El pasado martes, un hombre de 33 años fue detenido en Melissa, una localidad de Texas cercana a Dallas (EEUU), después de que su hija de seis meses fuera hallada sin vida dentro del coche familiar. Aún no se han publicado los detalles del suceso, pero las informaciones apuntan a que posiblemente el padre olvidó al bebé dentro del vehículo aparcado en la puerta de su casa, tal vez durante horas, y la pequeña murió por un golpe de calor.
Cada verano, los vehículos se convierten en trampas mortales para un cierto número de niños. Este mes, la Asociación Española de Pediatría (AEPED) y la Fundación Mapfre alertaban de los riesgos del golpe de calor en los niños encerrados en vehículos. Según ambas organizaciones, "un niño solo en un vehículo durante 10 minutos seguidos a una temperatura exterior cercana a los 25 grados tiene muchas posibilidades de sufrir un golpe de calor. Con una temperatura exterior de 39oC existen zonas del interior donde la temperatura puede alcanzar los 70oC". El golpe de calor se manifiesta con dolores de cabeza, mareos, taquicardias y vómitos, seguidos de convulsiones, fallo orgánico y la muerte, si no se actúa de manera rápida.
Según el documento de la AEPED y la Fundación Mapfre, en España no existe un registro de casos, pero en EEUU han fallecido al menos 623 niños desde 1998 por esta causa. Sólo en los últimos días, los medios estadounidenses han informado de la muerte de un niño de tres años en Houston y dos gemelos de la misma edad en Luisiana, además del bebé de Melissa. Y por cada niño que muere, cientos son rescatados antes del fatal desenlace: recientemente, una madre contaba en Facebook cómo llegó a tiempo de salvar a su hijo, que se había quedado encerrado en el coche mientras jugaba.
Un error común
Tal vez lo más sorprendente sea que la distracción de los niños que juegan y se quedan encerrados es sólo la segunda causa mayoritaria, con un 29%, según un estudio permanente mantenido por Jan Null, climatólogo y meteorólogo de la Universidad Estatal de San José (California); la situación más frecuente, en un 54% de los casos, es la de padres que olvidan a sus hijos en el coche. Parece casi increíble: ¿qué clase de padre es capaz de tal monstruosidad?
La respuesta es aún más sorprendente: "Cualquiera", dice a EL ESPAÑOL el neurocientífico de la Universidad del Sur de Florida David Diamond; "padres normales, atentos y que aman a sus hijos". Diamond ha dedicado su carrera al estudio de los mecanismos de la memoria, y desde 2004 mantiene una línea de investigación dedicada a comprender científicamente cómo operan los mecanismos cerebrales cuando un padre olvida a su hijo encerrado dentro del coche y se marcha a sus asuntos mientras el niño muere por un golpe de calor.
Diamond sabe por experiencia propia que no es necesario ser un monstruo para caer en este terrible error: "Incluso yo olvidé a mi nieto una vez, de un modo que se ajusta al patrón que he visto en muchos otros casos", confiesa. "Por suerte, mi mujer estaba conmigo, o el resultado podría haber sido trágico". Durante más de una década, el neurocientífico ha estudiado los perfiles de los padres implicados en estos sucesos, y su conclusión es que en la gran mayoría de los casos no hay motivos para pensar que se trataba de padres negligentes en el cuidado de sus hijos: "No hay un tipo de personalidad que permita predecir que esto pueda ocurrir".
Aunque el estrés puede contribuir, Diamond considera que no desempeña un papel decisivo: "Yo no estaba estresado cuando me ocurrió", aclara. La hipótesis del investigador es que existe un conflicto entre dos sistemas de la memoria. La memoria de hábitos, que reside en los ganglios basales del cerebro, nos permite ejecutar tareas repetitivas de forma automática sin pensar siquiera en ellas, como montar en bicicleta, atarnos los cordones de los zapatos o conducir del trabajo a casa. Por otro lado, la memoria prospectiva almacena nuestros planes futuros, como pasar por el supermercado antes de regresar a casa o dejar al niño en la guardería. Este sistema depende del hipocampo, que registra los nuevos recuerdos, y de la corteza prefrontal, encargada de la planificación.
Conflicto de memoria
Según Diamond, "es un lujo que nuestro cerebro nos proporcione un sistema de hábitos que manda cuando hacemos tareas repetitivas". El neurocientífico precisa que esta memoria de hábitos nos permite perdernos en nuestros pensamientos sin tener que estar pendientes de cada pequeño detalle de todos nuestros actos. El problema es que ambos sistemas de memoria pueden entrar en conflicto. El hipocampo nos recuerda que el niño está en el coche, y la corteza prefrontal ha planeado dejarlo en la guardería. Pero cuando ambos sistemas compiten, gana la memoria de hábitos: "El sistema de hábito es tan potente que suprime nuestro plan de interrumpir la rutina, como parar en el supermercado o dejar al niño en la guardería". Diamond ha comprobado que el cerebro llega incluso a crear un falso recuerdo de haberlo hecho.
El neurocientífico opina que estamos en riesgo sólo por el hecho de pensar que algo semejante nunca podría ocurrirnos, porque esto nos hace bajar la guardia. Diamond ha participado como testigo pericial en numerosos casos, encontrándose con padres que nunca habrían sospechado llegar a cometer un error tan fatal. "Es importante no trivializar estos olvidos", advierte. A menudo los padres son condenados pero, para Diamond, "ya han sufrido bastante sabiendo que causaron la muerte de su hijo; una sentencia de prisión no beneficia a nadie ni servirá para disuadir a otros”.
La única manera de asegurar que nunca ocurra, concluye el investigador, es poner los mecanismos adecuados de prevención. Algunas marcas de automóviles comienzan a incluir sistemas que recuerdan al conductor la necesidad de mirar en el asiento trasero antes de abandonar el coche, e incluso ya existe una app para smartphone con el mismo fin. Pero también hay otros métodos más caseros e igualmente eficaces: Diamond sugiere, por ejemplo, colocar un objeto relacionado con el niño, como una bolsa de pañales, en un lugar bien visible para el conductor. Un gesto muy simple bastaría para evitar una tragedia.