Imagina que el ayuntamiento de tu ciudad te avisa un día de que es mejor que no salgas a la calle y que pases al aire libre el menor tiempo posible. Que tus hijos no pisen el patio del colegio ya que podrían resultar perjudicados. Que cierres puertas y ventanas y te atrincheres. Imagina también que no puedes beber el agua del grifo, que sale contaminada y que dicen que puede causar cáncer. Que hay zonas donde ni siquiera llega el agua corriente. Que pese a esto tu ciudad se seca y el lago cercano tiene los días contados ya que se sobreexplota el acuífero subterráneo. Y que encima, tu ciudad se hunde entre unos pocos centímetros y hasta medio metro al año, dependiendo de la zona. Ahora, si quieres, deja de imaginar, múdate a la capital de México y vive su apocalipsis ecológico con otros 21 millones de personas.
Muertes, consultas y hospitalizaciones
En marzo del año pasado, los medios mexicanos se hicieron eco del regreso de las contingencias ambientales, una política pública que no se aplicaba desde 2005. En total fueron 10 alertas, que hacían pensar que había llegado a la Ciudad de México una plaga de langostas. Activadas cuando las concentraciones de ozono o micropartículas superan unos niveles marcados por el Gobierno federal en varios barrios, las autoridades recomiendan pasar el mínimo tiempo al aire libre, no hacer deporte, mantener cerradas puertas y ventanas... siendo los niños uno de los grupos más vulnerables, se suspende la hora del recreo y se tienen que quedar dentro de clase.
Esta mala calidad del aire tiene grandes costos para la ciudad. Según un estudio del Instituto Mexicano para la Competencia, en 2015 supuso al menos 1.800 muertes, 4.500 hospitalizaciones y 248.000 consultas médicas. Al margen de la salud de los chilangos, también afecta a su bolsillo. Otro análisis, éste de la Universidad Autónoma Metropolitana, argüía que causa una merma en la productividad de 1.147 millones de pesos, unos 55 millones de euros.
"Usamos una fórmula de la Organización Mundial de la Salud que calcula qué fracción de las muertes naturales en general y por causas respiratorias y cardiovasculares y algunos tipos de cáncer está asociada con la mala calidad del aire", explica Fátima Masse, consultora del Instituto y autora principal, ya que evidentemente cuando alguien muere no pone en su acta de defunción muerte por mala calidad del aire.
Las hospitalizaciones y consultas son los datos oficiales de la Secretaría de Salud, en los que observaban también si había más ingresos los días que se activaba la contingencia. Entre las 10 causas de muerte más comunes en el país, cinco -enfermedades del corazón, tumores malignos, neumonía y gripe, enfermedades cerebrovasculares y enfermedades pulmonares crónicas- están relacionadas con la contaminación del aire.
Una muestra de estos problemas se puede ver en Roxana Malvaez. Mujer frisando la treintena, siempre ha estado delicada del aparato respiratorio pero le encanta correr. Hace poco completó su primer maratón, algo que le parecía impensable cuando empezó a practicar el running hace cinco años y el aire de su ciudad, de la que se declara enamorada, comenzó a dañarle el cuerpo. Roxana corría por las tardes, tras el trabajo, en plena hora pico de tráfico.
"Después del deporte me dolía la cabeza, la nariz me sangraba y se me resecaba, los ojos se me ponían rojos y se me irritaban...", recuerda, "tras cuatro meses así fui al otorrino y me dijo que si seguía corriendo iba a acabar con alergias y antihistamínicos, que las micropartículas que hay en el aire rompen los vasos sanguíneos y que iba a ir a peor, llegando a la garganta... dejé de correr, pero ya me había enganchado". ¿Su solución? Cambiar sus horarios y levantarse a las 5 de la madrugada y hacer sus ocho kilómetros de trote cuando la contaminación es menor. Cuenta que uno de sus amigos, incluso más sensible que ella, ha tenido que dejar el deporte del todo.
"Aunque hemos hecho unos esfuerzos asombrosos desde que a finales de los 80 y principios de los 90 eramos la ciudad más contaminada del mundo, a base de cambiar los coches, hacer que algunos no circulen algunos días, quitar refinerías... la Ciudad de México tiene un problema muy fuerte con el aire que había desparecido de la agenda pública", concluye Masse, "nuestro estudio quería poner el tema de nuevo sobre la mesa". Lo lograron.
El agua: sin suministro e imbebible
El otro elemento fundamental para la vida diaria es el agua y tampoco está en la mejor situación en la Ciudad de México. Según datos oficiales, un 15% de la población, unos 1.250.000 millones de personas, no tiene agua al abrir el grifo. En algunas zonas llega por tanteo, es decir, que se bombea desde el sistema en determinadas horas y días y luego se cierra. En las zonas donde ni llega el suministro, llevan el líquido elemento los llamados pipas, trabajadores con un camión cisterna que llenan los tanques de las casas. En un completo reportaje sobre esta problemática en The Guardian, uno de estos piperos explica que sufría unos cinco secuestros al año por vecinos descontentos.
Casualidad o no, las zonas donde no hay agua suelen ser las más desfavorecidas, lo que hace que el gasto en agua potable de las familias pueda suponer un porcentual muy importante de sus ingresos mensuales. Es el caso de Ventura López, una mujer de Santo Tomás de Ajusco, a 3.000 metros de altura, que aunque técnicamente pertenece al término municipal de la Ciudad de México parece más un pueblo de provincias que parte de la megapolis.
