Cuentan que cuando a Heinrich Hertz le preguntaron sobre las posibles aplicaciones de su descubrimiento, que hoy conocemos como ondas de radio, respondió: "No tiene utilidad de ninguna clase". Los científicos descubren, pero no están necesariamente obligados a adivinar las consecuencias de sus hallazgos; para sacar partido a la ciencia ya están los ingenieros y tecnólogos. Sin embargo, en ocasiones las ideas de éstos se nutren de otro estante de la biblioteca diferente del de las revistas científicas: el de la imaginación humana volcada en forma de profecía tecnológica, o lo que solemos llamar ciencia ficción.
¿Realmente los innovadores se inspiran en la ciencia ficción? "Trabajé en startups de alta tecnología durante diez años antes de escribir mi primera novela; leía sobre todo ciencia ficción y me ayudó a nutrir mi imaginación", cuenta a EL ESPAÑOL el estadounidense A. G. Riddle, tecnólogo antes de convertirse en uno de los autores de ciencia ficción más pujantes del momento. Su trilogía The Origin Mystery ha vendido más de un millón de copias y actualmente se está llevando al cine, lo mismo que su novela más reciente, Departure.
El caso de Riddle no es único; probablemente está en la mente de todos el de Julio Verne, a menudo considerado un profeta de la ciencia y la tecnología. Como se encargó de recordarnos la exposición celebrada este año en Madrid, el Nautilus de 20.000 leguas de viaje submarino sirvió de inspiración a Isaac Peral para crear su prototipo; hasta tal punto que el entonces presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, tachó al ingeniero de "Quijote" que había "perdido el seso leyendo la novela de Julio Verne".
¿Qué ingeniero o tecnólogo no se ha sentido motivado por las historias de grandes clásicos como Verne, H. G. Wells, Ray Bradbury o Arthur C. Clarke, o por las grandes películas y series del género? "Conozco gente que trabaja en robótica que se inspiró leyendo ciencia ficción, y hay gente trabajando en la NASA que se ha inspirado leyendo a Clarke", apunta a este diario Andy Sawyer, editor, crítico y administrador de la colección de la Fundación de Ciencia Ficción en la biblioteca de la Universidad de Liverpool, la mayor fuente de recursos del género en Reino Unido.
Inventos de papel
Juan Miguel Aguilera, uno de los autores más importantes del panorama español de la ciencia ficción, señala a EL ESPAÑOL que la compañía Apple reconoció haberse inspirado en las tabletas de la película 2001: Una odisea del espacio para la creación de su iPad, y que incluso el diseño de los electrodomésticos y automóviles de los años 50 y 60 del siglo pasado debe su estilo a los cómics de Flash Gordon. Los viajes espaciales y los cohetes en las novelas de Wells, el GPS en los relatos de Clarke o la robótica y la inteligencia artificial en Asimov son ejemplos de avances que aparecieron imaginados en las páginas de la literatura antes de nacer en el mundo real, enumera Paul Levy, escritor e investigador de gestión de la innovación en la Universidad de Brighton (Reino Unido). "La mayoría de las grandes innovaciones fueron avanzadas antes por la ciencia ficción", resume Levy a este diario.
Uno de los ejemplos más citados es el teléfono móvil, cuyos antecedentes se remontan al comunicador de Star Trek, incluso en el diseño de los terminales plegables que comenzó a popularizar Motorola. "Lo vieron en la serie y pensaron que era cool", dice Sawyer; "aunque los teléfonos moviles en la ciencia ficción aparecieron antes, al menos en los años 50, en los personajes de las novelas para niños de Robert A. Heinlein", precisa.
Y cómo no, ahí tenemos internet: Levy apunta que su precursor en la ficción fue La máquina se detiene (1909), el único relato de ciencia ficción que escribió el británico E. M. Forster, autor de Pasaje a la India y Una habitación con vistas. Aguilera añade otra anticipación de la red en el cuento Un lógico llamado Joe (1946), de Murray Leinster, mientras Sawyer señala que Neuromante (1984), de William Gibson, fue una guía para la creación del ciberespacio tal como hoy lo conocemos; "mucha gente que trabaja en tecnologías de internet y comunicaciones lo leyó en los 80 y pensó: ¡ESO es lo que queremos!", dice.
La influencia de la ficción en la innovación no se restringe a la electrónica. La clonación de organismos, la ingeniería genética, la creación de tejidos y órganos o la nanotecnología también saltaron de las páginas y de la pantalla a la realidad. Uno de los ejemplos actuales más curiosos tiene su origen en la novela de Harry Harrison ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (1966), que presentaba una Tierra superpoblada cuyos habitantes se alimentaban con un producto compuesto por soja y lentejas llamado Soylent (SOY + LENTtils, o soja y lentejas).
Basándose en la idea, una compañía de Los Ángeles ha lanzado un Soylent real, un preparado líquido completo, saludable y barato que se presenta como alternativa sana a la llamada comida basura. Claro que en la versión cinematográfica de la novela, Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), dirigida en 1973 por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston y Edward G. Robinson, el Soylent estaba en realidad fabricado con... restos humanos.
Inspiración mutua
Pero pese a todo lo anterior, los expertos advierten de que no siempre la realidad imita a la ciencia ficción, sino que la relación entre ambas es ambivalente. Para Sawyer, "a menudo algo se da a conocer a través de la ciencia ficción, pero sus raíces están en la ciencia y tecnología reales, sólo que el escritor conoce mejor lo que se está haciendo que el público en general". Por ejemplo y regresando al caso de Verne y sus 20.000 leguas, el escritor, editor y profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya Miquel Barceló recuerda que el autor francés se basó a su vez en un submarino creado por el estadounidense Robert Fulton, quien en 1805 presentó su invento a Napoleón Bonaparte. "Para más inri, ese submarino real llevaba el nombre de Nautilus", cuenta Barceló a EL ESPAÑOL.
