
El médico Theodor Morell fue la sombra de Adolf Hitler entre 1936 y 1945.
Así fueron los días finales de Adolf Hitler según su historial médico secreto: anfetaminas, ansiolíticos y flatulencias
Theodor Morell, médico personal del führer, le administraba más de 80 fármacos para sus dolencias, muchas de ellas atribuidas a la neurosis.
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"Vuelo desde Berchtesgaden a la Guarida del Lobo. El Paciente A padece fiebre y conjuntivitis en ambos ojos. Algún champú le entró en el ojo izquierdo. Le escuece mucho. Le di algo de solución de cocaína-adrenalina". Estas líneas pertenecen al diario de Theodor Morell, médico personal de Adolf Hitler, en el que anotó prolijamente las decenas de tratamientos para las múltiples dolencias que aseguraba padecer el führer. La desclasificación de estos papeles a partir de 1981 es el retrato más fidedigno del calamitoso estado de salud -física y mental- del hombre que decidió hasta 1945 el destino de Europa.
El Paciente A, que no era otro que el nada confidencial apodo clínico para Hitler, es la última obra del periodista Eric Frattini, en la que trata de poner orden en el caótico historial médico del líder nazi. Hay diagnósticos que concitan la unanimidad de los historiadores y expertos: sufrió problemas gastrointestinales -lo que hoy llamaríamos Síndrome de Intestino Irritable- desde pequeño, hepatitis, enfermedad de Addison que le provocó desajustes hormonales, insomnio crónico y depresión, eccema y párkinson al final de su vida. Pero otras son más dudosas. De un lado, por su hipocondria y tendencia a somatizar síntomas nerviosos. Del otro, por los múltiples rumores que esparcieron sus enemigos.
A ello contribuye la extraña relación médico-paciente que mantenían Hitler y Morell. A medida que los síntomas empeoraban, el füher exigía resultados inmediatos. "He debido aplicarle tratamientos cortos con elevadas dosis de medicamentos, que rozaban los límites de lo autorizado, lo que ha llevado a algunos de mis colegas a sospechar de mí", confesaba en sus diarios. Entre 1941 y 1945 le administró más de 80 fármacos diferentes que iban de lo más inocuo -multivitaminas, complementos minerales y probióticos- a combinaciones de drogas como metanfetamina y cocaína como euforizantes, mezclados con opiodes para aliviar su insomnio.
El propio Morell era un personaje excéntrico. Formado en el Instituto Pasteur de París, su clínica gozaba de prestigio por tratar con eficacia y discreción las enfermedades venéreas de la élite germana. Su afiliación al Partido Nazi fue mercenaria, ya que trataba sin inconvenientes a acaudalados pacientes judíos. Conoció a Hitler tras tratar de gonorrea a su fotógrafo, Heinrich Hoffmann (el führer le había concedido el puesto para tener tratos con su hija adolescente, algo que veremos más adelante). En su primera consulta, cautivó al líder nazi con su prognosis, y los probióticos que le recetó aliviaron sus síntomas gástricos y dermatológicos.
"Morell era obsesivo con los fármacos. Antes de convertirse en el médico del führer ya era famoso en Múnich por este motivo. Göring le llamaba 'Mr. Jeringa'", explica Frattini a EL ESPAÑOL. "Quizás su receta más inusual para el espasmo intestinal de Hitler fue el Neo-Ballistol. Este era altamente tóxico, se usaba para limpiar armas y había sido prohibido por la Agencia de Salud del Reich, pero Morell continuó administrándoselo a Hitler hasta bien entrado 1941, provocándole dolores de cabeza, diplopía, mareos y tinnitus. La sinusitis crónica de Hitler la trató con gotas nasales de cocaína al 10 por ciento y Ultraseptyl, una de las primeras sulfonamidas".
Hitler se aferró a Morell incluso cuando su estado de salud volvió a declinar. En realidad, las mejoras respondían a todas luces a que los cócteles de vitaminas, minerales, bacterias y hormonas compensaban los déficits causados por las enfermedades y la dieta vegetariana pero mal equilibrada con la que Hitler buscaba alivio. Estaban convencidos no obstante de haber dado con un arma secreta para dar ventaja al pueblo alemán. El médico usó sus influencias para erigir en poco tiempo un imperio farmacéutico que inundó el Reich con cientos de millones de tabletas de multivitaminas. Resultaron ser de pobrísima calidad.

Theodor Morell / Wikimedia Commons.
Más grave todavía fue la inundación con metanfetaminas a la que fue sometida la sociedad alemana a todos los niveles. Hitler condenaba las drogas en sus discursos y presumía de ser abstemio, pero como hemos visto, las tomaba como remedio diario. Hasta 1941, Pervitin, el nombre comercial de la droga, se podía adquirir sin receta. Posteriormente se reservó al ejército, destacándola como un instrumento más del éxito de la 'Guerra Relámpago' ya que había permitido a los soldados de la Wehrmacht aguantar "catorce días sin dormir". Para 1943 los efectos de la adicción en masa ya eran patentes pero Hitler, él mismo un adicto, la mantuvo.
