No creo que, aún cuando tenemos una izquierda esquizofrénica, nadie, ni de diestra ni de siniestra, dudará que la transición, la conformación de un régimen democrático, fue fruto de que unos y otros se sentaron en una mesa, dejaron al margen sus diferencias, olvidaron el daño sufrido y, juntos, construyeron un entramado que llamamos Constitución y que nos permitió superar el pasado y afrontar una democracia seria, solvente y sólida.

Igual que, en aquel momento, la izquierda demostró una voluntad robusta de superar el pasado y, con su perdón, construir un futuro común, pronto comenzó a demostrar que no tenía claro eso de la democracia, pues desear la democracia, apostar por la democracia y renunciar al pasado para conseguirla no es lo mismo que saber vivir en ella y desarrollarla.

La democracia es el modelo político por medio del cual el pueblo es soberano y controla la labor del político construyendo modelos formales e informales que le permiten someter al político, resultando que el demócrata es aquel que respeta la decisión del soberano, desarrolla guías de control del poder, fortalece los sistemas de reducción de la voluntad de la mayoría y domina al político, formando de esta manera una democracia de alta calidad, en la que la votación es importante, pero lo realmente relevante es el control del poder por el ciudadano.

Pues bien, esa izquierda generosa, desde el principio no supo, no pudo o no quiso saber vivir en democracia y comenzó a desmontar los controles que la propia Constitución había construido, acabando con el recurso previo de insconstitucionalidad de las leyes que retrasaba la aplicación de las mismas, pero garantizaba su constitucionalidad, destruyendo el modelo de separación de poderes introduciendo la mano política en la forma de coptación de los magistrados del Consejo General del Poder Judicial, permitiendo un uso inaceptable de la fórmula legislativa del Decreto e incluso el desarrollo de fórmulas legislativas que permiten evitar los informes del CGPJ, del Consejo de Estado, etc. y pese a que no sabía vivir en democracia, se permitía otorgar los canets de demócrata al resto, despreciando al que no piensa u opina como ella, como muestra de su ser profundo.

En un momento concreto, no sólo pretende someter a su criterio a los demás, sino que pretende revisar los pactos que en su día permitieron traer la democracia, olvidar sus grandezas para, de forma unilateral, no sólo cambiar lo que hizo, sino revisar y trasformar la historia, de forma que se pretende revisar la Constitución, su construcción, su desarrollo y todo aquello que se había obtenido con la grandeza de unos y otros.

No se puede olvidar que fue la derecha la que promovió, facilitó y, también olvidó agravios, la que puso en marcha los mecanismos que, con el olvido, el esfuerzo y el trabajo, nos permitió alcanzar la democracia y que romper ese equilibrio de forma unilateral, revisar el pasado, reconstruirlo desde una sola óptica y resucitar las dos Españas no sólo es una barbaridad, sino una injusticia y vejación a todos aquellos que dejaron sus vidas para conseguir la superación de ese modelo dual y permitirnos vivir en un modelo de confrontación política, pero de unidad nacional.

Por eso, cuando un dirigente político no está dispuesto a reconocer el resultado electoral que concede la victoria al adverso, desprecia las urnas, desarrolla criterios de "no es no" a ofertas de fortalecimiento del modelo constitucional, repudia la democracia, está dispuesto a romper la unidad nacional por el solo hecho de permitirse seguir en el poder, demuestra su yo profundo, y pretende desmontar el modelo constitucional permitiendo consultas separatistas y/o conceder amnistías que blanquean al delincuente y destrozan el modelo legal y es capaz de pactar con quienes tienen las manos manchadas con la sangre de demócratas y buscan destruir no sólo España, sino la democracia, sólo puede ser calificado de totalitario, antidemócrata y traidor.

Es el momento de superar el "no es no", los egos personales y demostrar el verdadero sentir democrático, para volver a sentarse en una mesa para, juntos, evitar la ruptura de España, la destrucción de la democracia y la victoria de los delincuentes, pues del mismo modo que nos repugnaría que alguien se sentase a negociar con el violador y estuviese dispuesto a obligar a la víctima a pedir perdón, sentarse con Carlos Puigdemont es exactamente eso, y Pedro y "Dña. Rogelia" lo están haciendo. Repugnante.