Lentamente, este inusual verano va echando el telón. Agosto es un mes atípico en el calendario español, el periodo vacacional por excelencia. La vida se ralentiza y en muchos sectores económicos resulta complicado mantener una mínima normalidad. Las personas desaparecen de pronto para perderse en playas y pueblos. Y aquellos que permanecen en el tajo sienten una rara impresión de soledad.
La guerra de Ucrania y sus daños colaterales en cuanto a inflación y al suministro de materias primas no nos han abandonado en ningún momento. Sin embargo, las gentes han preferido hacer como si nada pasara y han abrazado el periodo de ocio con fruición tras dos años de restricciones por la pandemia de coronavirus, de la que apenas ya nadie se acuerda.
Un verano entreverado también de olas de calor y pavorosos incendios. Los telediarios bombardean un día con la amenaza de las elevadas temperaturas, y al siguiente auguran que en invierno nos moriremos de frío por falta de gas. Tremenda paradoja.
Lógico que las gentes hayan preferido olvidar tantas desgracias y concentrarse en el descanso y la molicie. Ya sabemos que en el inminente mes de septiembre las opciones serán silla eléctrica o cámara de gas. Mientras tanto, carpe diem, cortemos la flor de cada día y vivamos el momento intensamente.
En Castilla y León la política también ha estado de vacaciones. El único que ha permanecido de guardia, a su pesar, ha sido el consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Castilla y León, Juan Carlos Suárez-Quiñones y Fernández. Este aciago año, el ilustre juez leonés ha pasado por el mal trago de ver cómo la comunidad autónoma se quedaba sin una gran parte de sus espacios naturales, algunos de ellos de gran valor, caso de la sierra de la Culebra.
Este será uno de los asuntos calientes cuando comience el nuevo curso político regional. Los socialistas querían que Suárez-Quiñones compareciera ahora en las Cortes para dar cuenta de tantas cenizas, pero el PP se ha opuesto argumentando que la campaña contraincendios todavía no ha terminado.
El causante de los incendios no ha sido el cambio climático en forma de olas de calor. Muchos de los incendios parece que han sido provocados, o sea, el factor humano, consciente o inconscientemente. Sin embargo, la precariedad de medios de extinción y una más que cuestionable política medioambiental se han traducido en unos elevados daños económicos, medioambientales y humanos que tal vez podrían haberse evitado.
Ya lo hemos dicho: acaparar competencias es una de las grandes obsesiones de nuestra clase política. Sin embargo, luego resulta difícil gestionarlas, más aún si el dinero es escaso. El desastre incendiario del verano debería hacer recapacitar a los responsables de la Junta de Castilla y León sobre la idoneidad de su política medioambiental. La lucha contra los incendios y la gestión de nuestro medio ambiente deberían sustentarse en un principio participativo, dando cabida en ellas a ayuntamientos y colectivos ciudadanos.
Da pena ver cómo están los bosques que han logrado sobrevivir a la catástrofe de los incendios de este verano, los campos en general y los ríos de nuestra comunidad. Muchos bosques tienen la panza atiborrada de broza seca, como convidando a los pirómanos, los caminos rurales se disipan fagocitados por la vegetación, las riberas y cauces de los pequeños ríos se hallan obstruidos por troncos secos y malezas y sepultados por una maraña de sauces y carrizos. Y a nadie parece preocuparle.
La elaboración de los presupuestos generales de Castilla y León para 2023 será otro de los grandes asuntos políticos de aquí a fin de año. Habrá una lucha fiera entre PP y Vox por engordar las cuantías de las partidas de cada cual, sobre todo porque en mayo del año que viene se celebran elecciones municipales (puede que incluso autonómicas, aunque no está el horno para bollos) y ambas formaciones compiten por una misma parroquia electoral.
Vox se juega mucho en Castilla y León. Tras el batacazo de Andalucía, el único escaparate de Santiago Abascal para exhibir en las municipales será la gestión que se realice en Castilla y León. Así pues, será difícil que los chicos de Abascal den su brazo a torcer en los presupuestos, más aún cuando es el propio líder nacional de Vox el que vigila muy de cerca cuanto acontece en nuestra comunidad autónoma. No nos engañemos, el verdadero vicepresidente de Castilla y León es Santiago Abascal.
Mañueco lo sabe y tiene por delante un difícil papel para que la personalidad del PP de Castilla y León, el antaño gran granero de votos de la formación nacional conservadora, no se diluya en los brazos aguerridos de Vox.
La designación de candidatos en los principales núcleos de población y la configuración de listas en el mayor número de localidades posibles serán otras de las tareas a las que se pondrá de inmediato la clase política regional a la vuelta de las vacaciones.
Claro que la precampaña electoral comenzó hace meses. Se explican así los fiestorros innumerables que los alcaldes han organizado este año en sus respectivos pueblos, como si no hubiera un mañana: festejos taurinos populares por doquier, orquestas a gogó, comidas campestres, etcétera.
El foco se ha puesto en los últimos días en Valladolid capital, una vez que el alcalde, Óscar Puente, dio a conocer los grupos musicales que amenizarán la Feria de Septiembre. En torno a 1,3 millones de euros se gastará el ayuntamiento pucelano en conciertos.
El PP ha lanzado la insidia de que este elevado gasto tal vez tenga que ver con las municipales de mayo de 2023. Pero Puente, en un alarde de elocuencia política, ha salido al paso negando la mayor, argumentando que se trata de "un trabajo progresivo de mejora", ya que cuando llegó al Ayuntamiento en 2015 se encontró con unas fiestas “de pueblo” y en estos años lo único que ha hecho es ponerlas a la altura de lo que merece una ciudad de la categoría de Valladolid.
Cualquier alcalde que se precie sabe perfectamente que, en el umbral de unos comicios municipales, en las fiestas de su pueblo no puede faltar de nada, cueste lo que cueste: fuegos artificiales, buenos conciertos, orquestas de nivel, festejos taurinos… Los sufridos ciudadanos agradecen sobremanera estos fastos en sus fiestas patronales, aunque el dinero salga a la postre de sus propios bolsillos. Casi todos coinciden en que las fiestas de su pueblo tienen que ser lo más.
Acaso sin haber leído ninguna de sus obras, nuestros políticos aplican con gran tino la famosa sentencia de Lope de Vega con la que justifica su arte poético nuevo: Porque como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto. Pues eso.