De hecho, el propio führer llegó a confesar a Joseph Goebbels que desde el invierno de 1941 "no había vuelto a ser el mismo". Su estado de salud se deterioró rápidamente al pasar a vivir permanentemente de un búnker a otro. Los temblores sintomáticos del párkinson le dificultaban incluso firmar documentos, lo que obligaba a Morell a introducir nuevos medicamentos. Exhibía una personalidad disociativa, pasando de la cólera al abatimiento, para lo que tomaba benzodiacepinas. Para cuando tuvo que tratarle por dolorosas crisis de meteorismo -flatulencias-, hasta el propio médico apuntaba a un origen nervioso de la dolencia.
"Theodor Morell convirtió a Adolf Hitler en un absoluto yonqui dependiente de todos los brebajes que le daba", zanja Frattini. "Y esto duró hasta los últimos días de Hitler en el búnker de la Cancillería en 1945. Hay un informe del CIC (la contrainteligencia militar aliada) que se titula 'Hitler y sus médicos', y en el que aparece una lista de hasta 70 sustancias que el médico le administraba. El problema es que es difícil saber hasta qué punto las prescripciones de Morell fueron por iniciativa propia o por exigencia de Hitler. Dudo que sea por lo segundo".
Obsesiones y parafilias
La sexualidad de Adolf Hitler ha hecho correr ríos de tinta, y ya era abiertamente ridiculizada por sus detractores en su época. La realidad, más allá del escarnio, es que Morell también le trataba con testosterona y otras hormonas sexuales. En paralelo, su pareja Eva Braun lamentó explicitamente que habían dejado de intimar. El médico no registra las presuntas disfunciones o malformaciones que se le han atribuido, porque en ese aspecto Hitler no se dejaba examinar. Lo cierto es que el líder nazi achacaba su soltería al compromiso político, pero se le conocieron múltiples relaciones, todas ellas marcadas por la asimetría y la tragedia.
El psicoanálisis ha encontrado suelo fértil en la infancia de Adolf con sus padres. Se ha planteado que su madre Klara le inculcó el sometimiento ante los abusos de su padre Alois, lo que habría introducido un componente masoquista en su psique. A partir de 1937, se relaciona con mujeres de mayor edad, como la poderosa Helene Caputo Bechstein, que lo visitaba en la cárcel tras el fracaso del Putsch de Múnich para consolarlo maternalmente, "poniendo su cabeza en su regazo y acariciándole el pelo". Después pasaría a las actrices. Renate Müller, habría revelado que Hitler le pidió que "le pisara".
La realidad más inquietante es que Hitler cortejó e intimó con media docena de mujeres muy jóvenes o incluso menores de edad, de la que Braun -que conoció con 20 años cuando él pasaba de 50- fue la última. Entre ellas, Henriette Hoffmann, hija de quien sería su fotógrafo; Mitzi Reiter, de 16 años; y muy especialmente su sobrina Geli Raubal. La relación solo duró tres años: Geli se suicidaría a los 23 años tras lamentar que su tío le imponía una existencia de control absoluto, le había impedido casarse con el joven que realmente amaba y le exigía actos sexuales "repugnantes", que al parecer tenían que ver con otra parafilia, el voyeurismo.
"Realmente el «Hitler adulto» se vio afectado en su sexualidad por lo vivido por el «Hitler niño» en su hogar", explica Frattini, citando el informe redactado por el psicoanalista Walter Langer en 1943. "Muestra a un personaje que sentía absoluta adoración por una madre sobreprotectora, que lo defiende siempre de los malos tratos; con la que duerme hasta el inicio de su adolescencia; y que queda incluso muy afectado cuando es testigo de cómo su padre, estando borracho, viola a su madre".
Estas relaciones disfuncionales contrastan con otro dato: hasta 1937, a Adolf Hitler no se le conocieron relaciones con mujeres, y a partir de esa fecha, reprime con ferocidad al colectivo homosexual, obsesionado con que no se le relacione con ellos. Hay tantos testimonios apócrifos de presuntos amantes que habría tenido durante la I Guerra Mundial y durante su etapa de artista en Viena que de nuevo la rumorología interfiere con la evidencia. Pero lo cierto es que importantes jerarcas del movimiento, de Ernst Röhm a Baldur von Schirach, eran abiertamente gays. Mientras mandaban a hasta 15.000 personas a los campos por "transgresión sexual", el lema en el partido era: "Haz lo que quieras, pero que no te descubran".
"El problema de muchos de estos antecedentes es que Himmler y la Gestapo se preocuparon de hacer desaparecer convenientemente todo posible rastro de un Hitler homosexual, parafílico o sadomasoquista de cualquier archivo policial, tanto de Alemania como de Austria", concluye Frattini. "Müller fue convenientemente ‘suicidada’ arrojándola desde una ventana de una clínica donde se recuperaba de una depresión. Hitler sufría una lucha constante contra la degradación sexual cada vez que entraba en juego una relación con claros componentes afectivos".