La depresión se ha convertido en la gran enfermedad del siglo XXI. Un pozo de desolación que afecta cada vez a más personas (la OMS habla de entre el 8% y el 12% de la población en la actualidad) y que no sólo sume a los enfermos en una tristeza desmesurada, sino que altera el apetito y el sueño, desata sentimientos de culpabilidad e inutilidad y llega a bloquear nuestra mente y a modificar hasta la forma en la que nos expresamos. Un océano de angustia y devastación del que no es fácil salir.
Víctor Pérez-Solá conoce la enfermedad a la perfección. Este psiquiatra catalán de 58 años, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador principal del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (Cibersam), lleva años investigando este trastorno mental, tratando a pacientes y lidiando con las contradicciones y dificultades que plantean tanto su diagnóstico como su tratamiento. "A los psiquiatras nos encantaría tener algún test o radiografía para poder identificar los casos. Pero no lo hay y tenemos que utilizar criterios diagnósticos", lamenta.
Sentado frente a un café en el Palacio de Congresos de Santa Eulalià (Ibiza), donde se celebra el seminario 'Millennials y Generación Z: la depresión invisible', organizado por Lundbeck, este catalán, que ha dedicado "media vida" al desarrollo de fármacos contra la depresión, no rehúsa hablar de los conflictos de interés que se ciernen sobre industria y facultativos, sobre la estigmatización social de los enfermos y sobre las expectativas positivas y la hiperresponsabilidad, el caldo de cultivo en el que germinan buena parte de las depresiones. "La sociedad se empeña en formar a personas hiperresponsables que no van a a ser felices nunca porque nadie es feliz para siempre", sostiene.
¿Cuáles son los retos más inmediatos que tiene la psiquiatría ante la depresión?
El principal reto es la prevención. Si sabemos que el bullying, que no es una cosa nueva, influye en la salud mental de las personas y hay herramientas y capacidad para prevenirlo, ¿por qué no lo hacemos? Si sabemos que la depresión de una madre durante el embarazo implica que ese niño pueda tener depresiones con mucha más frecuencia que otro que nace de una madre que no ha tenido este trastorno mental, procuremos que todas las mujeres embarazadas tengan una buena salud mental.
El foco ahora está en la prevención y en controlar los factores de riesgo que son controlables. La genética no es controlable, pero lo que sí podemos hacer es coger a aquellos hijos de personas con trastornos mentales graves y vigilarlos. Estar atentos a cuando tienen un problema y poner herramientas para solucionarlo. Si detectamos precozmente una enfermedad mental, las repercusiones son menores y la capacidad de recuperación es muchísimo mejor.
¿Hay algún rasgo en la sociedad actual que esté provocando que haya cada vez más casos de depresión?
El hecho de que la depresión esté aumentando no puede ser genético. No tengo muy claro por qué nos deprimimos más, porque no sólo es que lo detectemos mejor, sino que cuando se hacen estudios y se comparan distintas poblaciones en distintas épocas, comprobamos que, efectivamente, ahora hay más casos.
Probablemente un factor muy importante son las expectativas que generamos sobre la gente. Vivimos en una sociedad con expectativas de mejora continua. Mi generación, por ejemplo, ha vivido con la esperanza de mejorar siempre. No hemos vivido guerras, no hemos vivido problemas de hambre. Yo fui al colegio, estudié… Y sin embargo, en los últimos años, esa progresión de vivir cada vez mejor se ha torcido. Yo, con 58 años, empiezo a preocuparme ya por la jubilación. La gente que se jubiló hace 15 años no pensaba en que esto podría ser un problema. Sin embargo, los que nos vamos a jubilar ahora ya estamos pensando en ello. Los caldos sociales que hemos generado en cuanto a las expectativas de las personas y lo mal que sabemos gestionar las emociones representan un problema que influye en la depresión. El ser humano maneja muy mal las expectativas positivas, sobre todo si conllevan humillación.
¿No ser capaces de diagnosticar una depresión en edades tempranas puede llegar a ser fatal de cara a la vida adulta?
Lo que nos pasa en la infancia y adolescencia es muy importante, pero tampoco es una sentencia. Hay chavales que viven situaciones complicadas en la niñez y luego son adultos tremendamente sanos y tremendamente adaptados. Sin embargo, cuando hay síntomas, no tratarlos implica cronicidad y, por lo que sabemos ahora, hasta toxicidad cerebral. Cuando un enfermo tiene sintomatología de ansiedad, psicosis o depresión durante meses, se dan atrofias en algunas zonas cerebrales que de otra manera no se producirían.
¿Esto quiere decir que no son recuperables? No. Sabemos, por ejemplo, que muchos de los síntomas que tienen los enfermos crónicos se pueden aplacar con determinadas estrategias. También sabemos que hay síntomas que son muy importantes pero que a veces no somos capaces de remediar. Las alucinaciones, por ejemplo. Durante años nos hemos empeñado en quitar las alucinaciones porque era el síntoma. Es como si alguien tiene una infección y te empeñas en bajar la fiebre. Hay veces en que no es la solución bajar la fiebre. Existen toda una serie de técnicas que pueden conseguir que estos enfermos que tienen alucinaciones y no han sido capaces de quitárselas convivan con ellas. El problema no son los síntomas, sino las consecuencias que tienen para las personas.
