Los archivos miran en silencio desde hace cuatrocientos años. Guardan a Cervantes, que está ahí, escondido. Casi se puede tocar. El país del olvido no hace excepciones. Los archivos también están repletos de cunetas, donde descansan los cuerpos ignorados de los que viven en el pasado. Esperan su turno para regresar al presente. Demandan atención, tiempo y paciencia. Los legajos contienen el ADN de una población que no se detiene, como una larga marcha que cruza los siglos y llega hasta nuestros días. En esa muchedumbre invisible está la última pieza del rompecabezas Cervantes, su testamento.
El testamento es una radiografía perfecta. Ahora mismo, de su vida no tenemos nada
“El testamento sería el único documento administrativo que tendríamos de su vida”, explica el historiador José Manuel Lucía Megías. “Dejaríamos de especular. Sabríamos, incluso, qué libros podría tener su biblioteca, sus deudas o los comentarios que dejaría a las personas que lega su patrimonio. El testamento es una radiografía perfecta. Ahora mismo, de su vida no tenemos nada”, cuenta Megías, comisario de la exposición Miguel de Cervantes: de la vida al mito, en la Biblioteca Nacional. El resto de documentos que existen sobre su vida los escribe él mismo, reconstruyéndose a su antojo. Ya saben, el brillo del currículo.
Miguel es carne de mito: una vida sin pruebas, libre de escollos y de inconvenientes. Una biografía en blanco para pintar al antojo un rostro inexistente. Cervantes es un hueco imperdonable en la creación de eso llamado España, que cuatro siglos más tarde sigue ciego ante la vida de un don nadie.
Culebrón político
Los especialistas echan en falta más tesis y más investigaciones sobre la figura del escritor. Reclaman falta recursos, que hasta el momento han llegado a cuentagotas y a trompicones. Recuerden el culebrón de las Trinitarias, una investigación exprés para resolver un asunto de siglos y por un puñado de votos. El resultado: Ana Botella abandonó la alcaldía de Madrid sin pagar al equipo de arqueólogos, historiadores y forenses.
Los científicos hicieron lo que pudieron, en medio del circo político, pusieron orden a los enterramientos del convento, descubrieron casi 300 niños y un legajo que confirmaba el traslado de los restos de su cuerpo (junto con otros 16) del primer enterramiento al último. Es decir, no hay cuerpo completo, sino una reducción de los restos mortales de varios individuos, mezclados entre ellos, rotos en mil pedazos. Imposible catalogar el osario sin ADN.
Puede estar traspapelado entre un legajo de contabilidad. Por eso hay que mirar hoja por hoja
El hallazgo del documento fue de Francisco Marín Perellón, funcionario en la biblioteca municipal Mario Vargas Llosa, de Madrid, que en sus ratos libres escudriñó el archivo del convento de las Trinitarias. Una maraña de papel, en la que se encuentra el testamento. “Seguro”. Perellón sigue encerrado allí, todavía tiene por delante un 40% del archivo por revisar. Son unos 30 o 40 legajos, “decenas de miles de páginas”. Cuestión de tiempo, suerte y paciencia. Ese era el trato con las religiosas: su privilegio es su carga. Debe inventariar, clasificar y catalogar la memoria del convento, mientras investiga.
“Tengo confianza en encontrar el testamento, porque cuando la comunidad recibe el cuerpo de Cervantes queda registrado con una copia de la última voluntad, que entrega la familia del fallecido”, dice el historiador a EL ESPAÑOL. Hay testimonio de la existencia del testamento, porque en la partida de defunción de la iglesia de San Sebastián consta que se le entierra en Las Trinitarias por decisión de sus “albaceas”. Los responsables de ejecutar su voluntad por escrito son su viuda y el licenciado Francisco Martínez, presbítero e hijo de su casero.
En sus manos está la exhumación de los últimos restos de Cervantes. Esta vez sin chirigota política. El traslado definitivo al edificio actual no ha ayudado al orden de los Papeles de Trinitarias. En él está la contabilidad de la comunidad, hay títulos de propiedad de casas, rentas, gastos... y el testamento de Cervantes. “Puede estar traspapelado entre un legajo de contabilidad. Por eso hay que mirar hoja por hoja. No sabemos dónde está, pero está ahí, entre el desorden”, asegura.
La caja negra
Las voluntades del finado también quedan almacenadas en los archivos de protocolos de Madrid. En los protocolos se recoge la actividad de los escribanos, los notarios de los siglos XVI, XVII y XVIII. El escribano hace una fe pública de cualquier acto, al jubilarse deben entregar sus protocolos. En el archivo histórico de protocolos de Madrid hay 50.000 protocolos. “Hay 100 escrituras por protocolo… salen millones de documentos”.
