"Va a haber una erupción. No sabemos si ahora o dentro de otros 100 años, pero se va producir". La certeza de que va a tener lugar una erupción en Tenerife no le quita el sueño al físico y vulcanólogo canario Itahiza Domínguez, que lleva ya varios años estudiando y vigilando los volcanes de las islas. Un archipiélago que tiene un corazón de magma y que espera paciente a que uno de sus volcanes despierte o a que nazca otro, como el que surgió en 2011 bajo el mar frente a las costas de la pequeña isla de El Hierro.
Sin embargo, de entre todos los volcanes de las islas hay uno que despierta especial interés, tanto entre los científicos, como entre el resto de los habitantes de las islas. El Teide. El pico más alto de España, el más alto de cualquier tierra que haya emergido del océano Atlántico y el tercer mayor volcán de la Tierra desde el lecho oceánico.
Este gigante de aproximadamente 3.715 metros de altura sobre el nivel del mar generó el pasado domingo un enjambre de seísmos imperceptible para la población, pero que fue registrado en la cara suroeste de la isla por el sistema de vigilancia del Instituto Geográfico Nacional (IGN), donde trabaja Domínguez. Esta actividad es "lo normal al tratarse de una isla volcánica", explica este investigador, y no indica un proceso eruptivo, pero también es un aviso a navegantes. Un recuerdo de que el Padre Teide, como lo conocen los isleños, sigue vivo y de que no se debe subestimar su presencia.
Un archipiélago de volcanes
La relación de Canarias con sus volcanes es tan íntima como la de los ríos con la lluvia. No se puede entender las unas sin los otros, porque las islas, en sí mismas, no son más que el resultado de un proceso volcánico. "La actividad volcánica en Tenerife comenzó hace unos 12 millones de años, cuando empezó a emerger desde el fondo oceánico", explica a EL ESPAÑOL el geólogo del IGN, Stavros Meletlidis. "Al principio fue una erupción submarina, hasta que emergió y se fue construyendo la isla poco a poco, a través de erupciones basálticas".
En este tipo de erupciones el magma sube directamente desde el manto a la superficie terrestre, de forma relativamente suave, pero con gran flujo de lava. Sin embargo, la acumulación de material en el centro de la isla llegó a formar un gran volcán algo mayor que el actual Teide. "Una vez construido ese edificio volcánico, ya se pudo dar un vulcanismo más evolucionado y se empezaron a producir erupciones fonolíticas", explica Meletlidis.
Es cómo descorchar una botella de champán que tiene mucho gas
A diferencia de las erupciones basálticas, las fonolíticas suelen ser más violentas y explosivas, y se producen porque parte del magma se queda atrapado en lo que se conocen como cámaras magmáticas. "Ahí el magma evoluciona y se va enriqueciendo en gases, hasta que llega un momento en el que la presión de la cámara aumenta demasiado, ya sea por el gas generado o por una nueva inyección de magma basáltico, y se produce la erupción fonolítica", explica el geólogo. "Es cómo descorchar una botella de champán que tiene mucho gas", añade Domínguez.
El colapso de aquel gran volcán que precedió al Teide formó lo que hoy es el Parque Nacional y una serie de erupciones posteriores terminaron por formar el pico que hoy conocemos. Una de las teorías sobre el colapso de aquel gran volcán establece que la erupción llegó a alcanzar un valor de 7 en el índice de explosividad volcánica (IEV), una escala con la que los vulcanólogos miden la magnitud de una erupción volcánica y cuyo máximo valor es 8. La escala describe este tipo de erupciones como "mega-colosales" y un ejemplo relativamente reciente fue la del Monte Tambora, en Indonesia, que fue la responsable de que 1816 sea conocido como el año sin verano.
Pero una erupción tan grande "es algo que no va a ocurrir en el Teide", aclara Domínguez. Entre los principales objetivos de la vigilancia volcánica está el intentar determinar en la medida de lo posible el tipo de erupción que se puede llegar a producir y los dos principales supuestos que se manejan para el Teide son una erupción basáltica, como la que se produjo en el volcán Teneguía (La Palma) en 1971 o una fonolítica, como la que dio lugar a Montaña Blanca, en las faldas del Teide, y que alcanzó un IVE de 4.
