Se supone que al ser humano le gusta disfrutar, por lo que es difícil comprender que nos guste ver una y otra vez auténticos dramones en el cine y la televisión. Se podría comprender la primera vez pero... ¿la repetición? ¿Somos, acaso, masoquistas?
Esto es lo que se preguntaron psicólogos de la Universidad de Oxford, que decidieron analizar si visualizar este tipo de contenido tenía algún beneficio oculto que pudiera explicar nuestra perserverancia.
El resultado fue un estudio publicado en la revista Royal Society Open Science, que concluye que, efectivamente, esta actividad es beneficiosa, especialmente en dos sentidos: ayuda a unir vínculos con las personas con las que se ve el dramón y -esto es más sorprendente- aumenta la tolerancia al dolor.
Diseño del experimento
Para llegar a esta conclusion, los autores compararon la reacción de 169 personas al ver una lacrimógena película hecha expresamente para la televisión y dos documentales, que ellos mismos califican de soporíferos.
El film escogido fue Stuart: a life backwards (David Attwood, 2007), la biografía de un alcohólico que sufrió abusos sexuales de niño, pasó por la cárcel, fue drogadicto y acabó suicidándose tirándose a las vías de un tren. "Es tan cercano a la tragedia pura como Shakespeare", explica la autora principal del trabajo, Robin Dunbar, que aclara -por si hubiera alguna duda- que los voluntarios abandonaron la sala de proyecciones a todo llorar.
Los documentales elegidos fueron dos de la BBC: uno titulado El museo de la vida, que narra los entresijos del Museo de Historia Natural de Londres y, el otro, un capítulo de la serie Paisajes misteriosos sobre la geología y la arqueología irlandesa.
Antes de este estudio, los investigadores ya habían hecho otros sobre los efectos de actividades grupales como bailar, reír o cantar y habían observado que estas experiencias placenteras implicaban la descarga de endorfinas en el cerebro lo que, a su vez, implicaba un sentimiento de empatía con los acompañantes y menos dolor físico.
Así que lo que decidieron fue comprobar si el visionado de películas tristes o documentales infumables generaban efectos similares. ¡Voilà! La respuesta fue afirmativa en los dos parámetros. Los que habían visto el dramón descargaron más endorfinas, quisieron más a sus compañeros y aguantaron más tiempo en una posición imposible, la forma que los autores escogieron para medir la resistencia al dolor.
Eso sí, los investigadores aclaran que no todos los televidentes se beneficiaron de dichos efectos. Por lo tanto, si no le gustan los dramas, no haga un esfuerzo. Puede que en su caso no sea tan positivo llorar en compañía.