Imagina que a Cervantes le debía dinero un impresor, recordaría los reales que le debe. Puede ser un testamento muy parco o tener mucha información
Un testamento es la caja negra de la vida de cualquiera. El testimonio del viaje, en el que aparece redactado lo que se debe hacer con los bienes, los restos mortales, si tiene hijos o no, si está casado o no, las deudas. “Imagina que a Cervantes le debía dinero un impresor, recordaría los reales que le debe. Puede ser un testamento muy parco o puede tener mucha información. Puede arrojar luz sobre cosas que se desconocen o dar noticia de algún hijo ilegítimo, por ejemplo”, cuenta el bibliotecario que investiga por su cuenta, sin apoyos económicos de nadie. Por amor al pasado.
Como si no fuera poco con la paciencia, el tiempo y la suerte, el dinero. Si todo cuadra, Perellón encontrará un escrito en papel de fibras o en pliego. Estará sellado ante escribano, como se ordenó a partir de Felipe IV para pagar el impuesto pertinente. El folio suele ir encuadernado en un volumen, pero la teoría no vale. No hay garantías como para dejarse llevar. Está escrito con pluma, en tinta negra o sepia. La tinta la hacían en el bufete de los escribanos, con una parte de agua, un aglutinante como la agalla de roble y material de residuo metálico (hierro o plomo), que determina el color. Se mezcla y se deja macerar. Tinta china.
La humedad, los insectos (gusanos taladradores, gusanos que se comen la cola, ratones que hacen su nido dentro de los legajos) y la luz son enemigos difíciles. Pero nada comparado con el olvido y el menosprecio con los que se ha reconstruido el mito cervantino. “Desde el siglo XVIII lo construimos”, dice Megía. “Fue entonces cuando se puso la primera piedra de una vida que apenas conocemos. Sabemos de él lo que se conoce de una persona normal: alguien que no es noble”.
Miguel está con ellos, Cervantes fue del montón. Un clase media de pura raza. Escritor en su ratos libres, trabaja en lo que se le presenta para sobrevivir al destino. Y así. El historiador no cree que aparezca una correspondencia que nos arrojara un caudal de información. Tampoco hay terceros que hablen de su vida, porque el famoso al que atender era Quevedo. “En realidad -cuenta Megía-, el escritor con proyecto literario es el de sus últimos tres años de vida”.
Sin rostro
Así que, ¿por qué debería ser recordado alguien sin título nobiliario ni estrella? ¿Por qué ser retratado una triste figura, que sufrió la carambola de la ironía y terminó trabajando como recaudador, el oficio que puso fin a la tranquilidad de su adolescencia? “Cuando me preguntan por la veracidad del retrato siempre digo que es un retrato verdadero del mito de Cervantes, pero no del hombre. Está ahí, en la memoria de todos, y no se puede quitar, pero no es él”, añade.
El director de cine Javier Balaguer acaba de presentar el documental Cervantes, la búsqueda, sobre el trabajo en las Trinitarias. Dice que El Quijote está por encima de Cervantes, no así Shakespeare que está por encima de sus obras. Porque la vida del español es una laguna tras otra: ¿cómo va acaba al servicio del cardenal Acquaviva, en Roma?, ¿qué dinero tiene para llegar allí?, ¿cuál fue la ruta que siguió? ¿Por qué no le conceden el permiso para ir a Indias cuando vuelve del cautiverio? ¿De qué vive en Valladolid si no se le conoce oficio? ¿Cómo mantiene a su familia?, ¿vendía tantos libros como para poder hacerlo?
Ningún Cervantes, ningún Saavedra podrá acreditar que es un descendiente lejano del manco de Lepanto
De persona a personaje, del que no se ha parado de escribir, pero cuya biografía es una incógnita. Incluso sus descendientes… Sólo se le conoce una hija, pero se desconoce todo de su vida, ni dónde está enterrada ni si tuvo hijos. Ningún Cervantes, ningún Saavedra podrá acreditar que es un descendiente lejano del manco de Lepanto. Cervantes tiene dos vidas. La suya y la póstuma. Fue protagonista de la primera y personaje en la otra.
Lo normal es que sin huellas no haya opción al paraíso, pero él tuvo una segunda oportunidad gracias a Alonso Quijano, del que sabemos todo. Otra cosa es que queramos leerlo.