El territorio de Castilla, que inicialmente era un simple condado sometido al vasallaje del Reino de León, es depositario de numerosas leyendas, y una de las más conocidas es la de los Jueces.
En primer lugar, hay que señalar que no hay consenso ninguno entre los estudiosos del asunto, ni siquiera para establecer una fecha aproximada en la que dicho mito se empezó a gestar. Unos hablan de la época del rey Fruela II, y otros dicen que solo tuvo origen al morir Alfonso II el Casto. Estamos por tanto moviéndonos en una amplia horquilla de tiempo entre los s. IX, X y XI, pero es que no se ha podido acotar más.
La leyenda en cuestión trata sobre un tiempo en el que Castilla, en su situación de pequeña circunscripción territorial, quiso adquirir cierta autonomía respecto del reino de León. Los castellanos se veían en cierto modo desamparados y no se sentían bien gobernados por los monarcas de León. Estaban insatisfechos porque tenían que desplazarse obligatoriamente hasta la capital leonesa para hacer negocios o cada vez que habían de plantear alguna cuestión legal.
El trayecto desde muchos puntos de Castilla se hacía largo y espinoso y, además, cuando llegaban, recibían injurias, eran menospreciados y se les hacían desdenes. Es decir, no eran tratados como ellos creían que debían ser tratados. Los castellanos percibían además que los leoneses intentaban acrecentar sus tierras a su costa en la frontera del río Pisuerga y por ahí no iban a pasar.
Por estas razones, reuniéndose en junta, acordaron rebelarse directamente y liberarse del dominio leonés. ¿Cómo lo harían? Eligiendo a dos jueces que serían sus líderes, y que los administrarían en la paz y los dirigirían en la guerra.
Además, de una forma inteligente y, para evitar que los reyes de León pudieran ir contra ellos, no eligieron a los jueces de entre la más alta nobleza castellana, sino de entre sus caballeros, y dentro de éstos, a los más sensatos y esforzados: Nuño Rasura y Laín Calvo. Uno de ellos se encargaba de las cuestiones judiciales y el otro de las militares.
Nuño, era un hombre de gran prudencia, diligente, recatado y trabajador, amigo de llegar a acuerdos en los juicios en los que participaba. Destacó por su capacidad de generar consenso y logró que todos los nobles de Castilla dejaran a un hijo suyo a su cargo para que fueran educados todos juntos (bajo los mismo parámetros o ideales se entiende).
De entre ellos sobresalió su hijo, Gonzalo Núñez, de tal modo que cuando falleció Nuño Rasura, los compañeros de Gonzalo, y los padres de estos, no dudaron en nombrarlo conde de Castilla. Quizá por casualidad, algunos años más tarde, Gonzalo Núñez tuvo un hijo llamado Fernán González, que fue quien consiguió separar definitivamente Castilla del reino de León.
Por su parte, el otro juez nombrado, Laín Calvo, era yerno de Nuño Rasura, de carácter feroz e impaciente, por eso fue el encargado de los asuntos militares y no participaba en los juicios.
La cuestión por la que estos dos jueces han sido meritorios de formar parte de la leyenda es que supuestamente fueron hombres justos de forma natural. Al objeto de dar mayor visibilidad a su independencia, dejaron de aplicar las leyes del reino y convinieron entre ellos y con el pueblo que solventarían todos los pleitos guiados solo por su libre albedrío, que como decimos, les venía dado como don espontáneo, casi de nacimiento (puestos a inventar un mito, que sea al menos loable). Por eso se dice que esta fue una época en Castilla en la que no hubo leyes, al menos como las conocimos después.
De este modo, los jueces de Castilla gobernaron sobre sus asuntos, mientras los reyes de León ponían orden a los suyos. La resolución de los casos que se les planteaban a estos inusuales magistrados se producía en forma de sentencia. Y esas sentencias, que eran fabricadas bajo parámetros muy caprichosos, adquirieron gran relevancia y tomaron el nombre de ‘fazañas’. En concreto las dictadas para solucionar los casos no regulados, ni por la ley existente (que no se aplicaba) ni por la costumbre.
Tal era así que, aquellas que se consideraban justas por el pueblo, frecuentemente, eran convertidas en normas escritas o, al menos, pasaban a formar parte del derecho habitual. Sí, en aquellos tiempos se podían considerar una nueva fuente del Derecho, y de tal forma fue así, que hasta el Fuero Juzgo se fue dejando de usar en Castilla.
Bien es verdad que, dada la situación social de aquel tiempo, cuando estos dos buenos y justos árbitros desaparecieron, se empezaron a dar bastantes casos en los que el juez asignado, que normalmente era un noble, actuaba como juez y como parte, siendo fácil imaginar el injusto resultado de la ‘fazaña’. Es lo que se conoce como ‘fazañas desaguisadas’ y que flaca explicación necesitan con ese nombre.
La leyenda de los Jueces de Castilla es una de las narraciones míticas fundamentales de los orígenes de Castilla porque además de explicar las razones de la independencia de este territorio con respecto del reino de León, es una auténtico eje vertebrador que une a las otras historias legendarias castellanas, sobre todo gracias a la creación de una genealogía ficticia que partiendo de estos dos jueces, Nuño y Laín, nos lleva a entroncar con el conde Fernán González e incluso con Rodrigo Díaz de Vivar.
En definitiva, puede desprenderse de esta narración que el hecho de recurrir al mito de los Jueces de Castilla solo sirve de pretexto para lanzar el planteamiento de si es posible que la sociedad pueda sobrevivir sin normas.
De la leyenda puede extraerse que sí, siempre que el grupo social esté en manos de hombres justos y cabales. La aceptación por parte de los individuos de que la autoridad se rige por estrictos criterios de justicia sería suficiente para que sus decisiones fueran vinculantes. Pero el hecho de llegar a esa aceptación parece también ser una tarea ficticia, de leyenda.