No me animo a abrir el balcón y me refugio tras los cristales contemplando la calle, rumiando mis pensamientos matutinos. Mi aliento dibuja formas irreconocibles, huellas del pasado, que tengo que limpiar con mi mano si quiero percibir la realidad con la claridad necesaria. Esta figura me hace pensar en la infinidad de veces que nos nublan nuestra visión para poder deformar la realidad a su antojo. Se interpone entre nosotros y el mundo un velo de ficción para manipular nuestra percepción.
Y en esta reflexión me viene a la mente un término que se ha instalado ya en nuestra sociedad y se ha aceptado resignadamente: la "posverdad". Estamos en la era de la posverdad, se dice. No sé si puede existir un término más contradictorio, pues hace coincidir en sí mismos dos conceptos contrarios como son verdad y mentira. Su extensión en el lenguaje, sobre todo político y periodístico, es tan grande que incluso en el año 2016 fue seleccionada como la palabra del año por el Diccionario de Oxford por ser la más utilizada.
Si acudimos a lo que nos dice la RAE, define posverdad como "distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y actitudes sociales". Es decir, lo que se hace es dar por sentado que cambiamos a nuestro antojo la realidad, que decimos o manifestamos lo contrario de lo que sabemos que son las cosas, de lo que creemos o pensamos, y lo hacemos con una intención reñida con la libertad de las personas y el librepensamiento, que no es otra que la manipulación y el engaño. Esto, dicho de una manera más sencilla, es MENTIR.
Estamos dando como aceptado en nuestra sociedad lo que es una inmoralidad y, por lo tanto, admitir sin protestar que nos cambien la realidad deliberadamente con fines manipulativos, nos convierte en "peleles” con nuestro consentimiento. Es una mentira cínica, perversa, que daña la libertad del hombre, su racionalidad y una auténtica amenaza de la democracia que la inhabilita y destruye. Además, la posverdad es más dañina que la mentira porque suma el engaño a la manipulación de una manera sibilina, retroalimentando las mentes, modificando creencias y actitudes sociales al antojo del emisor del mensaje. Nos acostumbramos a que nos mientan, nos distorsionen la realidad, nos manipulen y piensen por nosotros, haciéndonos unos anoréxicos de la Verdad.
Los políticos, los analistas políticos y los periodistas la enmascaran con múltiples definiciones, explicaciones y justificaciones, aduciendo todos que en definitiva es un pecadillo venial, pues se trata solo de "esconder la verdad" un poco y así, recurriendo a estrategias emocionales, desviamos la vista de los hechos objetivos principales y formamos una opinión pública a nuestro antojo. Ejemplos de ello los tenemos todos los días. No se duda en ocultar una violación a un menor por defender mi posición ideológica sobre la lucha contra la violencia de género; desviamos la atención de la noticia hacia lo que nos interesa para no dejar a la vista las miserias en el cuidado de unos menores en Baleares; no se duda en acosar a un menor y su familia para justificar que el supremacismo es bueno.
Puestos a pensar en quiénes son los culpables, no debemos excluir a nadie. En primer lugar, debemos apelar a la responsabilidad individual para no entrar en ese juego ni como artífices de la posverdad ni como mansos receptores de la misma. En segundo, apelar a la responsabilidad de los políticos, sobre todo de algunos, que son maestros en el uso manipulativo del lenguaje. En tercer lugar, apelar a la responsabilidad de la prensa por ser partícipe de su divulgación y consentimiento. Y finalmente a todos por dejarnos llevar más por la ideología que por las ideas. Uno de los mayores males de esta situación es la excesiva ideologización de la sociedad. La ideología ata la mente, la empobrece y la subyuga pues convierte al hombre en defensor de causas, a veces, monstruosas.
Ya la verdad no es reconocible. Nadie aspira a la búsqueda de la verdad, ni siquiera a encontrar esa verdad poliédrica que representaría el descubrimiento de esa realidad también diversa, diversificada en múltiples perspectivas. No, no interesa. El hombre ha cerrado los ojos, los oídos, las conciencias y se ha acomodado en la falsedad. La ha llamado "post-verdad" y se ha quedado tranquilo. Yo simplemente lo llamo "el reino de la mentira" y esto me inquieta. Repasemos la actualidad y pensemos en ello para desterrar este concepto espurio, bastardo y falso.