Viendo el panorama general español, y con la perspectiva personal de años en la mochila, me viene a la memoria y al inconsciente cantarín que todos tenemos aquella canción de Presuntos Implicados que comenzaba diciendo “Cómo hemos cambiado…”
Este sentir interior no surge de la noche a la mañana por un estado sensiblero de nostalgia, sino que aflora al comparar el esfuerzo que suponía en nuestros tiempos de Universidad hacer una tesis doctoral o conseguir la dirección de una Cátedra con los logros obtenidos en este campo del matrimonio Sánchez-Gómez, a la sazón, inquilinos de la Moncloa.
A nadie, en tiempos pretéritos, se nos podía ocurrir concurrir ante un tribunal con una tesis copiada, o como llamábamos “fusilada”, porque, además de mandarte a paseo el tribunal, el descrédito personal era tal para el doctorando y para el director de la tesis que nadie, en su sano juicio y con una “pizca” de vergüenza y honor, se atrevía.
Qué decir de la consecución de una Cátedra. Años de intenso estudio, ayudantías, oposición competitiva para la titularidad de la plaza y después de esta carrera de obstáculos, la cátedra, claro está, previo examen para demostrar que, de la materia a la que te presentabas, lo sabías todo o casi todo.
Pero en la actualidad, por lo menos para el “tándem Sánchez-Gómez” las cosas, han cambiado. Puedes plagiar una Tesis doctoral en connivencia de amiguetes y tribunales corruptos y, a pesar de ser descubierta la falsedad y la trampa, mantener el título de Doctor y llegar a ser presidente del gobierno de España.
También puedes ser director o directora de una cátedra saltándote todos los filtros establecidos, si tienes la suficiente fortuna de contar con el título de consorte del presidente del gobierno y de un grupo de amiguetes de baja catadura moral dentro de la universidad que te lo permitan.
Algunos dirán que la Universidad Complutense cuenta en sus “Disposiciones y acuerdos de los órganos de gobierno” con la posibilidad de crear Cátedras Extraordinarias, efectivamente. Dirán también que, aunque la dirección de estas debe recaer en un profesor vinculado con la universidad, sin embargo, esas disposiciones permiten “excepcionalmente y con causa justificada” que recaiga en una persona sin vinculación laboral con la universidad, efectivamente también. Pero, qué casualidad, de las 35 cátedras existentes en la Universidad Complutense, la única con esa condición de excepcionalidad es la de la esposa del presidente del gobierno y la única con un director/a sin la titulación adecuada. No entro en la finalidad de la Cátedra, pero permítanme que dude de que “captar fondos” encaje muy bien en los fines de la Universidad de docencia e investigación.
Al margen de mi personal desprecio de la situación, pienso que, con un poco de vergüenza torera, ambos deberían dejar sus respectivos cargos e irse a su casa con el oprobio de todos, pero, claro, “hemos cambiado tanto…”. ¿Qué está pasando en esta sociedad que aquellos valores del honor, del orgullo por el trabajo bien hecho, del desprecio a la mentira, al trilero, al aprovechado, han desaparecido siendo sustituidos por la picaresca y la corrupción? ¿Qué piensan todos estos jóvenes que han necesitado horas de trabajo y un esfuerzo ímprobo para obtener tesis doctorales o cátedras universitarias y ven cómo otros lo consiguen sin esfuerzo ninguno? ¿Cuántos profesores universitarios estarían deseosos de esas cátedras, aunque sean extraordinarias, para seguir trabajando en sus investigaciones en provecho de la humanidad?
Pero, a pesar de que muchos profesores universitarios, jóvenes doctorandos y ciudadanos en general se sienten indignados, aquí nadie se mueve. Más bien, en el ámbito en el que estos despropósitos se han producido, tanto la Universidad Complutense (pública) como en la José Camilo Cela (privada), no ha habido revolución alguna entre sus miembros, sino todo lo contrario, un nutrido grupo de “corifeos” han propiciado estas tropelías sin vergüenza alguna y orgullosos de haber hecho algo por la causa. De todas maneras, ya nada me extraña. Hasta los “bufones” han cambiado de estatus, pues si antes bromeaban ante la corte y los poderosos por “na y menos” (como se dice en Andalucía), ahora el kilo de bufón se paga a precio de oro, eso sí, con dinero de todos los españoles. Pero yo, a diferencia de algún miembro del gobierno, siempre diré a la Bronca-NO.