El territorio de Los Arribes del Duero, como un preciado fósil, ha pasado, y quizás siga el mismo camino, desapercibida para la Historia, y no sólo para los foráneos, sino también para los propios habitantes. Ya decía Miguel de Unamuno, allá por 1905, "España está, en gran parte, todavía por descubrir y no menos en el aspecto pintoresco que en otros diversos aspectos…".
Ésta es una vasta comarca, dividida en otras varias subcomarcas, que se encuentra en el extremo noroccidental de la provincia de Salamanca y que surca el Duero, encajonado en profundos cañones –"tajos, cuchillos y fayas" para don Miguel- que sirve de frontera natural entre España y Portugal, conocida como 'raya húmeda', en contraposición a otras fronteras como Aliste y Sanabria en Zamora, y Azaba, Argañán y Rebollar en Salamanca.
Estas características, junto a su lejanía de las zonas de poder económico y de convertirse en frontera internacional, casi en su totalidad inexpugnable, han permitido que llegue hasta nuestros días excelente de salud ambiental –salvo esos incendios que calcinan verano sí y otro también las laderas más espectaculares y frondosas-. Estas circunstancias medioambientales, culturales y sociales llevó a la Junta de Castilla y León a declarar esta zona como el Parque Natural Arribes del Duero, no sin muchos problemas y controversias entre los propios habitantes, verdaderos guardianes en su historia de este amplio territorio fluvial.
En fechas de meteorología benévola –es un decir-, y de por medio varios días de asueto, no está de más coger la mochila, cámara al ristre y un piolet y ponerse a caminar por los hermosos parajes de este territorio –sea salmantino, zamorano o portugués, As Arribas, en lo que se conoce como Parque Natural Internacional del Duero-. Las sensaciones y los descubrimientos serán múltiples. Lugares paisajísticos de belleza apetecible para el remanso del cuerpo y del espíritu.
Extenso y variado territorio de cañones fluviales
Se trata de un extenso territorio longitudinal de cañones fluviales por los que circulan los ríos Duero, Tormes, Águeda, Huebra, Camaces y Uces, así como múltiples riberas, arroyos y regatos –como se les llama en la zona–, que en su camino han abierto profundas brechas, con desniveles superiores a los 300 metros en muchas zonas de las riveras de los ríos, hasta 500 en aquellos años que no inundaban el territorio las presas. El encajonamiento de la red fluvial ha originado que las temperaturas se dulcifiquen a medida que se desciende, y en las zonas más bajas y protegidas se superan los 5ºC las medias registradas en los espacios abiertos situados en una penillanura sobre los 650 metros.
La vegetación –otra vez el recuerdo de los incendios, mientras el viajero recorre el embalse de Bemposta y observa cómo la lengua de fuego llega hasta beber del agua remansada-, acorde con esta bonanza térmica, presenta rasgos muy diferenciados respecto al resto de la meseta castellano y leonesa. Estos son aspectos mediterráneos con especies que apenas se encuentran en el solar provincial fuera de esta zona, como el alcornoque, la cornicabra, el enebro, el arce, el lames, el cacto o las chumberas.
En los cortados y amparada por esa mayor benignidad climática domina la agricultura con predominación de almendros, limoneros, naranjos, cerezos, guindos, vides y olivos, que se asientan en parcelas de pequeño tamaño que han sido arrancadas al escarpe, acondicionadas para tal fin y denominadas bancales, paredones o cotos. Los productos de estos cultivos, principalmente aceite y vino, se vendían antaño por toda la región y algunos pueblos aún conservan sus bodegas –como la de Amable en Villarino o varias en Fermoselle-, almazaras y lagares –éstos, de verdadero interés, asentados sobre las orillas de los ríos y regatos–, como el Molino de Abajo, en el término de Vilvestre, convertido en una verdadera joya etnográfica. Y cómo no, auténticas joyas del arte civil en los pueblos de Portugal, 'moinhos' sugerentes.
A su vez, las laderas escarpadas, con rincones inaccesibles, son lugar de nacimiento y reposadero de un interesante número de aves, algunas de ellas en peligro de extinción. Pero sin duda son los cielos los que muestran una mayor variedad de especies de gran valor ambiental. Cualquier excursión por estos parajes permitirá contemplar el vuelo del buitre leonado o negro, águilas real o perdicera, la descomposición del color con los rayos del sol cuando planea la cigüeña negra –la verdadera seña de identidad faunística de la zona, a la que se denomina con exactitud la ‘joya alada’ de Los Arribes–, el alimoche, el halcón peregrino, el cormorán o el búho real.
Este dilatado espacio fluvial, desde el embalse de Villalcampo en Zamora hasta San Felices de los Gallegos en Salamanca y en la zona portuguesa de Ifanes hasta Freixo de Espada à Cinta, los dos extremos de la comarca, posee una distancia en línea recta de unos 100 kilómetros, que se convierten en cerca de 130 siguiendo las sinuosidades de los ríos. Quien desee conocer La Ribera en Salamanca -con inicio en Villarino de los Aires y final en Saucelle-, por ejemplo, pasando por todos los pueblos que van quedando a un lado y otro, tiene que recorrer más de 125 kilómetros, que pertenecen nada menos que a 23 municipios salmantinos, que se sitúan en el borde del arribe, conocida como la penillanura, para evitar las fuertes pendientes sin olvidarse de los beneficios térmicos del clima.
