suárez es el inocente perfecto del documental, tanto que confió en que la vida era larga

Habla, Suárez, de su soledad: “Mi vida ha corrido peligro en varias ocasiones”. Pilar Urbano y Julio Anguita llaman “borboneo” a su salida del gobierno y al fallido golpe de Estado, mera treta impulsada desde Alemania y Estados Unidos en la que todos, “excepto Suárez y Tejero”, estaban compinchados. La directora apunta que Suárez es "el inocente perfecto del documental, tanto que confió en que la vida era larga". "Pero antes de contar todo lo que tenía que decir, se le olvidó”.

- ¿Para qué sirve saber la verdad?- le pregunto a Moncada.

- Me gustaría que sirviera para que la gente, al menos, meditase el voto. Fíjate que la película refleja cosas que se cuestionan desde los años ochenta, pero hay una voz imperante que trata de que las olvidemos y nos centremos en los placeres de una democracia ilusoria que sólo nos hace participantes cuando vamos a votar.

Aznar, en 1993, mira a Quintero y le garantiza que nunca existirá esa “ley mordaza” -ya la llamaba así- que recientemente ha aprobado su partido. Jon Idígoras, impertérrito, habla de niños muertos: “Esto no es un ‘vamos a negociar que tiréis las armas al río y pelillos a la mar’”, dice. “¿Y si usted mata a mi hijo, cómo me lo explica?”, avanza el periodista. “Yo comprendería que usted no entienda que su hijo haya muerto a mis manos y yo le diga que, bueno, yo no soy el culpable de esa muerte. No quisiera que llegara jamás esa situación”. Y sonríe amablemente.

La llaneza de la palabra

La condesa Gunilla Von Bismark cree que en España “no se quiere trabajar” y que no hay que pensar en los pobres: “Esta gente se lo gasta en bebidas, cosas así”. Encarnación, militante del Sindicato de Obreros del Campo, comunista y asaltadora de fincas vacías, no se explica de dónde le ha venido la tierra a los propietarios: “Yo digo, si el sol y la tierra siempre han estao’ ahí y ellos han nacío como he nacío yo, ¿quién le ha dao esas tierras a ellos?”. Es éste el personaje preferido de Moncada, por la “llaneza de su palabra” y por la importancia de entender “la formación de los pueblos de España y la repartición de la tierra, que tiene que ver con cierta mentalidad medieval”.

- ¡Es usted el primer hombre poderoso que pasa por aquí! Usted coloca a los socialistas en el gobierno- saluda Quintero a Cebrián. Él se ríe y lo niega, meloso.

Josep Piqué le pone medallitas a Rato; Mario Conde se queja de la corrupción de la banca y Jesús Gil se encoge de hombros: “Seguro que habré prevaricado, yo qué sé (…) ¿Tan malo es crear riqueza?”. Ana Botella mantiene que su marido no tiene que pedir perdón por su escarceo de las Azores: “Yo prefiero estar con EEUU a un lado y con Reino Unido al otro que con Chávez y Fidel Castro”. Una señora espiritista, ante la decepción del personal por que, tras mucha expectación, a la Virgen no le diera por aparecer, espeta: “Claro que apareció, los que no la vieron fueron ellos. Yo estuve hablando con ella hasta el final de la semana”.

La memoria ibérica está hecha de retales de machismo, de homofobia, de drogadicción, de ETA, de GAL, de GRAPO, de superstición, de poder eclesiástico, de 11-M, de franquismo apolillado. Hace reír, pero es extraño: hay amargura de fondo. “Quién pasó tu hambre, quién bebió tu sangre cuando estabas seca”, le canta Cecilia a su querida España.

Moncada explica que González “encarna la degradación del proceso democrático, la pérdida de la ilusión, mediante su transformación física e ideológica”

Con todo, es Felipe González el personaje más representativo de la película. Lo vemos envejecer y modelar el discurso del joven sevillano de chaqueta de pana que también fue alguna vez: alaba al Rey, sostiene que el fin del terrorismo de ETA “no acabará en una mesa”, da su palabra de que existe “una banca saneada”, envía saludos a Botín. Moncada explica que González “encarna la degradación del proceso democrático, la pérdida de la ilusión, mediante su transformación física e ideológica”.

La directora no quiere dar moralejas: “Eso hace sentir estúpido al espectador”. Prefiere prestar las herramientas para interpretar una Transición que aún nos configura de algún modo, a pesar de que los partidos jóvenes hablen del inicio de la Segunda. Queda el país formado a partir del reinado de Juan Carlos I, mirándonos como un pariente inequívoco. Es una herencia vital, una cultura, un gen difícil de adormecer. Como decían las fuerzas golpistas del 23-F a telefonazo limpio, “es España, coño”.