Cumpliendo la resolución de la Junta Electoral, Radio Televisión Española, la cadena pública, organizó y emitió el primer debate de los dos previstos, y lo realizó a pedir de boca, superando las dificultades de tener a Francisco Igea enclaustrado en el domicilio de sus padres, lo que él aprovechó –hizo muy bien- para rodearse de un ambiente cálido, teniendo a sus espaldas una buena biblioteca, y no el fondo impersonal dispuesto para Mañueco e Igea. Ocupando el espacio central y con ese ambiente, en cuanto a la imagen partía con ventaja, una ventaja que neutralizaba los inconvenientes de la conexión telemática.
Bien Xabier Fortes, sin más, pero ese es su mérito, porque el papel del moderador no va más allá de medir a los demás y para empezar medirse a sí mismo.
La idea básica o la palabra de oro de Tudanca es la de “cambio”, palabra muy bien escogida ya que se vende sola y cala enseguida: el Partido Popular lleva treinta y cinco años en el gobierno, luego se impone cambiar. Y esto, repetido constantemente, quizás se revele más eficaz de lo que algunos piensan, porque en esta sociedad las modas que pasan y el cambio continuo son valores asumidos. Así las cosas, a propósito de la regeneración democrática, de la transparencia o de los impuestos, inteligentemente el candidato socialista siempre desembocaba en su talismán. Sabe que quienes le compren la idea de la necesidad del cambio votarán por él.
Mañueco se muestra mucho más suelto y seguro que nunca. Y su estrategia está muy pensada, incluso diría que muy bien pensada. Frente al discurso machacón de Tudanca de los treinta y cinco años y el cambio, él maneja dos referentes indiscutibles y una contraposición con pegada. Los referentes: los de la seguridad de lo que dura, que si dura será por algo, y la eficacia, ejemplificada en la lucha contra la pandemia, el éxito indiscutible de la educación y la bajada de impuestos. La contraposición: la del sentido común y la igualdad en derechos de los españoles frente al sanchismo, el peor lastre para Tudanca.
Igea, a ratos incisivo y a ratos desafortunado, con risitas improcedentes, lo que era una constante en sus incesantes ruedas de prensa (qué gracia se hace ese hombre a sí mismo), se pasó la función entonando la loa de los tiempos gloriosos de Ciudadanos en la cogobernanza. Su programa consiste en algo así como que él (YO) y Verónica Casado representan la reencarnación política de Adán y Eva lanzados a la reconquista del paraíso perdido, mientras Mañueco ejerce de ángel exterminador de la transparencia y Tudanca cumple la función de serpiente que ofrece la manzana engañosa del cambio, ay de los incautos que la muerdan.
El debate fue muy superficial. Y no podía transcurrir de otra manera en sinrazón del planteamiento de Tudanca y Mañueco, de Mañueco y Tudanca. ¿Qué planteamiento? El de salir a no perder, no a ganar. No creo que hayan pinchado el bolsón de los abstencionistas y tampoco me parece que entre sí se hayan quitado votos, manteniendo cada cual los que ya tenía.
Del gran Jardiel Poncela es está máxima mínima: “Todos los hombres que no tienen nada que decir hablan a gritos”. Pues Mañueco, Tudanca e Igea consiguieron anoche un poco lo mismo a partir de lo contrario: tener que decir, tenían mucho que decir, pero se quedaron en los titulares; y hablar a gritos, ciertamente no lo hicieron, lo cual es muy elogiable habida cuenta del espectáculo deplorable que con frecuencia se nos brinda desde el Congreso. Sólo sobrevolaron los asuntos de verdad comprometidos.
En fin, pues este partido tendrá segunda parte, los tres candidatos sabrán si les compensa seguir nadando y guardando la ropa o ir a por todas. De momento, Tudanca no ha ganado, Mañueco no ha perdido e Igea ha empatado consigo mismo. Esto es como lo de aquel personaje de Delibes, que no se sabía si se estaba dejando la barba o era que no se afeitaba.