Entre los cuadros El Quitasol (1777) y el grabado Si quebró el cántaro (1799) de la serie Los Caprichos hay casi 20 años de diferencia, pero detrás de ambos se encuentra el mismo gran artista: Francisco de Goya y Lucientes.
Durante el siglo XVIII fue uno de los retratistas más afamados de la corte real española, pero en 1792 fue sacudido por una rara enfermedad que, después de mantenerlo casi dos años en cama, terminó dejándolo sordo y dando un nuevo aire a parte de su arte, que se volvió mucho más oscuro, pero igualmente brillante.
En su día, el diagnóstico de los médicos de la época fue que había caído enfermo de cólicos, pero los avances de los que dispone la medicina moderna pueden decir mucho más de la patología que lo cambió. El pintor ha sido el objeto de estudio de la Conferencia Clinicopatológica Histórica, una reunión anual en la que cada año se desafía a un especialista a descubrir la enfermedad que sufrió algún personaje histórico relevante, a pesar del paso de los siglos.
El año pasado le tocó a Charles Darwin. El médico concluyó que su muerte probablemente tuvo lugar a causa de una cardiopatía complicada por la enfermedad de Chagas, una afección causada por un parásito que pudo infectarlo durante su emblemático viaje en el Beagle.
Todo parecía cuadrar, del mismo modo que lo hace el diagnóstico que este año ha obtenido de la enfermedad de Goya Ronna Hertzano, una especialista en otorrinolaringología de la Universidad de Maryland que se ha encargado de presentar sus resultados en la edición de este año de la conferencia.
Diagnosticando las enfermedades del pasado
El grueso de esta curiosa conferencia científica consiste en pasarle a un médico especialista los síntomas de un paciente histórico, pero sin decirle en ningún momento de quién se trata.
Este año la seleccionada para ello fue Hertzano, a la que se le pasaron los datos de un hombre que muchos años antes de caer enfermo ya notaba zumbidos en sus oídos y dificultad para oír. De hecho, el perfil que se puede leer en la web se llama precisamente El sordo.
Además, en las cartas a sus amigos, este misterioso personaje también había informado de que solía tener problemas para mantener el equilibrio, hasta el punto de tener miedo a subir y bajar escaleras. Finalmente, cayó enfermo y sus síntomas empeoraron, añadiéndose dolores de cabeza, visión dificultosa y alucinaciones.
En un principio estos síntomas podrían asociarse a infecciones como la sífilis o la meningitis, pero Hertzano terminó por desechar ambas opciones; puesto que, por un lado, la sífilis termina en demencia y no se reportó tal caso en el paciente misterioso y, por otro lado, en la época de la que provienen los datos aún no existían los antibióticos, por lo que hubiese sido prácticamente imposible sobrevivir a una meningitis.
La sordera podría cuadrar también con una intoxicación por plomo, como la que posiblemente mató a Beethoven. Y hubiese tenido sentido en el caso de Goya, que utilizaba este metal en sus pinturas, pero tampoco podía ser, puesto que en ese caso no se habría recuperado de la mayoría de síntomas como finalmente lo hizo.
Sin embargo, estos síntomas sí que cuadran a la perfección con el síndrome de Susac, una rara enfermedad autoinmune en la que el sistema inmunológico del paciente reconoce como extrañas y ataca a las paredes de algunos de sus vasos sanguíneos, degradando su revestimiento.
Como consecuencia, se produce una inflamación en el cerebro que puede dar lugar a alucinaciones y dolores de cabeza, a la vez que, si se daña también el suministro sanguíneo de ojos y oídos, el paciente puede terminar padeciendo ceguera o sordera, como en el caso de Goya.
Una época oscura
Poco después de salir de su enfermedad, cuando aún persistían los problemas visuales y las alucinaciones, Goya publicó una colección de 80 grabados protagonizados por imágenes de brujas, fantasmas y otras figuras de pesadilla, todas ellas con unos tintes oscuros que en un principio indicaron un cambio en el arte del pintor.
Sin embargo, después continuó con sus retratos y, de hecho, pintó algunas de sus obras más famosas, como la Maja Desnuda y la Maja vestida, finalizadas en 1800 y 1808 respectivamente.
No es la primera vez que la ciencia trata de averiguar los trastornos que pudieron cambiar la concepción del arte de grandes pintores de la historia y los resultados son claramente apasionantes. Sin embargo, nunca será posible saber al cien por cien qué pasaba por su cabeza cuando decidieron plasmar aquellas imágenes sobre el lienzo. Y eso, sin duda, los hace aún más interesantes.