El único humedal español declarado Patrimonio de la Humanidad está viviendo su particular primavera silenciosa. Como en la obra cumbre de la ecología que Rachel Carson publicó en 1962, una amenaza sigilosa se cierne sobre Doñana.
El agua que alimenta la marisma donde viven decenas de especies, ajenas a lo que sucede bajo sus patas, se ha reducido en un 80%. Según datos de WWF, las más de 3.000 hectáreas de cultivos ilegales y el millar de pozos sin licencia tienen mucho que ver en este descenso hídrico.
Marten Scheffer (Ámsterdam, 1958), catedrático de la Universidad de Wageningen (Holanda), ha estudiado cómo se puede predecir el riesgo que corre un ecosistema como Doñana de sufrir un cambio abrupto y llegar a colapsar. Según el ecólogo, la situación actual es alarmante.
Sus investigaciones, que pueden aplicarse también a las consecuencias del cambio climático, le han valido el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación, compartido con el estadounidense Gene E. Likens. En un español muy aceptable –"mi mujer es chilena", aclara–, EL ESPAÑOL charla con él durante su visita a Madrid para recoger el galardón.
En sus investigaciones ha estudiado el estado del Parque Nacional de Doñana. ¿Cree que está cerca del colapso?
Doñana no está bien.
¿Va a alcanzar el humedal ese punto de inflexión del que habla en sus estudios?
No es que haya un único punto de no retorno en Doñana. Es más gradual. En estos momentos estamos viendo varios elementos de inflexión como sus lagos temporales, que son únicos. Tienen una biodiversidad muy especial, que está acostumbrada a que pierdan el agua parte del año. Pero, si este descenso hídrico es mayor de lo normal, se registran puntos críticos, porque desaparece flora y fauna. También hay grupos de organismos que pueden empezar a dominar el ecosistema, como las cianobacterias. Si hay demasiados nutrientes en el agua, se produce un punto crítico porque estas cianobacterias, que pueden ser muy tóxicas, dominarán el medio. Otro elemento de inflexión son las plantas flotantes. Si se expanden por toda el agua, no llega la luz a la parte inferior, se pierde el oxígeno y mueren los organismos.
¿Se refiere a plantas invasoras?
Entre ellas hay plantas invasoras, sí, aunque también hay nativas. Estos grupos pueden dominar el ecosistema y causar una gran pérdida de la biodiversidad. Como vemos, hay varios límites críticos que se pueden pasar. Si pierde demasiada agua, un humedal no es un humedal; es un pedazo de tierra seca.
¿Estamos cerca de que ocurra esto en Doñana?
Estamos viendo más casos en los que las cianobacterias tóxicas están dominando el medio. También hay más plantas flotantes, se están perdiendo aguas superficiales y biodiversidad. Ciertamente, la situación no va bien.
¿Por qué no se están tomando medidas para proteger al parque de todas estas amenazas?
Las autoridades sí están haciendo cosas. Hay planes diseñados y se sabe lo que hay que hacer: necesitamos tratamiento del agua y controlar su extracción. El problema es que la ejecución no está resultando. Eso está en manos de las autonomías, no es nacional, es local y ahí falta la capacidad de ejecución.
La Unesco ha instado a España a tomar medidas urgentes para no sobreexplotar el acuífero. En caso contrario, podrían declarar a Doñana Patrimonio de la Humanidad en Peligro. ¿Llegará a pasar?
Está cerca. Y España no quiere. Yo entiendo que a una parte de la población no le guste que se declare en peligro pero es una manera de presionar. Sin presión, no pasa nada. No es algo fácil de resolver. Es un desafío local, pero hablamos de un parque nacional importante para España y para el mundo. Debemos preservarlo para las generaciones que vienen.
La romería del Rocío que atraviesa el parque, los pozos ilegales para regar huertos… ¿Habría que prohibir estas actividades?
No conozco los detalles locales pero, en general, estamos compartiendo esa tierra y hay que disfrutarla también, de una manera sostenible para que nuestros niños y nuestros nietos puedan hacerlo. No sé qué presión tienen las festividades sobre el parque pero es importante disfrutar y que la gente se sienta conectada con él. Por eso no creo que la solución sea cerrarlo o prohibir actividades. En cuanto a la producción de fresas, aunque son muy baratas, tiene un coste en términos del daño que causa. Si las hacemos, que sea con producción responsable, reciclaje de agua, limpieza hídrica sin extracción ilegal… Es decir, que haya transparencia en el sistema para que sepas qué estas comprando y que hay que pagarlo. Hay que buscar la manera en que podamos disfrutar todos de la naturaleza porque incentiva a la hora de protegerla.
Usted también ha estudiado la Gran Barrera de Coral. Según una encuesta, los australianos la sienten como parte de su identidad. ¿Hacen falta más lazos de este tipo hacia los recursos naturales?
Así es. Es muy importante que la gente los sienta como parte de su mundo, que sepa que dependemos del estado del planeta, de los servicios ecosistémicos. A veces uno está en Nueva York y piensa “voy a tener mi hamburguesa aunque el océano desaparezca”, pero no es así. No vas a tener tu hamburguesa. Racionalmente sabes que existe Doñana pero, ¿sentirlo? Es difícil apreciar que en este momento están por allí los flamencos. Si los has visto, sí, pero la tendencia es mirar solo alrededor. La mayor parte del mundo está viviendo en ciudades y la naturaleza les parece un concepto muy abstracto. Por eso es muy importante tratar de rehacer esa conexión no solo racionalmente; también, emocionalmente.
Si ampliamos el foco al conjunto del mundo, ¿estamos cerca del colapso?