¿Se hace un uso excesivo de los fármacos para tratar la depresión? Hay algunos investigadores que apuntan que habría que reducir al mínimo el tratamiento con antidepresivos.
Lo primero que diría es que en esta cuestión confluyen muchísimos conflictos de interés. Yo me he pasado la vida desarrollando fármacos antidepresivos. Es mi trabajo. Es a lo que más horas le he dedicado y tengo conflictos de interés. Pero determinados movimientos sociales tienen más conflictos de interés que yo. A mí no me cabe duda de que los antidepresivos se están utilizando no siempre en los casos que deberían utilizarse, que muchas veces el sistema sanitario, yo el primero, cuando no tienes capacidad de ver más al enfermo y no tienes capacidad de hacer una terapia que puede no resultar eficaz, el fármaco resulta tremendamente sencillo, pero es que también hay que tener en cuenta que el fármaco antidepresivo vale tres o cuatro euros al mes. Una terapia es muchísimo más cara.
Dicho esto, es verdad que en los últimos años ha aumentado el consumo de estos fármacos. Una razón que podría explicar este aumento es que se ha hecho lo que se tenía que hacer. Es decir, se han dejado de utilizar benzodiacepinas, que tienen un alto riesgo, y se han cambiado por antidepresivos. El otro argumento que lo podría explicar es que estamos utilizándolos para tratar casos que no siempre cumplen con los criterios diagnósticos de la depresión. Los antidepresivos modernos permiten aumentar la tolerancia al estrés. Sin duda, se están utilizando más de los que debieran, y es una cosa preocupante. Sin embargo, los fármacos antidepresivos son medicamentos no psicóticos, tienen muy pocos efectos secundarios y no existe la posibilidad del suicidio con ellos.
¿La depresión es una enfermedad del primer mundo?
En el primer mundo se detecta más, se trata mucho más, pero cuando realizamos estudios epidemiológicos, nos damos cuenta de que existe en la mayoría de los países. Es verdad que hay países donde las tasas de depresión son bajísimas. Esto tiene una explicación y es que los síntomas se dan de otra manera. En determinadas culturas, los equivalentes son diferentes. Lo que sí es verdad es que todas las sociedades tienen un sufrimiento y las expectativas sociales juegan un papel muy importante.
Pero es innegable que el nivel adquisitivo de una persona puede jugar a favor o en contra de su salud.
Cuando las cosas te van mal, aumenta la ansiedad, la depresión y el alcoholismo. Y en los estratos más bajos, en las zonas más deprimidas socialmente, hay mayores tasas de estos trastornos. Probablemente, la diferencia entre Sarrià-Sant Gervasi y La Mina [dos barrios opuestos de Barcelona] sea más importante que entre Barcelona y un país tercermundista. Las expectativas de La Mina son muy diferentes a las expectativas que hay en Katmandú.
Me refería sobre todo al tratamiento. Cuando una persona que vive en La Mina tiene que afrontar un tratamiento para su depresión que requiere, por ejemplo, la visita semanal a un psicólogo.
En principio, la depresión es una prioridad del sistema sanitario. Lógicamente, si uno tiene medios y puede ir a un psiquiatra cada semana, eso la sanidad pública no te lo va a dar. Un psicólogo que te vea cada semana tampoco te lo va a dar la sanidad pública, lo cual no siempre quiere decir que sea mejor o peor. En La Mina, por ejemplo, hay unos servicios de primaria espectaculares y tienen unas ratios de personal mucho mejores que las de Sarrià-Sant Gervasi. Pero claro, en todas las enfermedades tener medios económicos es un factor de buen pronóstico. En la depresión también.
¿Qué papel están desempeñando las redes sociales en el desarrollo de la enfermedad?
A veces, cuando miramos los factores relacionados con el bienestar y la felicidad de las personas no encontramos el dinero, por ejemplo. Los factores más relacionados con la felicidad son las relaciones. Si la gente tiene una red social alrededor, es más feliz que cuando no la tiene. Y ni siquiera hace falta que sean buenas relaciones: lo importante es tenerlas. Las generaciones más jóvenes le dan a las redes sociales una connotación y una importancia que los de mi generación no entendemos. Y cuando se le otorga esa importancia, lo que pasa dentro es muy importante para ti, con lo cual, lo que ocurre en ellas puede tener connotaciones tanto para la salud como para la enfermedad.
¿Qué papel juega la hiperresponsabilidad en el desarrollo de una depresión?
Los pacientes con trastornos depresivos ven el mundo de una forma especialmente negra. Es muy frecuente que tengan idea de ruina personal: "No valgo para nada", "No soy capaz de llevar esto adelante"... Si esto se junta con el trabajo, la historia es horrorosa. Necesitan estar bien para rendir en su puesto, pero para estar bien tienen que estar mucho tiempo de baja, y cuando vuelven a trabajar tienen la sensación de que no son capaces de rendir como lo hacían.
¿Se cura la depresión?
Sí, se cura. Es de las enfermedades mentales que mejor pronóstico tienen. La inmensa mayoría de los pacientes se curan del todo y pueden hacer vida normal. El mensaje es positivo en ese caso.