Si una dama de clase acomodada del siglo XIX sufría dolores de cabeza, insomnio, calambres, pérdida de apetito, irritabilidad o simplemente mal humor, tenía muchas posibilidades de que el médico le diagnosticase histeria, enfermedad nerviosa y crónica.
La etimología nos lleva hasta la palabra griega hystéra, que significa útero y, de hecho, parece que ya Hipócrates y Platón hacen referencia a esta enfermedad propia de las mujeres. Galeno de Pérgamo, el famoso médico del siglo II cuyo nombre se usa para designar a todos sus colegas, ya decía que el problema estaba causado por la privación sexual de las mujeres más pasionales.
Aunque no se decía de forma explícita, en el fondo los doctores de la era victoriana también estaban diagnosticando una insatisfacción sexual y, claro, el mejor remedio para esta enfermedad, conocida como “útero ardiente”, era un masaje de clítoris hasta provocar el orgasmo.
Bueno, hablemos con propiedad, que estamos en época decimonónica: aquello no era un orgasmo, sino el “paroxismo histérico”. Y nadie mejor que el propio médico para llevarlo a cabo. No, no vayan a pensar mal: no tenía nada que ver con el sexo, porque no había penetración.
Hacia la segunda mitad del siglo XIX eran tantos los diagnósticos de histeria femenina entre la burguesía que parecía una epidemia, así que algunos galenos estaban hartos de dar tanto masaje pélvico.
Entre ellos estaba el inglés Joseph Mortimer Granville que, cansado de los trabajos manuales, patentó y comercializó el primer vibrador eléctrico en 1880. Funcionaba con baterías y tenía forma fálica, pero no fue el único aparato de este tipo que se inventó en la época, otros iban a gas y algunos a pedales.
"Regale vibración"
Toda esta historia la cuenta Rachel P. Maines en el libro La tecnología del orgasmo. Aunque se consideraba un instrumento médico, los anuncios de la época no tienen desperdicio: “La vibración proporciona vida, vigor, fuerza y belleza”; “El secreto de la juventud se ha descubierto en la vibración”, decían junto a lozanas mujeres que posaban sonrientes junto al aparato en cuestión.
Los vibradores, desprovistos de intencionalidad sexual, se fueron popularizando hasta que en la década de 1920 aparecieron en las primeras películas pornográficas y comenzaron a adquirir otras connotaciones.
Para entonces, la histeria femenina casi había dejado de diagnosticarse. A comienzos del siglo XX los médicos se fueron dando cuenta de que aquella amalgama de síntomas inespecíficos no se podía considerar una enfermedad.
Freud pasaba por allí
No obstante, hasta entonces todo lo que rodeó a esta supuesta patología produjo interesantes elucubraciones. Por ejemplo, Sigmund Freud no pudo abstenerse de dar su particular interpretación. Según sus teorías, la histeria femenina estaba provocada por un hecho traumático que había sido reprimido por el inconsciente y afloraba a través de los síntomas que presentaban las mujeres que la sufrían.
Es más, el origen del psicoanálisis tiene mucho que ver con esta historia, puesto que gracias a su interés por la histeria Freud comenzó a pensar en la existencia de un inconsciente.
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