En el largo y duro período de vacaciones escolares que (¡por fin!) hoy se termina me di cuenta que construir un relato mítico de mi propia infancia como austera y estricta es el único recurso efectivo que tengo para detener las demandas caprichosas de mis hijas. Creo que a todos los padres de ahora nos pasa algo parecido: después de satisfacer sus caprichos, incapaces de poner límites, dejando una y otra vez a la libre elección de los niños dominar la escena familiar, recurrimos a un pasado en el que supuestamente las cosas eran diferentes para hacer sentir al niño un privilegiado, y si es posible, un privilegiado culposo. “¿Sabes todo lo que tenía que hacer yo para ganarme esos regalos?” “¡En mi casa no estaba permitido quejarse, todos teníamos que colaborar o si no, mi padre nos mandaba a…!” Es como si al haber perdido de hecho la autoridad, pretendiéramos recuperarla por derecho de herencia en una narración nostálgica más o menos verosímil.
La infancia austera como mito
¿Pero es este un recurso propio de una época rendida a la infancia como la nuestra o es un truco universal, usado por los padres de todas las épocas? ¿No hacían acaso lo mismo nuestros padres con nosotros? Hace unas semanas, incluso una autoridad en el tema, el juez de menores Calatayud, recurría seriamente a este tópico (“si no te comías la sopa, te merendabas la sopa. Y si no te merendabas, la sopa te la cenabas”). Es probable que este recurso se use desde siempre, como si una especie de ley pseudo histórica operase: toda infancia pasada fue peor y cada nueva generación de niños tiene que soportar ese sermón de sus progenitores. El padre se convierte así por un momento en un competidor virtuoso de su hijo: un viejo niño mejor, un hijo de la guerra, el hambre y un sinfín de otras calamidades pasadas.
Sin embargo, leyendo algo de historia se puede ver que incluso los que no tuvimos una infancia tan dura como fingimos frente a nuestros hijos, (aunque no lo sepamos), no mentimos del todo al usar este recurso melancólico. Porque la infancia como estadio privilegiado no existió siempre en occidente. La infancia con sus derechos propios es un invento de los últimos tres siglos; no es un estadio natural, sino histórico.
La invención de la infancia
En su libro pionero de 1960 El niño y la vida familiar en el antiguo régimen, el historiador Philippe Aries mostró que fue recién a mediados del XVIII que los adultos empezaron a considerarse a sí mismos como un tipo de criaturas esencialmente distintas a sus hijos y se descubrió el concepto mismo de infancia. Hasta entonces, en un mundo mayormente rural, el niño se pensaba solo como un adulto pequeño, con menos fuerza física, como un enano; no tenía salvoconductos especiales, trabajaba todo lo que su cuerpo le permitía, tenía casi las mismas responsabilidades y estaba expuesto a los mismos peligros que sus padres. No había lugar para caprichos o atenciones especiales. Fue el desarrollo de los grandes centros urbanos cosmopolitas y la nueva vida pública que bullía en ellos con sus peligros y complejidades propias (sobre todo el trato continuo con extraños) el que llevó a “proteger” a los niños en la vida familiar, a recluirlos en el ámbito privado.
El nacimiento de la infancia con sus derechos propios (en principio la nutrición y la educación), fue, de hecho, el acontecimiento fundamental para separar el ámbito privado (familiar, seguro) del ámbito público (extraño, impredecible) en la modernidad europea. Es posible que nuestro intento de remitir a los niños a un pasado con menos privilegios esconda siempre el recuerdo inconsciente de esa época pre-urbana en la que la infancia ni siquiera existía.
¿Un mundo de niños?
Aunque lo más curioso en la historia de la génesis de la infancia es que, en cierto sentido, nuestra época parece converger lentamente con ese pasado pre moderno. Porque si en el antiguo régimen todos eran adultos, podríamos decir que ahora ya todos somos niños. Aries cuenta cómo uno de los elementos clave en esa génesis de la niñez fue la distinción de los juegos adultos y los juegos infantiles. Todavía en el siglo XVII los adultos se divertían con los mismos muñecos, canciones y bailes que los niños. Fue en el siglo XVIII con la expansión de los juegos de azar y las tabernas urbanas que se empezó a considerar que había juegos exclusivamente adultos, inconvenientes para los niños, y juegos infantiles especialmente apropiados para ellos. Pero las fronteras se están borrando de nuevo…
Por ejemplo: hoy compartimos otra vez los juegos con los niños. Si nos resulta difícil limitar el uso del móvil y los videojuegos a nuestros hijos también es porque nosotros mismos, como niños, no somos capaces de limitárnoslo. Y sí, todos echamos de menos algo de autoridad. Y no les doy otro ejemplo porque mi hija me está exigiendo a gritos que le deje el ordenador.