Movilizados contra una niña de cinco años y sus padres, que simplemente aspiran a que se cumpla una sentencia del Tribunal Supremo que reconoce el derecho a una enseñanza bilingüe (el setenta y cinco por ciento de las clases impartidas en catalán, el veinticinco por ciento en castellano), treinta y cinco mil valientes se manifestaron ayer domingo en Barcelona exigiendo la imposición sin miramientos de la inmersión lingüística, y esa manifestación tan heroica merece dos apostillas.
Primera: teniendo en cuenta la entidad, el poder y los medios que a su favor pusieron en liza un enjambre de entidades oficiales y subvencionadas, treinta y cinco mil personas, generosamente contadas por la Guardia Urbana de Barcelona, resulta una asistencia menor y marcan el número de un fracaso. Porque a la convocatoria de Somescola, que de por sí aglutina a más de medio centenar de asociaciones educativas, se habían sumado infinidad agrupaciones y sindicatos, desde Òmnium Cultural al mismísimo gobierno autonómico, con el presidente y la totalidad de sus consejeros compartiendo la cabecera de la marcha con la primera autoridad del Parlamento de Cataluña y los dirigentes de los partidos independentistas. Por no faltar ni siquiera faltaron sendos representantes de UGT y Comisiones Obreras, entusiastas de la inmersión; y para calentar el ambiente se empleó a fondo la clerigalla nacionalista, clerigalla alentada y amparada por el silencio cómplice de una jerarquía eclesiástica cuyas aleluyas han conseguido vaciar las iglesias.
En definitiva: más de cien entidades, con todos sus recursos propagandísticos y materiales a disposición de los manifestantes, reunieron a treinta y cinco mil cobardes contra unos padres y su hija, ciudadanos que reclamando lo suyo defienden lo nuestro: el castellano que nos une, lengua universal y sin fronteras. Se trata de una familia que simplemente pide, sin ir contra nadie, lo que en derecho le corresponde, o sea, David contra Goliat.
Segunda: si lo que pretenden esas entidades y esos manifestantes es la imposición del catalán, pues lo llevan claro. A salir de esa ensoñación los hubiera ayudado la lectura de “La Vanguardia” del mismo día, en cuya portada se anunciaba una crónica, desarrollada en las páginas interiores, explícitamente titulada “El uso social de catalán, euskera y gallego retrocede entre los jóvenes”, sobre todo del catalán, realidad abrumadora que nadie puede desconocer y ellos menos que nadie.
Y ellos menos que nadie por la sencilla razón de que ese retroceso, evidente entre los jóvenes, demoledor entre los universitarios y tumbativo en los ambientes profesionales, en mala medida responde a su obcecación. Ya que la realidad potente del castellano se impone a una alternativa cateta que carece de futuro, basada en provocar un conflicto permanente y no en procurar la armonía entre dos lenguas que siempre compartieron la calle y que siempre la seguirán compartiendo, quizás a su pesar (un pesar, por cierto, pródigamente subvencionado).
“No et robis a tu mateix allò que et pertany” (“No te robes a ti mismo lo que te pertenece”), como advierte en uno de sus Proverbis el sabio Ramón Llull, teólogo y filósofo mallorquín (1235-1315), considerado el primer gran escritor en catalán (también escribía en árabe y latín) y a quien da gusto leer, como a tantos otros escritores en esa hermosísima lengua, la de Ramón Muntaner, cronista medieval de estilo libre y desenfadado, o Salvador Espriu, cuyo “Cementeri de Sinera” es a mi juicio uno de los poemarios más hondos y desgarrados de los años cuarenta, un humanísimo alegato de angustia contra las consecuencias de nuestra fatídica guerra incivil.
Persiguiendo al castellano en la escuela pública, dichos iluminados quebrantan al catalán y perjudican a quienes engañan. Bien lo saben muchos de ellos, que hacen lo contrario de cuanto predican al llevar a sus hijos a centros privados donde las clases se imparten en castellano e inglés. Al respecto, hay datos que los desnudan.
¿A qué conduce manifestarse contra lo que la Ley establece, los tribunales dictan y el sentido común recomienda? A ver si se enteran: con tanta inmersión y tantas imposiciones, hunden al catalán. Pero ¿se apearán alguna vez del burro ciego al que se han subido o insistirán hasta llegar al abismo? De momento lo que tenemos es el valor cívico de unos particulares frente al miedo gritón, enmascarado de matonismo, del rebaño.