No hay un único punto de no retorno, hay elementos de inflexión. Podemos perder el hielo del Polo Norte, podemos perder una parte de bosque tropical… No hay que preocuparse por el planeta porque tuvo épocas peores y la vida siempre se recuperó perfectamente bien. De hecho, después de cada catástrofe natural en la que desaparecieron muchas especies, a veces muchas se recuperaron, pero tardaron un millón de años. Por eso, la cuestión no es si el planeta se puede recuperar, si no si queremos dejarlo en un estado que requiere un millón de años de recuperación para nuestros nietos y bisnietos. El cambio climático va a obligar a que reubiquemos a millones de personas y ya se están viendo los problemas que están surgiendo en algunas sociedades con este fenómeno. Esa es nuestra responsabilidad y debemos tratar de manejarla lo mejor posible.
La anunciada salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, ¿cómo va a influir en el planeta?
No soy experto en esa área pero yo creo que no va a afectar tanto porque el cambio ya ha empezado. La industria petrolera ya está perdiendo su posición. Creo que [la salida de Estados Unidos del acuerdo] es algo simbólico. La dinámica de cambio en la industria petrolera y de la energía renovable ya está en marcha.
¿A pesar de la decisión de Donald Trump?
Sí. Pero hay que tener en cuenta que el cambio climático, la presión de la inmigración o la estabilidad de los mercados financieros requieren una coordinación mundial. El hecho de que ahora tengamos a Donald Trump y al fenómeno del Brexit muestran dos vías ante las crisis: una, tratar de resolverlo mundialmente, que es difícil, y la otra, que parece más fácil, crear un paraíso en un país, cerrarlo y resolverlo. Parece más atractivo pero no va a funcionar y lo estamos viendo ahora con el Brexit y con Trump. Creo que a largo plazo van a ser experimentos efímeros.
Además de sus investigaciones sobre ecosistemas, ha planteado una idea que puede revolucionar el sistema de financiación de la ciencia actual. Propone que un gobierno reparta una suma de dinero entre sus investigadores y estos, a su vez, redistribuyan un porcentaje a otros científicos excelentes. ¿Cómo se le ocurrió la idea?
Hay una crisis internacional en la distribución de los fondos para investigación. Estamos perdiendo un montón de tiempo escribiendo proyectos [que se presentan a programas competitivos para optar a fondos] y después revisándolos. Según una estimación, solamente en hablar y pensar dónde distribuir la financiación malgastamos un cuarto de tiempo de todos los recursos de ciencia mundial. En Australia han calculado que están perdiendo tres siglos de tiempo científico. Creo que había una estimación en la Unión Europea sobre que, de los cuatro billones que iban a repartir, se perdía un billón en escribir y revisar. Es una ineficiencia enorme. Y eso por no hablar de la redacción del proyecto. Planteas que vas a inventar algo en dos años pero, ¿cómo puedes decirlo?
No se sabe...
No lo sabes. Es artificial. Quita mucho tiempo y puede que no haya relación entre el documento y la investigación final. Además, los fondos se concentran en algunas personas que saben hacerlo bien, escribirlo y presentarlo, como yo. He ganado más de diez millones de euros en proyectos científicos en los últimos años y estoy feliz, pero también veo que hay mucha gente igual de inteligente que tiene muy buenas ideas y no consigue proyectos. Para la sociedad es una concentración de fondos demasiado grande y puede ser más efectivo tener el dinero más disperso entre más científicos. Así hay más posibilidades de que surjan resultados interesantes. Por eso he propuesto que no vamos a tener proyectos, sino que vamos a dar dinero a personas que pensemos que están trabajando bien, que tienen buenas ideas. Tampoco vamos a tener comisiones. Vamos a usar la sabiduría de las masas, distribuyendo la misma cantidad a todos los investigadores y después, con un sistema de donación, que realicen una redistribución. Como no sabemos cómo va a funcionar, estamos pensando montar un estudio piloto en Holanda.
De hecho, la medida llegó al Parlamento.
Sí. Yo envié un email a varios partidos en el Parlamento holandés avisándoles de que iba a salir unos días después en la televisión nacional. Les animé a que presentaran una propuesta en la cámara. Un partido lo hizo y ganó con mayoría, así que ahora las autoridades tienen que hacer un estudio piloto. ¡A veces hay que pelear! (Y se ríe).
¿Cree que esta burocracia está frenando investigaciones que podrían haber surgido? No sabemos si Einstein habría conseguido sus descubrimientos si hubiera tenido que solicitar fondos con un proyecto.
[Piensa unos segundos]. Imaginemos que Einstein va a una institución en busca de financiación y le preguntan: "¿Qué va a hacer?", "Voy a estudiar la relatividad del tiempo y el espacio", "¿Y cómo lo va a hacer?", "Me voy a sentar y a pensarlo. Voy a hacer experimentos en mi mente".
O en el caso de Darwin: "Voy a buscar el origen de la vida", "¿Y cómo lo va a hacer?", "Voy a tomar un barco, daré la vuelta alrededor del mundo y después pensaré", "¿Y cuánto tiempo va a tardar?", "Toda mi vida más o menos". Aunque el sistema actual pretenda que se use el dinero de la manera más adecuada para la sociedad, es algo artificial. Parece racional pero no lo es.
Noticias relacionadas
- Entrega de los 'Nobel' españoles: "La ciencia planta cara a los fanatismos"
- Del cambio climático al 'cortapega' genético: estos son los 14 'Nobel españoles' en Madrid
- "Que Trump diga que no cree en el cambio climático hace mi vida mucho más fácil"
- Daron Acemoglu: "España es un país que rinde por debajo de sus posibilidades"