En algún lugar de Castellón de cuyo nombre no me ha informado, no ha mucho tiempo vivía un guardia de seguridad de un psiquiátrico de los que también opositan a Policía, voz risueña, barba hipster e imaginación desbordada. Podría ser el comienzo de la obra de Cervantes pero se trata de la historia de José Ramón, un joven cántabro que vive en Castellón y que dejó su trabajo como empleado de seguridad para vivir las mismas aventuras que el ingenioso hidalgo cervantino.
Lo hizo el año pasado tras darse cuenta de que lo que le gustaba no era escuchar los gritos de los pacientes. “Te puedes imaginar el ambiente que había en el psiquiátrico. Hace tres años me leí el Quijote e hice la misma ruta que el personaje pero en bicicleta y de paisano. El año pasado, trabajando, me lo volví a leer por las noches y me acordaba de la ruta, de que me lo había pasado de puta madre. Vamos, que me encantó. Y entonces me dije: ¿qué hago aquí?”, cuenta José a EL ESPAÑOL en conversación telefónica.
Su relato espídico transmite una fuerza de las que últimamente no estamos acostumbrados a escuchar. “Yo soy un tío normal, empecé de cachondeo porque ni sabía lo que era el Quijote”, cuenta con risa nerviosa. Y así es como un día este empleado de seguridad y opositor a Policía decidió dejar su trabajo fijo con un sueldo de 1.400 euros para emular a Don Quijote. Para ello necesitaba un equipamiento de caballero pero actualizado al siglo XXI. “Empecé a ver tutoriales en internet para aprender a hacer armaduras, compré alforjas por 60 euros, me hice una espada de madera…”.
“Hemos venido a jugar”
José relata su experiencia con mucha alegría, irradiando felicidad con aroma a liberación. “Cuando acabé el turno cogí una radial, que ni sabía cómo funcionaba, compré una tabla metálica y me hice la armadura. Todo a golpe de martillazos, taladros y todo a ojo. Iba todo rodado porque cuando estás motivado salen las cosas bien”. El entusiasmo que evocan sus palabras tiene su reflejo en el trabajo que le ha costado hacerse con la indumentaria quijotesca y que publica en su cuenta de Instagram llamada Tras los pasos del Quijote. Allí es donde muestra cómo ha elaborado cada prenda y cada complemento. “Era la primera vez que cosía algo en mi vida”, confiesa.
Este cántabro de 32 años tenía claro que cuando terminara de construirse su indumentaria dejaría el trabajo y se echaría a la carretera para recorrer los indómitos molinos. Planeó su viaje basándose en la ruta oficial y se dejó llevar. “Llegué a mi jefe y le dije: ‘Mira, que lo dejo, que dejo el curro porque voy a hacer esto’. No sé en qué momento me dije, lo hago. Es que es viable José”, cuenta entre risas reconociendo que es de lo más orgulloso que está en la vida.
El momento de echar a rodar
Cuando lo tenía todo preparado llegó el día de salir a la calle vestido de Don Quijote. “Estaba acojonado por ir desde mi casa a la estación por si me encontraba con alguien y se reía de mí con la armadura”, confiesa. Así es como empezó la ruta desde Almagro y recorrió 250 kilómetros en bicicleta, con las alforjas, la armadura, la espada de madera, una tienda de campaña y su cantimplora, de la que -dice- un día llegó a beber hasta “nueve litros de agua, una barbaridad”. Fue de Almagro a Ciudad Real, Calatrava la vieja, Daimiel, Puerto Lápice, Alcázar de San Juan y, finalmente, el Toboso, donde se encontró con Dulcinea. “Pero la estatua, que yo tengo mi propia Dulcinea que me aguanta”.
Nadie le ha subvencionado el viaje ni se lo han patrocinado, así como tampoco nadie le ha ayudado con las fotografías. “Me compré un trípode y un disparador automático y me tiraba más de 40 minutos para hacer una foto que quedara bien. Dormía en la tienda de campaña en pleno verano y las he pasado putas porque me quedé sin agua en medio de la nada”, reconoce.
Me ha cambiado la vida
Este moderno Don Quijote tardó cinco días hasta que se le rompió la bici y la cámara de fotos. “Acabé la aventura compuesto y sin trabajo pero me ha cambiado la vida. Ahora estoy estudiando fotografía y ni te puedes imaginar lo motivado que estoy”. Y lo está, porque su voz es el fiel reflejo de alguien que está a punto de conseguir lo que más le gusta y de hacerlo con las ganas de quien estrena lápices el primer día de colegio.
“Ahora voy a hacer una segunda salida a pesar de no saber nada del centenario de la muerte de Cervantes. Pero en cuanto acabe las clases saldré a la carretera otra vez, donde me lleve el viento y las aventuras entre molinos”.