Los considerados entendidos en “esto” del toro, hablan en exceso del término “llenar escenario”, compendio de esos detalles de componer la figura a base de meter tanto la barbilla en el pecho como los riñones, en los lances de capote y muletazos imitando a Juan Belmonte.
A la cabeza colocan al matador de toros José Antonio Morante de la Puebla a pesar de que su figura, cada vez menos estilizada, no es comparable a la de los jóvenes toreros que también componen, y muestran cuerpos juncales, musculados, flexibles y sin pizca de grasa.
La falta de preparación física, que al parecer tampoco necesita este “toreador” en los toros a los que se enfrenta, en demasiadas ocasiones le obligan a “tirar por la calle de en medio”, cuando estos le atosigan un poquito sin tener en cuenta que los emolumentos cobrados le obligan a ofrecer “algo más” a los espectadores paganos, - a sus incondicionales “les basta y les sobra” con verle hacer el paseíllo descompasado, cómo se fuma un puro en el callejón- y, jalearle dos verónicas cadenciosas con ese horripilante capote de colorido tan poco taurino o dos trincherazos donde no se manda para nada al toro, obviando la “suerte suprema” pues para él es insustancial y puro trámite.
En mis años mozos de estudiante de la década de los años sesenta, en la plaza de Las Ventas que, por aquel tiempo era la primera plaza del mundo, -no existía ese término- y los aficionados nos fijábamos en que los matadores, de capote torearan en base al lance rey es decir a la verónica de suerte cargada donde, el remate, era invariablemente la media verónica.
Después en la faena de muleta el pase rey era el natural donde también se cargaba la suerte y se remataba con el “obligado” de pecho cuando no había otro remedio para despedir al toro y desembarazarse de su atosigamiento.
Y en la “suerte suprema” se exigía entrar en derechura, y para conseguir trofeo la estocada debería estar arriba del todo y no perder la muleta en el embroque.
Era un toreo serio sin alharacas de ningún tipo donde los lances y muletazos superfluos se recriminaban más que aplaudían.
Hoy “las ciencias adelantan que es una barbaridad” como constaban los comentarios de D. Hilarión y D. Sebastián en la Zarzuela “La Verbena de la Paloma” pero no en el toreo y, por supuesto en raciocinio político.
Y en la plaza de Las Ventas los que asistimos, cada vez más de tarde en tarde, por aquello de que nuestra residencia, Tarifa, nos pilla demasiado a trasmano y con una comunicación ferroviaria de pena, pues se tarda a Madrid lo mismo que desde Madrid a Nueva York en avión, notamos como la afición madrileña, salvo raras excepciones, ha sufrido una involución que va en aumento y, donde como todo en esta sociedad, llevan la voz cantante unos cuantos “lerdos en materia taurina” quienes vociferan, desconocen los fundamentos de la lidia, reglamentación y reglas de urbanidad, y por lo tanto están deteriorando de manera progresiva la reputación que siempre tuvo este coso, considerado como la primera plaza del mundo. El mexicano que ocupaba la localidad contigua a la mía, en la última corrida a la que asistí el 23 de mayo, se echaba las manos a la cabeza con tanto desmán.
Todo está en proceso involutivo (utilizando un término anatómico): presidentes, alguacilillos, delegados de autoridad, público impuntual y hasta en la hora de comienzo del festejo que, de estar la plaza acondicionada (acabaría con ese viento consustancial con la plaza por su ubicación), serían las 5 en punto de la tarde y el festejo finalizaría a una hora prudencial para poder aprovechar las fiestas isidriles en materia taurina los “isidros” que asistimos a Madrid en estas fiestas patronales, y donde hay mucho que ver en esta maravillosa ciudad capital de la nación.
“De Madrid al cielo” reza el dicho, que no es aplicable a términos taurinos desgraciadamente.