Lejos, muy lejos quedan aquellos días de alegría y buen vivir. Iñaki Urdangarin cumple este martes 49 años y ya sólo le queda el recuerdo de los días en los que su cumpleaños era una fiesta. Con la sentencia del Caso Nóos pendiente de ser emitida, la vida del ex duque de Palma en nada se parece a la de antaño. El tribunal que debe decidir su ingreso en prisión, tiene hasta marzo como plazo. Podría ser el último cumpleaños de Urdangarin en libertad, pero es algo que nadie puede asegurar. Hace un año se decía lo mismo, que era su última celebración fuera de la cárcel y ha pasado el tiempo y el marido de la infanta Cristina (51) sigue con su vida cotidiana, normal y tranquila, en la selecta Ginebra.
Nada que ver, cierto, con los lujos que se permitía cuando la familia vivía en Barcelona. Hace nueve años, cuando Urdangarin cumplió 40, su mujer le preparó una fiesta sorpresa que resultó clave para el desarrollo de su posterior vida. Una celebración que llenó de caras conocidas aquel mal llamado palacete de Pedralbes y de historias los periódicos.
Allí estaba el entonces príncipe con su mujer, doña Letizia. Allí estaba su socio, Diego Torres. Y sus amigos, y sus familiares, incluso invitaron al propietario de la sala Luz de Gas, Fede Sardá (hermano de Javier), para que pinchara la música ochentera que tanto gusta al matrimonio.
"Aquel día me dí cuenta de lo mal que se llevaba Iñaki con Letizia", cuenta un asistente a la fiesta, "y lo incómoda que estaba ella en ese ambiente". Recuerda este invitado, que por motivos evidentes prefiere guardar el anonimato, que "Letizia se sentó en un rincón, sin hablar con nadie, y tiraba de la chaqueta de su marido para que le hiciera caso y poder irse cuento antes".
No sabía entonces la actual reina que aquel día, en un aparte, Urdangarin pidió ayuda a su cuñado para hacer frente a los enromes gastos que suponía mantener la casa y el ritmo de vida de lujo que llevaban. "No habértela comprado", fue lo que le espetó el ahora rey a Iñaki, tal y como cuenta Esteban Urreiztieta con precisión en el libro Iñaki Urdangarin, un conseguidor en la corte (La Esfera).
Todo apunta, aunque nadie podrá saber nunca con certeza la verdad, que la compra de esa mansión fue el punto de partida de los desmanes financieros de Urdangarin. Una hipoteca demasiado alta para un hombre que soñaba con demostrarle al mundo y a los suyos que no era el simple consorte. "Siempre decía que no quería ser un florero como su cuñado Marichalar", cuentan a EL ESPAÑOL desde su entorno. Y parece que lo consiguió, aunque no de la manera que pensaba.
La vida cotidiana de los Urdangarin de Borbón dista mucho de la de unos royals europeos. Pasan los días en semiclandestinidad en Ginebra, la ciudad suiza a la que se fueron cuando las cosas se volvieron insostenibles en Barcelona. El mayor de sus cuatro hijos, Juan, es un joven muy sensible que pasó por un calvario en el Liceo Francés de la capital catalana, donde estudiaban todos. El entonces niño, ahora casi mayor de edad, era el blanco de las burlas y críticas de sus compañeros, quienes le acusaban de tener un padre "ladrón".
Tampoco el matrimonio vivió sus mejores momentos. La mayoría de sus conocidos les retiró la palabra y fueron muchos quienes insultaban al ex duque, incluso en la calle. Ahora, en su retiro suizo, pueden seguir una vida normal, puesto que casi nadie les reconoce.
Es la infanta quien se encarga de los ingresos económicos mientras Iñaki es el responsable de la intendencia familiar. Lleva y recoge a los niños del colegio, hace la compra e incluso cocina, algo que por lo demás, le gusta mucho.
Estas Navidades volvieron a ser ausencia en la celebración de la familia Borbón, algo que ya no sorprende a nadie. Estuvieron en Vitoria, donde vive la mayor parte de los hermanos Urdangarin, y allí pasaron las fiestas con la familia. Recibieron incluso la visita de la infanta Elena, fiel apoyo de su hermana junto con la reina Sofía.
Fueron unas semanas mejores de lo que pensaban, puesto que se esperaba que la sentencia del Caso Nóos se hiciera pública a finales de año, tal y como reconocieron a este diario fuentes judiciales el pasado verano. Pero las desavenencias entre las tres magistradas y lo farragoso del proceso han provocado que la titular del juzgado, Samantha Romero, haya pedido una prórroga hasta marzo, un plazo en el que esperan poder dictar sentencia.
Con una petición de cárcel de 19,5 años por parte del fiscal, es poco probable que Urdangarin salga libre del proceso. Se ha especulado mucho sobre la posible sentencia, e incluso se ha hablado de una pena de entre seis y siete años de prisión. Nada se sabe con seguridad, puesto que los últimos pasos se están dando con total secretismo. Las juezas temen que se pueda filtrar algún detalle que pueda entorpecer el final de uno de los juicios más mediáticos de la reciente historia de España.
Hace poco menos de un año, la infanta Cristina se sentaba en el banquillo de los acusados, convirtiéndose en el primer miembro de la familia real española acusada formalmente en un juicio. Y aunque todas las partes implicadas aseguran que como mucho saldrá del proceso con una multa como pena, el daño a la Casa Real ya está hecho. Porque sea como sea, su marido, el ex duque de Palma, tiene todas las papeletas para entrar en prisión. Y si es así, querrá que su familia, al menos su mujer, lo visiten alguna vez.
En cuanto la sentencia sea pública, y si es como parece condenatoria, lo más probable es que Urdangarin entre en prisión, por mucho que recurra el auto. "Un pie en la cárcel lo pone seguro", comenta a EL ESPAÑOL una fuente conocedora del caso, "aunque haya recurso, deberá ingresar, y después ya se verá". Lo habíamos dicho: lejos quedan los días fáciles en la familia Urdangarin de Borbón. Muy lejos.
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