El imaginario popular en los pueblos salmantinos, y en todos en general, se nutre de leyendas, que se pueden creer o no, pero que conforman la cultura popular de esa población. Son historias no reales, que se pierden en el túnel de los tiempos pero que, en muchas ocasiones, se dan como válidas en cuanto algunas personas aseguran haber visto, cuando no escuchado y, en la mayoría de los casos, en ese dicho tan popular de "siempre lo han dicho".
La ocupación de la península por los musulmanes y las correspondientes contiendas bélicas con los cristianos durante el periodo de la Reconquista, marcó para siempre la tradición oral de numerosos pueblos con tesos y montañas, donde las historias de cuevas mágicas, inimaginables tesoros escondidos y moras encantadas se han sucedido de generación en generación.
Es el caso de la Cueva de la Mora y sus tesoros. Son muchos los pueblos en los que es difícil que no se hable de que en su término municipal existe, o ha existido en el sentir popular, una 'Cueva de la Mora'. Concretamente, hay dos municipios, Villarino de los Aires, en La Ribera salmantina -Arribes- y Villanueva del Conde -Sierra de Francia-, donde dicen que existe una cueva, que llaman de La Mora, con la sucesión de acontecimientos muy parejos en ambos pueblos, lo que da opción a pensar que estas historias se expanden en las leyendas generales, sin tener localización propia.
Es que, no es menos cierto, y cuando no ya entra en edad y recuerda sus años de niñez en el pueblo -Villarino- y qué de cosas y cuentos nos contaron, hijos de la fantasía y de la ilusión. A decir que, cada uno, los ha escuchado a su manera de su respectivo abuelo, bisabuelo, tío o vecino. Es el caso del que afirmaban, y afirman aún las gentes de edad que viven en el pueblo, y es más, hasta confirman, que antiguamente todos los años, allá por San Juan, que en Villarino tiene su propia etnografía con las brujas y sus 'ajumerios', cuando el sol aparecía por el saliente, "salía la Mora de su cueva para tender las ropas y sus preciosos trajes, y exponer a los rayos del sol sus atractivas joyas que relumbraban con el movimiento del sol en la mañana de San Juan, tras una noche de magia y embrujos".
Cómo explicar la cueva
Los datos, curiosos y comunes en la mayoría de los casos en ambos municipios, es la longitud, sin decirla, pero si hasta donde llega. En el caso de Villarino dicen que decían que la Cueva de la Mora se comunica, mediante un subterráneo, con Fermoselle, pasando bajo el río. Mientras que en Villanueva del Conde, esta cavidad lo hace con el castillo viejo de Valero, que hay un horno con oro molido; habitaciones de la Mora o, incluso, un arroyo de aguas cristalinas.
Tanto nos gustaban a los niños de entonces, cuando no había internet ni celulares, esas historias que, incluso, muchas tardes de asueto íbamos a ver la Cueva de Mora que, en el caso de Villarino, decían que se encontraba en el Teso de San Cristóbal. Siempre un lugar mágico con su castro, peña del Pendón y santuario prerromano.
Pero vayamos a la existencia o no de la Cueva de la Mora. La verdad es que la cueva existe, sea muy larga o muy corta, no lo sabemos, porque nunca pudimos acceder. Pero ese hueco ahí está, tanto en un pueblo como en otro. En el Villarino, concretamente, pudo ser lugar para encerrar el ganado de aquellos pueblos prerromanos. Como existe algún otro refugio en el mismo teso de San Cristóbal.
En cuanto a Villanueva del Conde, dicen las reseñas antiguas que "está entre dos peñascos, donde anidan los grajos; la entrada no es fácil y está casi vedada a las personas gruesas, pues hay que entrar de lado y medio retorciéndose; una vez dentro se encuentra lo que llaman la sala y en ésta hay un agujero o especie de túnel natural de unos cuatro metros de largo, pero muy oscuro y capaz de poder entrar una persona arrastrándose".
Algunos datos de esa descripción también valen para Villarino, porque este periodista también acudió, más de una vez con los niños de antaño, a ver la Cueva de la Mora. Pero siempre se topaban con que estaba imposible de entrar, cubierta por matorrales, un desprendimiento de tierra y piedras, y solo tenía un agujero. Tanto es así que, decían, "por ese aburaco entró un perro y salió por la zona de Fermoselle sin pelo".
Nunca supimos de oro, joyas o tesoros ocultos, porque nadie decía que había logrado entrar en la cueva. No pudimos ver ni habitaciones, ni nombres escritos que decían había, ni las arcas donde están los tesoros, porque, la verdad, también nos daba un poco de miedo hurgar donde no debíamos. Además, contaban que en la noche de San Juan se veían raros fenómenos en el teso de San Cristóbal. ¿La magia de La Mora o los aquelarres de las brujas de Villarino? Ambas cuestiones están en el imaginario popular.
Es más, cuentan que una vez la Mora venía por el camino de San Cristóbal y se cruzó con una madre y su hijo que acarreaban trozos de leña para la lumbre del hogar. La Mora les dijo que esa leña se convertiría en oro, pero no tenían que mirar para atrás, que siguieran su camino. En eso que vieron cómo la leña se convirtió en oro. Pero la madre, deseosa de dar las gracias, o lo que fuere a la Mora, se volvió y, qué desgracia, el oro volvió a convertirse en leña. Es lo que dicen que decían que siempre habían dicho y así lo contamos.
Sea como fuere, estos lugares, como habían dicho siempre los pobladores, eran mágicos. Una sensación de misterio, originada por los destellos de la escasa luz que entraba por la abertura en el terreno, a través de la cual se observaba la oscuridad de dentro y se reflejaba sobre las rocas húmedas por el agua que se filtraba, envolvía a los incrédulos niños. Lo cierto, es que siempre me había dado la impresión de que cualquier cosa podía ocurrir en una cueva: encontrar un tesoro, que fuera la guarida de algún animal mitológico, que escondiera un secreto, una leyenda, alguna historia inexplicable... Las cuevas, sobre todo las misteriosas y desconocidas, siempre me habían hecho soñar.