Gracias a esa relación mutua entre la ciencia y la ficción, hoy estamos en el camino hacia las cámaras tan finas como una tarjeta de crédito, los motores moleculares, tatuajes adhesivos que vigilan nuestra salud 24 horas al día, miembros biónicos que se controlan con la mente o sistemas que permiten a los ciegos ver mediante sonidos. La realidad virtual ya es realidad real. Imprimimos en 3D. Los coches que se conducen solos ya están rodando por las calles. Existen prototipos que acercan a la realidad el tricorder de Star Trek, un escáner portátil para detectar enfermedades a distancia. Pronto saldrán al mercado dos modelos de jetpacks, esos motores que se fijan a la espalda para volar como Iron Man. "No nos damos cuenta, pero ya vivimos en el futuro que imaginamos, aunque no llevemos trajes plateados ni tengamos coches voladores", dice Aguilera.
Los coches voladores son precisamente una de las eternas promesas que nunca se cumplen. Aunque varias empresas trabajan en ello, el transporte aéreo personal se enfrenta a serios problemas de regulación, además de los puramente tecnológicos. Pero tal vez sean otras las innovaciones que transformarán nuestras vidas en los próximos años o décadas. Los expertos consultados por este diario destacan las energías renovables y baratas, los robots de ayuda personal, la conexión cerebro-máquina o incluso la clonación humana. Y no podía faltar la inteligencia artificial aplicada a lo cotidiano: "Aprenderá nuestros hábitos, se anticipará a nuestras necesidades, automatizará nuestros hogares y conducirá nuestros coches", vaticina Riddle. "Guiará nuestra vida diaria", resume el autor.
Precisamente esta especie de outsourcing de nuestra inteligencia abre uno de los caminos más intrigantes sobre lo nuevo que ha de venir. Más allá de los avances en el hardware, el manejo de los datos mediante algoritmos más avanzados es una de las áreas que revolucionarán la sociedad. El consultor de marketing Emil Kotomin dibuja un futuro en el que Floyd, nombre con el que bautiza a un hipotético robot personal inteligente, gobernará por entero nuestras vidas. Hasta tal punto que la publicidad ya no irá dirigida hacia nosotros, sino hacia Floyd, dado que él tomará las decisiones sobre qué consumimos, una vez que conozca nuestros gustos. Será, augura Kotomin, la nueva era del "marketing de máquina a máquina".
"La creación de una máquina pensadora a la que podamos derivar las tareas más mundanas lleva progresando desde mediados del siglo XIX", expone Kotomin a EL ESPAÑOL. "Y el big data es el combustible", añade. El consultor predice que en años venideros el control recaerá en el software en la nube: "los frigoríficos inteligentes buscarán ofertas y concertarán las entregas, con poca o nula intervención humana en ambos lados". El problema, agrega Kotomin, es que esto no necesariamente hará nuestras vidas más plenas. Lo condensa en un ejemplo anecdótico: "Si todo deja de funcionar, ni siquiera tendremos velas para alumbrarnos, ya que basándose en mi historial de compras, Floyd no las habrá comprado", escribe.
Sueños y temores
Con todo, los expertos advierten de que la imagen popular de la ciencia ficción como pronóstico tecnológico es una deformación; "en realidad esto lo hace bastante mal", opina Sawyer. Como ejemplo, cita precisamente nuestro aparato de cabecera: "La manera en la que hoy usamos los teléfonos móviles, que son mucho más que dispositivos de comunicación, es algo nuevo que no está en la ficción". Y es que, como subraya Barceló, lo importante de la ciencia ficción no son los gadgets "sino cómo los humanos los usamos y reaccionamos ante ellos". "Somos los seres humanos los que damos sentido a la tecnología", sentencia.
En resumen, lo que los expertos destacan de la ciencia ficción no es su capacidad de imaginar nuevas tecnologías, sino de explorar el cambio social que propiciarán, tal como ya lo han hecho internet, las redes sociales y las comunicaciones móviles. El problema es que no siempre el resultado de ese análisis es muy halagüeño. Desde Nosotros a Un mundo feliz o 1984, los maestros del género nos han alertado de los riesgos que nos esperan en el camino. La ciencia ficción trata, según Sawyer, sobre cómo pensamos y soñamos el futuro, pero para Aguilera esto incluye también "extrapolar los problemas del presente". Y en un mundo siempre convulso, esos problemas pueden ahogar todo atisbo de esperanza, como cualquier repaso a la ciencia ficción se encargará de recordarnos.
Tal vez en exceso: en 2011, el escritor Neal Stephenson creó el Proyecto Hieroglyph, una llamada a los autores de ciencia ficción para que abandonen el pesimismo de la distopía y traten de recuperar el espíritu que ha servido de inspiración al progreso, el que Verne cultivó con el entusiasmo de la fe en el porvenir y en el empuje del ser humano. "Tenemos que mirar más allá del mundo en el que vivimos para imaginar el mundo que podría ser, y eso es exactamente lo que hace la ciencia ficción", dice Riddle.
Para Barceló, este género que mueve legiones puede enseñarnos que "hay otras maneras de vivir, de organizar la política, de relacionarnos unos con otros". Al fin y al cabo, si algo sabemos con seguridad sobre el mañana es que llegará. Y en palabras de Barceló, "la ciencia ficción es un maravilloso aprendizaje para vivir en el futuro".
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