Esta tarde estaba haciendo la compra, como un día más, y la dependienta Laura me ha interrogado a punta de datáfono: "Dime que Isabel Pantoja (62 años) no gana Supervivientes, dímelo, por Dios. No se lo merece. ¡Una cura de humildad es lo que se merece!". Yo, que la quiero mucho -a Laura-, le he hecho ver que no, que qué cosas tiene. Que Isabel es la típica estrella que sobrevive en el reality para darle empaque y ruido. Pero, vamos, que antes de la final esta está en Cantora. Ja, me conoceré yo el patio. Sin embargo, una vez sentado en el sofá, y viendo la gala, me ha entrado la duda. ¡Señores, no está tan claro!
"Dile a Laura que gana", me escribe un amigo conocedor de la historia, el típico que se saca el alma, las vísceras y el corazón con tal de que estos programas no caigan en el olvido. El friki de turno, el amante de la telerrealidad. El perejil de todas las salsas. A su lado, me siento extraño. Lejos, muy lejos. Y, claro, yo entro en barrena: ¿ganará Pantoja? Mejor, ¿se merece ganar Isabel? Ahí me zambullo en una nebulosa compleja. ¿Fue buena concursante Isabel? "Sí y no. Es que... a ver, sí, bah, dejémonos de leches. Fue buena... pero fue Pantoja. Simplemente, Isabel". ¡Esa es la clave, Isabel fue... ella misma! Ojo, con su valor intrínseco. No se lo quitaré yo, pero ella. En lo bueno y en lo malo.
Vayamos a lo mollar. Estaba un servidor hasta el moño, cansadísimo, masticando lo bajuno de la condición, cuando vuelve el runrún como un tsunami, arrasando, destrozando toda yerba viva. Todo hálito de vida. Pongo la televisión y, qué cosas, nada más comenzar el concurso veo que Jorge Javier Vázquez (48) conecta con la prueba física de cada jueves. Todo normal, tú, hasta que de repente aparece en Cayos Cochinos un señor barbudo al que da la bienvenida Lara Álvarez (33): "Con ustedes, Dani García, el chef con tres estrellas Michelín. Está aquí para hacer hamburguesas a los que ganen la prueba".
Algo me flashea en el entendimiento y en el alma. ¡No puede ser, no bebí más que cerveza! Bah, sí, la Gordon, pero, oye, mera ayudita al fin y al cabo. Sí, mis conexiones sinápticas habían entendido bien: a Honduras, a Supervivientes, a un concurso selvático, ¡ha acudido un chef! ¿No es raro? Sííí, ¡la primera vez en la historia del reality que un cocinero visita la isla? En ese momento, pierdo mi condición de humano: ¿qué es esto? ¿Por qué se ríen de uno? ¿No es supervivencia aquello? ¿Tanto poder tiene Isabel Pantoja? Esta última pregunta no es sensacionalismo y ganas de clicks. Me llega: "¿Qué estafa es esta? ¿Sabes lo último? Me dicen que puede que haya sido Isabel quien pusiera en una de sus cláusulas que la visitara un chef".
Yo, de natural soñador, fantasioso y amigo de la fábula, me maravilloso y suelto: "Loco, ¡qué cosas me dices! Cómo va a ser eso, hombre". Las redes, en ese punto, aúllan: "¿Qué cachondeo es este?"; "Es la primera vez en la historia que comen tanto"; "Van a venir más gordos de lo que se fueron"; "Menuda estafa, qué gran mentira"; "El concurso ha perdido su esencia con la participación de Pantoja". ¿Pantoja? Se me abren las orejas: ¿es que ella tiene algo que ver?, interpela un menda, desahuciado de toda sensibilidad. "Hombre, ¿desde cuándo va un chef? Ni que fuera un resort de lujo", se me escribe con mala baba.
A ver, sí, extraño es. De hecho, queridos lectores, es la edición en que más se está comiendo. A cada triunfo, un atracón. ¿Cuándo se ha visto eso? Nunca, nunca, nunca. La mala pata para Isabel Pantoja es que ha coincidido, cáspitas, esa suerte con su participación. Y, claro, los malpensantes y las mentes sucias activan su máquina trituradora de mentiras. "¡Malos, malos, malos son, malos son y me hieren", como cantaría, pelín trucado, la cantante Bebe. El caso es que Isabel se ha zampado la hamburguesa y que, como colofón, se ha pegado un lametazo con la lengua en la comisura de la boca. ¿Conciencia? ¿A mí me lo vas a decir? A Cristo vendiéndole clavos.
Salvado: Fabio
Expulsado que vuelve a España: Colate
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