Ella es ama de casa, su marido obrero y entran al mes unos 4.000 pesos, sobre 200 euros, con los que mantienen a sus cuatro hijos. Solo en agua potable se gastan más de 50 pesos a la semana, 200 al mes. Un 5% de sus ingresos. Las pipas, con las que llenan la cisterna de su casa en los seis meses de temporada seca, cuestan unos 100 pesos por 9.000 litros de agua no potable. "Yo el agua la reutilizo mucho por el problema que tenemos aquí", cuenta López, "la que me sale de lavar la ropa y los platos, la junto en un cubo y con eso la uso para el baño o lavar con eso el patio o regar las plantas... la verdad es que si sufrimos mucho por eso". Durante la época de lluvias usan un sistema de captación de agua subvencionado por distintas ONG e instalado por la empresa Isla Urbana.
Dentro del área más urbana, una de las delegaciones más afectadas es Iztapalapa, donde viven sobre 1.800.000 personas. Es la más poblada de la ciudad y de las más pobres. La falta de agua es una gran ironía si se tiene en cuenta que el valle de México tenía cinco grandes lagos -Texcoco, Xaltocan, Zumpango, Xochimilco y Chalco- que hoy básicamente, menos uno, han desaparecido. El superviviente es Xochimilco, pero los ecologistas ya advierten que de seguir creciendo la urbe, si se sigue explotando el acuífero y si no se atienden los problemas ecológicos de esta reserva natural, puede desaparecer para el año 2050.
Incluso aquellos que tienen agua en sus casas no se fían de ella ni de su potabilidad. Aunque según la Secretaría de Salud de la Ciudad de México el 95% del agua que llega a la capital es potable, casi nadie bebe directamente del grifo. Cada cierto tiempo, la Universidad Autónoma de México publica un estudio en el que anuncia que ha encontrado decenas de microbios y enfermedades varias en el suministro o que puede causar cáncer. Hay quien tiene en su casa un aparato potabilizador o, los más, que compran garrafas de agua, sobreviviendo en México el oficio de aguador, un hombre que, al grito de "¡agua!", va de casa en casa con garrafas de 20 litros, vendiéndolas a un precio sensiblemente superior al del mercado.
Un documento de 2002 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía estima que en el acuífero de la Ciudad de México existe una sobreexplotación del 35%, mientras que en los acuíferos de Texcoco y Valle de Chalco llega al 50% y al 19%, respectivamente. También contribuye el estado de la red, con unas pérdidas por el camino hasta las tomas de agua de un 40%. Es decir, para dar un litro de agua a una casa, hay que extraer 1,6 del acuífero.
"Aquí se juntan varias problemáticas técnicas, como que hay tuberías aún del Porfiriato, canales que sirven de tubería que son de ladrillo, redes con tubos de los años 40... y eso es la base de que tengamos una fuga tan colosal", explica el investigador Juan José Santibañez Santiago, jefe del área de estudios de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y experto en la materia, "luego, como la composición del suelo del valle de México es muy movediza y es una zona sísmica, los constantes movimientos fracturan la tubería de agua potable y la del drenaje y en varios sitios se han localizado vasos comunicantes entre ambas, teniendo como resultado la contaminación del líquido que llega a los domicilios".
La tierra: lento hundimiento anual
Esta composición de suelo también causa el otro gran problema del agua y su explotación: los hundimientos. "El hundimiento de la ciudad se debe a que debajo del lago había muchos ríos subterráneos que están todos interconectados", argumenta el profesor Santibañez, "y para resolver el problema de abasto de la ciudad de México se ha sobreexplotado esos acuíferos". Esto hace que vayan bajando las corrientes subterráneas y la cavidad que va quedando, debido a que son suelos arcillosos, van produciendo hundimientos en los mantos.
Esto se conoce desde 1925, cuando Roberto Gayol y Soto, un ingeniero civil miembro de la generación de los científicos y activo durante el Porfiriato, advirtió que si se extraía de manera desmedida agua de los pozos la ciudad tendría hundimientos diferenciales. Pocos años después, en el 47, Nabor Carrillo, quinto rector de la UNAM, estableció la relación teórica entre el hundimiento y la consolidación de las arcillas, inducidas por la extracción de agua. Según datos de la Secretaría de Protección Civil, el 75% de la capital del país baja de dos a 30 centímetros cada año.
"En la calzada que sale para Puebla hay que pavimentar cada poco por esto, el metro tiene que rodar a una velocidad muy lenta debido a la posibilidad de un hundimiento... a ese nivel de riesgo estamos". Amenaza también atracciones turísticas y joyas arquitectónicas, como el Centro Histórico, con la enorme catedral y enorme plaza del Zócalo, que ha bajado en los últimos años hasta 12 metros en el último siglo. "Este es un problema severísimo para la ciudad", advierte.
Otro ejemplo es el Ángel de la Independencia, símbolo de la Ciudad de México. Cuando el sempiterno presidente Porfirio Díaz lo inauguró en 1910, había que ascender nueve escalones para llegar a su base. A lo largo del siglo XX, el barrio se hundió tres metros a su alrededor y hubo que poner 14 peldaños más para cubrir esa distancia. Un problema severísimo para la ciudad y que, de momento, como el agua, el aire y los madrugones de Roxana, no tiene solución a la vista.