Puedo salir un día diciendo por la mañana una cosa y por la tarde lo contrario, y no pasa nada. Juraré un día defender la igualdad de los hombres y al día siguiente aprobaré leyes que sancionan lo opuesto sin que se me mueva el menor músculo de la cara en señal de vergüenza. Ensalzaré la defensa de la mujer en un contexto y publicitaré países que las subyugan vendiendo regímenes dictatoriales y mi rostro manifestará una alegría cínica y desmedida.
Denunciaré corrupción en mis vecinos u oponentes como lo inadmisible y negaré hasta lo inimaginable la que pueda afectar a mi entorno proponiendo barreras infranqueables a la justicia para que investiguen las ajenas y bloqueen las propias. Defenderé ser transparente ocultando todo lo que no interesa que se sepa. No pararé en mis pretensiones maquiavélicas de levantar muros y socavar los cimientos de la democracia y, sin sofoco o bochorno alguno, utilizaré los huesos de españoles que en un determinado momento de la historia de España se enfrentaron cruelmente por las ideas.
Si hay que utilizar las instituciones del Estado para esparcir la porquería, lo haré y difundiré mentiras o medias verdades cuya información haya sido rescatada de secretos, violando la intimidad de las personas. Eso sí, seguidamente, y con el mismo rostro de hormigón armado, negaré haberlo dicho, echando la culpa a los que me acusan de profanar las instituciones. Yo soy el “jefe”, el “capo” y nadie puede contradecirme. Y en este blanqueo de mi persona y de mis corruptas acciones apelaré a la convivencia para blanquear trileros, tramposos, golpistas, malversadores, traidores y, por supuesto, hasta mi familia. El “capo” es infalible, nunca se equivoca y cuando lo hace es la única vez que acierta. Si un máximo colaborador me ayuda en mis perversos propósitos, será encumbrado y protegido, pero si es descubierta la mínima travesura será desterrado, negado y abandonado a sabiendas de que todo lo que ha hecho era bajo mis órdenes.
Evidentemente, no les estoy hablando de mí, es una ensoñación en la que mi mente pone en primera persona lo que otra persona, sobradamente reconocida, tiene como guía.
Si mi actuación fuera así, si la guía de mi vida fuera tal y como la he descrito en la ensoñación, me sentiría tan avergonzado de mi conducta que estaría escondido y fuera de las miradas de todos porque mi conciencia no soportaría tal deshonra, deshonor y oprobio. A la mayoría de los españoles les pasaría lo mismo, pero, ya ven, los hay que no, y además mandan, tienen el poder, aunque el honor de gobernar a los pueblos lo tengan olvidado.
Toda esta forma de actuar tiene un denominador común: incoherencia e incongruencia en el hacer y en el pensar. Esta característica es lo que mejor define a algunas personas, por supuesto para mal. Son maestros en decir una cosa y hacer lo contrario, defender unas ideas y vivir de espaldas a ellas, dar lecciones y ser contradictorio con lo adoctrinado. Y aunque es cierto que todos tenemos un poco de esta necedad, hay personas que lo hacen “santo y seña “de su comportamiento vital. Esta forma de ser se ve empeorada cuando el sujeto de la acción no solo es incoherente en todas sus acciones, sino que además lo hace para sacar réditos para su persona. Es decir, no lo hace por ignorancia, sino por “mala fe”.