La pegada de carteles da esta noche, a las 00.00 horas, la hora bruja, el pistoletazo de salida hacia una nueva campaña electoral de forma oficial. Mucho me temo que somos legión los ciudadanos que tenemos la impresión de vivir una campaña electoral permanente, en bucle, día tras día. Una campaña de hoja perenne que comenzaba hace ya muchos meses, años, y que en realidad sólo se intensifica en esta recta final hacia las urnas que mucho quieren descifrar en clave nacional.
Sólo así se explican el postureo, las batallas dialécticas en los plenos de las instituciones en los que la política nacional, regional o local de cada partido se utiliza como arma arrojadiza en la institución equivocada, donde sólo deberían tratarse los temas que conciernen a sus habitantes y dejar a un lado las filigranas de unos y de otros. No sería mucho pedir.
Huelga decir que, nos guste o no, todo se vertebra, se articula, se interpreta en clave política, incluso aquello donde no debería tener lugar la política y sí otros valores como la humanidad, la tolerancia, la comprensión, la unión de esfuerzos para gobernar en beneficio de todos los ciudadanos y no en la clave sectaria que los partidos marcan, muchas veces en contra del bien común.
Ocurre que no siempre la línea general de un partido concuerda con los intereses locales de un pueblo, de una ciudad, donde el alcalde debería ser siempre un verso libre en defensa de sus ciudadanos, incluso en contra de las imposiciones de sus siglas. Ese debería ser uno de los retos apasionantes a asumir por quienes a partir del 28 de mayo ostenten una alcaldía.
El problema es que los mismos ciudadanos, sumisos, olvidamos que el dinero de las instituciones sale de nuestros lomos, que somos nosotros los que quitamos y ponemos, los que deberíamos exigir que las promesas se cumplan, que nuestra tierra prospere Y esto es aplicable a todas las administraciones, aunque en los pueblos y ciudades pequeñas como la mía, la cercanía es también un plus para que quienes dirigen nuestros destinos no olviden que si están ahí es porque nosotros, desde abajo, los hemos aupado, hemos depositado en ellos nuestras esperanzas. Me temo también que ningún ciudadano acude a las urnas con la sensación real de tener la sartén por el mango, de ser dueño de su destino con un simple voto. Es más fácil y cómodo cumplir cada cuatro años y dejar la nave en manos de los demás, aunque naveguemos a la deriva.
Los rostros de centenares de hombres y mujeres inundarán desde esta medianoche las calles, farolas, paredes y espacios publicitarios, las páginas de la prensa, las ondas de la radio, esparciendo promesas, vendiendo esperanza en una tierra que hace tiempo la perdió, cada vez más despoblada y envejecida. Son los candidatos oficiales para unas elecciones que están cada vez más cerca, a falta de este esprint de quince días para rascar unos votos que pueden ser decisivos. Sí, cada uno cuenta.
A estos candidatos, sólo cabe pedirles amor por la tierra y la gente que representan, valentía para sacar la cara siempre por ellos, honestidad para gestionar lo público como un tesoro que tanto esfuerzo cuesta mantener, ilusión para despertar a los que están dormidos, esperanza para retener a los jóvenes, oportunidades y sentido común para hacer de cada ciudad un mundo más habitable. Y esto sólo tiene un discurso, un camino, venga de la izquierda o de la derecha.
El 28 de mayo nos vemos en las urnas. Pero no lo duden, el 29 continuaremos en campaña; otra, la misma, que nunca se acaba.