Éste es el motivo por el que la naranja de Valencia puede desaparecer
La cuenca del Mediterráneo es uno de los dos últimos lugares del mundo que se libra todavía de la 'Enfermedad del dragón amarillo'.
10 abril, 2019 02:51Noticias relacionadas
William Wolfskill, nacido en Kentucky en 1789, fue la viva imagen del pionero estadounidense: fue trampero, emigró a México y ahí obtuvo la nacionalidad y tierras como colono. Plantó viñedos, se convirtió en gran productor de vino, y siguió comprando terreno para expandirse a los cítricos. Produjo híbridos de naranjas dulces hasta obtener una especialmente jugosa. Con su mentalidad emprendedora, le buscó un nombre que evocase los mejores naranjales del mundo: así nació la naranja de Valencia.
Efectivamente: la variedad de naranja cultivada en todo el mundo bajo el nombre de 'Valencia' tiene su origen al otro lado del océano, en Baja California. Pero también se cultiva abundantemente en la Comunidad Valenciana, cerrando el círculo, en donde recibe la Indicación Geográfica Protegida de 'Cítricos Valencianos'. Ayuda a mantener la producción a lo largo del año, ya que su temporada viene después de la naranja de ombligo, reconocible por la mutación en su base con aspecto de este órgano.
De gran tamaño y abundantes en jugo, se benefician a día de hoy del buen ojo de Mr. Wolsfkill: han contribuido a que España, si bien es la sexta productora mundial tras gigantes como Brasil, China, India y los propios EEUU, sea junto a Sudáfrica la primera importadora mundial de cítricos frescos. En un mercado global con sed y apetito creciente por las frutas, el sector se enfrenta al reto de aumentar la producción enfrentando al mismo tiempo las plagas globales y el cambio climático.
Ahora, las tierras del sur de EEUU que presenciaron el primer brote de naranja Valencia contemplan ahora su extinción. Los productores de Florida llevan quince años luchando contra el mal conocido como 'Citrus Greening Disease' o Huanglongbing (HLB), un término que proviene del chino y significa "enfermedad del dragón amarillo". Es la responsable de reducir en un 50% la producción de cítricos de América, Asia y África, incluyendo mandarinas, pomelos, limones y limas. Provoca deformaciones en los brotes, decoloración, la muerte del fruto y, en última instancia, de hectáreas enteras de frutales. Y no tiene cura.
Cada una de las variantes responde a una cepa de bacteria Gram negativa particular: las "Candidatus Liberibacter" de tipo "asiaticus", "africanus" y "americanus". Y cumplen en su propagación un papel fundamenta dos especies de insectos de tipo psílido (parientes de los chinches): la Diaphorina citri para la variante americana y asiática, y la Trioza erytreae para la africana. La expansión favorecida por las temperaturas globales cada vez más cálidas tienen en alerta a las dos últimas regiones productoras del planeta libres de la plaga: Oceanía y la cuenca del Mediterráneo.
La Trioza erytreae fue detectada en la Península Ibérica por primera vez en 2014 y administraciones como la Junta de Andalucía tienen planes para reconocer e intervenir ante indicios de HLB. Pero esta amenaza palidece frente a una de las principales preocupaciones del campo español, la Xylella fastidiosa, también conocida como 'ébola del olivo'. Se trata de un mal muy similar, una bacteria transmitida por insectos que no tiene otra cura que el arrancar los árboles afectos, y que ha llegado a detectarse en climas menos cálidos como el de Madrid. Sin embargo, esta plaga gemela podría abrir la puerta a combatir al "dragón amarillo".
La molécula que mata dragones
Los frenéticos esfuerzos por salvar el sector del cítrico estadounidense han conducido a un avance prometedor, presentado en el Encuentro Nacional de Primavera de la American Chemical Society. En su origen, se trata de una casualidad afortunada: los investigadores de la Universidad Nazarena de Point Loma estudiaban cómo frenar la enfermedad de Pierce, la manifestación específica de la Xylella fastidiosa en la vid. Concretamente, por qué algunas plantas se veían afectadas dentro del mismo viñedo y otras no.
"Las vides se propagan por clonación. Todas las plantas de un viñedo son idénticas en su ADN, por la que la genética no podía ser la razón", explica Katherine Maloney, investigadora principal. Por lo tanto, había que enfocarse en los organismos que habitaban las plantas asintomáticas y compararlos con los de las enfermas. Un estudio genético a ése nivel determinó que había media docena de hongos capaces de inhibir el crecimiento de la bacteria.
Después, en laboratorio, se identificó un componente que compartían estos hongos y que demostraba capacidad antibacteriana: la radicinina. La molécula fue aislada a continuación y refinada. "Sabemos que la radicinina es un compuesto producido por unos hongos específicos, y ahora sabemos también cómo fabricarla en laboratorio", explican los investigadores. Las moléculas intermedias de su síntesis habrían demostrado la capacidad de frenar la propagación de ambas enfermedades bacterianas, Xylella fastidiosa y HLB.
La investigación prosigue ahora para desarrollar métodos distribuyan de forma idónea este compuesto de modo que proteja a los frutales y las vides. De tener éxito, abriría la puerta a una esperanza que el sector olivarero lleva años esperando.