Antonio Maura creyó que podía regenerar el país desde arriba, modernizarlo, moralizar su administración, integrar a los incipientes nacionalistas, y democratizar el régimen. Su proyecto, heredado de Germán Gamazo, precisaba de un órgano de expresión. Así nació El Español, justo en el año del Desastre, en 1898.
El último El Español del siglo XIX nació como resultado del fraccionamiento de los partidos por la personalización de la política. Gamazo tenía su propio órgano con El Eco de Castilla desde 1884 durante el tiempo que militó en las filas del liberalismo sagastino. Su disidencia en 1898 obligó al político castellano a fundar uno nuevo que representara sus intereses e ideas. El 21 de octubre, se reunió Gamazo con Maura, Navarro Rodrigo y José Sánchez Guerra, entre otros, para anunciar que iban a crear un periódico que se iba a titular El Español, dijo, “exclusivamente nuestro, para la política que nosotros creamos posible y útil al bien general”. Y señaló a Sánchez Guerra: “será dirigido por usted”. Gamazo se veía con fuerzas suficientes como para sustituir a Sagasta aprovechando el desgaste sufrido por el Desastre del 98, y dirigir un proyecto regenerador. La disidencia se hizo oficial el 31 de octubre, con la presentación de una lista con los nombres de 87 diputados, Maura entre ellos.
El 1 de diciembre de 1898 se constituyó la sociedad “El Español, S.A.”, con un capital de 500.000 pesetas. El accionista principal era Gamazo, con 130 acciones, y contaba con el apoyo del empresario vasco P. Allende. Eran todos gamacistas que habían roto la unidad del Partido Liberal dirigido por Sagasta. La prensa se hizo eco enseguida de las intenciones del grupo, y esperaban que saliera un diario duro con la política sagastina, como así fue.
El Español salió a la calle el 15 de diciembre de 1898, dirigido por Sánchez Guerra, que ya había pasado por la dirección del diario La Iberia, la histórica cabecera del Partido Progresista, y publicación quincenal liberal conservadora Revista de España. Llenó la redacción de periodistas jóvenes, como José Rocamora y Salvador Canals. Quiso que por sus páginas transitaran grandes plumas del momento, como Palacio Valdés, Eugenio Sellés, Jacinto Benavente, o Clarín, además de otros que Sánchez Guerra conocía de su paso por la Revista de España, como Galdós, Pardo Bazán, o Eusebio Blasco. Las páginas de El Español fueron una crítica constante a los liberales de Sagasta, al tiempo que se hacían eco de los discursos parlamentarios de sus diputados, y exponían sus alternativas a la política del momento. No varió en sus cuatro años de vida. Tras Sánchez Guerra, que cesó en enero de 1900, llegaron a El Español otros dos directores, Luis Soler y Casajuana, hasta entonces redactor jefe, y Salvador Canals. No hubo cambios: el diario estuvo siempre bajo la vigilancia de Gamazo, Maura y el propio Sánchez Guerra.
El periódico se apuntó al regeneracionismo: era preciso cambiar el régimen para hacerlo más representativo, moralizar la administración, sanear el presupuesto, sustituir el sistema electoral por corrupto, y desmontar los partidos tradicionales, porque todos estamos convencidos de que vivimos en un régimen de absoluta ficción; de que no hay ninguna clase de sinceridad en la representación nacional (…) y vamos a hacer algo, cada cual lo que pueda, para transformar el gobierno de esta nación en un régimen representativo de verdad (EE, 21.XII.1898).
El difícil equilibrio que manejaba El Español de Gamazo y Maura consistía en abrir el régimen a la “actuación de las masas”, a las que consideraba polarizadas y carentes de costumbres públicas liberales, manteniendo la monarquía. La clave y la esperanza estaba en un rey nuevo, un piloto instruido en el arte de la guerra (…) conocedor de nuestra literatura clásica (…) que tuviese la debida preparación de conocimientos económicos y sociológicos, para estudiar el movimiento incesante de las clases inferiores, que avanzan, que claman, que piden atención a los gobernantes (…) un monarca que se distinguiera, tanto por su virtud como por su ciencia y valor, y más por su prudencia y por su lealtad a las instituciones, que por audacias y gallardías de cualquier género, peligrosas para la patria” (EE, 11.XI.1900).
España necesitaba que el poder se ejerciera con “implacable cirugía” (EE, 22.II.1901), no como lo hacía, a su entender, el Partido Liberal. Pero en marzo de 1901, María Cristina encargó a Sagasta formar gobierno dando al traste con las posibilidades de los gamacistas, que fueron barridos de las instituciones. Además, para esas fechas Gamazo ya se encontraba en sus últimos días. Tras un accidente a caballo, sus condiciones físicas estaban muy mermadas. Recluido en Madrid, sus dos centros políticos eran ya solamente el Congreso y la redacción de El Español. Su muerte, el 22 de noviembre de 1901, no descabezó la disidencia liberal, ya que Antonio Maura se había ocupado interinamente de dirigir al grupo parlamentario, y de mantener la línea política del periódico.
El Español anunció en noviembre de 1901 que el nuevo jefe del gamacismo era Antonio Maura, y publicó la lista con la adhesión de 97 parlamentarios y ex parlamentarios, que eran “los elementos que siguieron en vida con lealtad inmaculada, la política de don Germán Gamazo” (EE, “El nuevo jefe”, 1.XII.1901). El grupo era lo suficientemente numeroso como para continuar el acercamiento al conservador Francisco Silvela, con el que coincidía en la idea de modernizar el régimen desde arriba.
Maura expuso pronto su proyecto político para España, en un mitin en enero de 1902 en Valladolid. Se consideraba gamacista, dijo, “castellano de corazón”, reivindicó su labor en los ministerios de Fomento y Hacienda, y las viejas propuestas que hizo de autonomía de las provincias de Ultramar como mecanismos que hubieran evitado la secesión y la guerra. Y anunció lo que sería su gran política, la “revolución desde arriba” como fórmula de regeneración de la monarquía constitucional de Alfonso XIII (EE, “El meeting de Valladolid”, 19.I.1902). Ese discurso transformó el gamacismo en maurismo. El Español se convirtió durante su último año de vida en el medio de difusión de su proyecto: evitar la revolución desde abajo haciendo al pueblo protagonista del cambio democrático, contemporizar con el regionalismo catalán, así como la disolución del turno y el fin del caciquismo, y su sustitución por la competición por el poder a través de la movilización popular.
Antonio Maura cerró El Español el 8 de diciembre de 1902 una vez que consiguió sus objetivos: la alianza con los conservadores, y entrar en el Gobierno. Uno de sus últimos números estaba encabezado por una carta de Maura diciendo que El Español sostuvo el aliento común en nuestras rudas adversidades con perseverancia indomable; influyó sobre la opinión pública, no en una medida proporcionada con su modesta prosperidad editorial, si no con la autoridad que correspondía a un esfuerzo honrado, alto y firme. (EE, 2.XII.1902)
El Español sirvió a Maura para dar impulso a su carrera personal y a su proyecto de “revolución desde arriba” para modernizar y moralizar el país. Lo primero fue un éxito relativo. Lo segundo no lo consiguió.