Primer viaje
Este conjunto de circunstancias, junto a la escasez de accesos hasta las orillas de los ríos, producto de siglos de erosión, permite calificar al terreno, como lo hizo Miguel de Unamuno, del más bello, más agreste y más impresionante paisaje de España entera.
Con este ánimo, el viajero se adentra en el primer itinerario, con partida desde el Teso de San Cristóbal en Villarino de los Aires, una mañana de este caluroso otoño. Para tener una idea clara de los distintos parajes de interés, se debe seguir el curso del río Tormes hasta su desembocadura y del Duero hasta su entrada definitiva en Portugal, que fue su camino. El río Tormes aportará unos pequeños pero interesantes arribes tras abandonar la presa de Almendra, que forma un inmenso lago artificial –con una manifiesta sequía dada su inmensidad en este año de seca-. La carretera que une Trabanca con Fermoselle permitirá descender hasta el lecho del río que tiene su sima en el puente de San Lorenzo, que hace de divisoria entre Salamanca y Zamora.
Ya en Villarino, en Ambasaguas se puede disfrutar de un área recreativa, y desde donde ya se perciben los bancales y terrazas que se acercan al cauce del río desde el altiplano. En la localidad, en el mirador de La Faya –donde parece que el Duero viene hasta el viajero, o en el teso de San Cristóbal, junto a la ermita del mismo nombre reconstruida sin espadaña –feo detalle- con las peñas oblondas conformando formas imposibles, se pueden tomar panorámicas lejanas de los ríos y Portugal, así como una pena bamboleante u oscilante y un satuario prehistórico. También se pude admirar la iglesia gótica de Santa María la Mayor y, unido a Villarino, se encuentra el poblado de La Rachita, cuyas casas ajardinadas y sus vistas constituyen un pacífico remanso de paz.
La carretera, por donde acarreaba 'la vinagre' el burro del Tío Silguero –conocido como 'El Burro de Villarino'-, conduce a Pereña, donde destaca la iglesia gótica de Santa María con una original torre, y un antiquísimo arco de piedra que da entrada a la Plaza. Pero el paraje más turístico es la ermita de Nuestra Señora del Castillo, situada en un castro ibérico, lugar de peregrinación todos los años el 14 de mayo. Desde este lugar se divisa un asombroso paisaje, con el Duero a los pies, a 400 m. de profundidad. A mitad de camino entre Pereña y Masueco hay que vadear el río Uces, cuyas aguas fluyen de manera tormentosa. En el tramo final del río se halla una gran cascada, entre 40 y 50 metros de caída, el Pozo de los Humos, al que se puede llegar por un camino de tierra que parte del pueblo y, en épocas de lluvias, es todo un atractivo turístico y natural.
Esta es zona de vinatería, con viñas antiquísimas que acompañan en el camino. La producción de uva se transforma en las bodegas de los pueblos, acogidos los caldos a la Denominación de Origen Arribes'. A continuación viene Masueco, constreñido y alargado, que conserva bellos ejemplos de arquitectura tradicional de granito, como el llamado Seminario, de estilo barroco, o la iglesia parroquial, con torre del siglo XV y su portada decorada con bolas. Unos tres kilómetros más adelante, en el centro de La Ribera y llamada el ‘Corazón de Los Arribes', se encuentra Aldeadávila de la Ribera, que acoge en su término la espectacular central hidroeléctrica, inaugurada en 1962 y excavada en las entrañas del granito. Municipio salpicado por diversos escudos de armas que jalonan puertas y fachadas que hablan del linaje del lugar, los Marqueses de Caballero.
El paisaje del Duero, profundo y agreste, se divisa desde diversos miradores como de Rupitín, Lastrón, Rupurupay, el Picón de Felipe o el Mirador del Fraile. El pueblo está presidido por la iglesia de El Salvador y su esbelta torre del siglo XV. Además, destacan sus fiestas patronales, que se celebran el 24 de agosto en honor a San Bartolomé y tienen al toro como protagonista, con sus encierros a caballo a primera hora de la mañana. En la zona de la central hidroeléctrica, en un tranquilo lugar habitado desde muy antiguo por monjes franciscanos, se encuentra el poblado de Iberdrola y el convento de La Verde, convertido en moderna hospedería e iglesia, donde se dice que estuvo San Francisco de Asís y Santa Marina.
Siguiendo la ruta hacia el sur, dejando a un lado el cerro de Peñahorcada, se llega a Mieza, un asomadero a 646 m. de altitud que se eleva a unos 450 m. sobre el Duero. Desde este lugar se contempla una de las más hermosas y agrestes vistas sobre el río, 'El balcón de la Code'. En el pueblo se pueden encontrar ejemplos de la típica vivienda arribeña, con balcón delantero para proteger la puerta de entrada. En sus fiestas de septiembre merece destacar el ofertorio y la subasta de roscas, junto al baile de 'La Bandera'.