La mayor parte de las erupciones que se han dado a lo largo de los últimos siglos en Tenerife han sido de tipo basáltico, con un IVE de 1 y muy espaciadas en el tiempo, con un promedio de una cada 100 años. La última fue en 1909, en el volcán Chinyero, situado en la cara oeste de la isla, lo que indica que la próxima debe estar al caer. "Estadísticamente hablando lo normal es que se produjera una erupción en los próximos 100 años, pero la geología es muy caprichosa", advierte Meletlidis. "Sabemos que va a haber erupción", afirma Domínguez, "ahora bien, ¿será ahora o dentro de 100 años?¿basáltica o monolítica? No lo sabemos".
Falta de datos
Uno de los grandes problemas de la vulcanología en el Teide es la falta de datos. "El tiempo de reposo del volcán es tan largo que hay mucha más incertidumbre a la hora de poder predecir lo que va a ocurrir, dado que no tenemos información instrumental de los periodos de actividad", explica Domínguez. "Es como enfrentarse a una enfermedad que no has visto nunca", asegura este investigador, "es muy complicado llegar a hacer un diagnóstico preciso si no has tenido casos previos".
Aún así, los científicos reconocen que es posible aplicar los conocimientos que se tienen de otros volcanes del planeta, pero advierten que cada volcán tiene sus particularidades. "En el momento en el que se produzca una crisis tendremos que extrapolar todo lo que sabemos de otros volcanes, pero iremos aprendiendo sobre la marcha cómo evoluciona", asegura Domínguez.
Precisamente con el objetivo de mejorar la información que se tiene del volcán, los científicos del IGN han comenzado esta misma semana a realizar un estudio a largo plazo de todo el complejo volcánico que engloba el Teide y Pico Viejo, segundo pico más alto de la isla y que fue el responsable de la última erupción que se produjo dentro del Parque Nacional, en 1798. La idea del proyecto, bautizado como Multiteide, es la de intentar abordar las mediciones desde un punto de vista multidisciplinar, utilizando varias técnicas de medición simultáneamente y mejorar así el sistema de vigilancia.
Además de las técnicas básicas de vigilancia volcánica, que se centran en realizar medidas de sismicidad, de deformación del terreno y de emisión de gases, en este nuevo estudio también se están realizando medidas relativamente menos habituales. Entre ellas destacan las de gravimetría, que consisten en medir las variaciones en el campo gravitatorio que se pueden producir antes de una erupción o las de geomagnetismo, que miden las variaciones de la orientación del campo magnético que puede producir una intrusión de magma en la cámara magmática.
"Uno de los principales objetivos del proyecto es tratar de averiguar cuál es el estado actual del volcán y poder identificar el estado de tranquilidad", explica Domínguez. Los volcanes tienen unos estados de tranquilidad y unos denominados preeruptivos, que pueden durar años y se aceleran antes de la erupción. Sin embargo, como el Teide es un volcán que no ha tenido actividad intensa desde que hay instrumentación, no se sabe cuál es exactamente su estado actual. "Creemos que está en un estado de tranquilidad, pero no sabemos exactamente si estamos en un estado de tranquilidad total o en uno de cierta actividad", explica este investigador.
En cualquier caso, los vulcanólogos aseguran que la población debe estar tranquila, ya que en caso de una erupción, es muy probable que se tenga información suficiente como para alertar a las autoridades y que se tomen las medidas oportunas. Aunque estos científicos, siempre alerta ante las posibles señales que llegan desde el fondo de la Tierra, recuerdan que "la vulcanología es una ciencia inexacta" y que "hay tantos factores a tener en cuenta que es difícil hacer cálculos o estimaciones", asegura Meletlidis. "Podemos saber si va a pasar algo, pero no sabremos qué es lo que va a pasar, ni dónde", concluye Domínguez.