El recorrido conduce a Vilvestre, un apacible pueblo de auténtico tipismo ribereño, entre cuyo caserío aún se distinguen algunas casas góticas y sus balconadas. Destacan también su ermita del siglo XVIII en el mirador del Duero, las ruinas del castillo y un taller neolítico, todo ello en un oblondo resalte de cuarcita. Merece interés la iglesia de La Asunción, obra gótica de Pedro de Lanestosa ‘El Viejo’ y su retablo del XVII. Además, junto al Duero, en La Barca, se ha construido un pequeño pantalán y un refugio que hacen posible la práctica de deportes náuticos en el embalse de Saucelle, con viajes en catamarán por el cauce del río.
Dejando atrás en la lejanía la vista de Freixo de Espada á Cinta en Portugal, se llega a Saucelle, situado en una altiplanicie entre dos profundas corrientes de agua, el Huebra y el Duero. Este pueblo tiene una iglesia del siglo XV, donde se conservan iconos del XIII, e instalaciones para pasar unas horas de descanso. Junto al arribe del Duero, Saucelle presenta en su límite el profundo encajamiento del río Huebra en el Puerto de la Molinera, que tiene la particularidad de descender primero, tanto desde una dirección como desde otra, para luego remontar al llegar a la cota inferior de 270 m, lugar de bellos y silenciosos parajes. Otra ruta que existe al salir del pueblo es la que conduce hasta el Salto de Saucelle, cuya presa sirve de paso fronterizo con Portugal. Y, donde desde hace poco tiempo, se ha levantado un mirador, que sobresale sobre una roca y el abismo, llamado de 'La Mora'.
Dejamos La Ribera para adentrarnos en el Abadengo
La carretera que lleva a Hinojosa de Duero pasa por un hermoso puente sobre el río Huebra, antes de morir en el Duero, que observa el centro de turismo rural Quinta de la Concepción. Otra ruta la tenemos desde Barruecopardo a Lumbrales, con visita a Saldeana y uno de los mejores campos de piedras hincadas en un castro celta y, ya en el cauce del río, la bella arquitectura en piedra del Puente Resbala. Hinojosa de Duero, donde comienza la comarca del Abadengo, conserva numerosos vestigios del poblamiento vetón, romano y medieval. La riqueza de este municipio se condensa en sus fiestas de San Juan, con el Baile de la Bandera que rememora cada 25 de junio el alzamiento del pueblo contra su señor y la liberación de las cargas feudales. Además, destacan sus quesos de oveja, los dulces tradicionales y el hornazo. Y sus vistas desde La Vela, por donde subía y bajaba las cuestas del río el contrabando, sus garitas de carabineros y las sugerentes chiviteras y cercados, el Cachón de Camaces y las aceñas, con majadas por el camino como joya etnográfica.
Como último pueblo de Las Arribes en la ribera del Duero se sitúa La Fregeneda, antaño puerta abierta al vecino Portugal a través de la aduana ferroviaria y el embarcadero fluvial de Vega de Terrón, situado a 120 m. de altitud, único puerto con salida al mar de Castilla y León. La frontera con Portugal se evitó durante el siglo transcurrido entre el año 1887 y el año 1985 por la vía férrea que une La Fregeneda y Barca d’Alva –donde río por medio, pasaba buena parte del año Guerra Junqueiro (natural de Freixo de Espada á Cinta, en Tras-os-Montes), cuidando de su viñas y rimando oraciones al trigo, a la luz, al vino, a la vida, a Dios, tiene allí el poeta portugués una vivienda donde se proponía a vivir con sus obreros, en hermandad.
Esta obra de ingeniería del siglo XIX, con sus puentes tipo Eifell y sus 20 túneles sirve de un interesante camino para contemplar exquisitas vistas, conocido ahora como 'Camino de Hierro', una reconstruida y muy visitada ruta verde. La vía está declarada Bien de Interés Cultural, que será motivo de otro viaje, enlazando con el Tren del Duero que nos conduce de Pocinho (Vila Nova de FozCôa) hasta Regua. Vega Terrón, que mira de reojo a Barca d’Alva –la envidia de este lugar de tránsito fluvial-, es un lugar donde se puede disfrutar de un suave clima, que hace florecer a los almendros casi un mes antes que los del resto de la comarca, con La Fiesta del Almendro, entre febrero y marzo como máxima expresión de canto a la naturaleza.
"Hemos hecho una excursión a los ‘arribes’ del Duero desde Fermoselle a Hinojosa, Areilza, otros dos amigos de Bilbao y yo. Es una hermosa región: todos aquellos tajos, cuchillos y fayas (despeñaderos); cortes sobre el río, casi verticales y de 500 metros. Merece la pena el viaje”. (Miguel de Unamuno, 12 de mayo de 1898).