Galgo corredor: así se bautiza a sí mismo Fernando Sánchez Dragó en este nuevo volumen de sus memorias publicado por Planeta donde relata sus “años guerreros”, es decir, su etapa universitaria en la facultad de Derecho y en la de Filosofía y Letras -mientras vivía todo lo rápido posible para ser escritor y burlaba a Franco por diversión, por transgresión, por su narrativa implacable que sólo sabe ir a la contra-. Madrid, 1953, descorchemos aqui: una ciudad castiza y barojiana salpicada de cines en sesión matinal, de tabernas y de prostitutas; también de estrenos teatrales y de ebullición intelectual, subversiva y cultural bajo la distraída mirada del dictador.
“Ese Madrid me resulta ahora irreconocible”, cuenta el autor al teléfono. “Este libro es un testimonio de primera mano de cómo era Madrid, de cómo era la sociedad española, de cómo era la universidad y la cultura en aquellos años. Lo cuento yo, porque los demás están casi todos muertos. Fue un periodo crucial para entender la historia de la España posterior, más allá de los análisis o investigaciones de ensayistas o profesores de universidad y sus documentaciones. Ellos no lo vivieron de primera mano. Yo sí y es un testimonio que va a misa: he procurado ser ecuánime sin renunciar a la subjetividad que conllevan unas memorias”.
Duró poco en Derecho, Fernando, porque nunca le interesaron las leyes ni las reglas, sino más bien la palabra y sus posibilidades, los relatos de las calles, el mundo golfo y bohemio que se desplegaba a sus pies. Los libros. Los exilios, los viajes. Hasta las cárceles. Su camino siempre estuvo a medias entre la biblioteca y los bares, entre los autores clásicos y el sentir de los paisanos. El burbujear de las cosas. Las grandes y las pequeñas aventuras.
Hubo un lugar donde bien podían empezar todas las novelas, y era la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Olía a bocadillos de anchoas, queso y chacinería; olía a alcohol y a revuelta, y allí se congregaban los mejores parroquianos: Claudio Rodríguez, Dámaso Alonso, José Luis Aranguren o Chicho Sánchez Ferlosio. Casi nada. “Aquello fue el esplendor de Atenas bajo Pericles. La libertad, la ilusión, la imaginación… todo lo que sucedía allí calaba en todos los órdenes de la vida pública y privada”, revela.
"Menos control que ahora"
“Cuando yo llegué, no había varones casi. Eran cuatro chicas, cuatro estudiantes, por cada varón. Y los pocos varones que había allí eran curas, que estudiaban Letras para ejercer el magisterio en centros docentes. Pero venían alumnos de todas las universidades de Madrid para revolotear allí, a la caza de las chicas de letras”, recuerda. “Era un crisol y pasan de todo. Allí se gestó la generación del 56, que dio tantos frutos al cine, a la música, a la novela, a la poesía, a la vida cultural y política. Dionisio Ridruejo, Javier Pradera, Ramón Tamames, Enrique Múgica”.
No volverán los tiempos aquellos, dice. “Ahora el mundo está sujeto a la segunda ley de la termodinámica, la entropía, y va deteriorando constantemente. Es irreversible. Aquello está tan perdido como la Atlántida”, subraya. No deja de ser curioso que aquella época tan feliz de su vida se desarrollase bajo el yugo franquista. En esa postal que describe Dragó no se nota, no acaba de notarse, que España era una dictadura, que España era el país del silencio, que España era la de las “vendas negras sobre carne abierta”, que cantó más tarde Cecilia.
“El franquismo lo notabas si te metías en política, porque había una considerable represión, pero si no te metías en política… era el mejor país del mundo, como decía Hemingway. Eso no era mérito del régimen imperante, claro, porque era algo propio del país que ya existía en la época de la República. Un lugar donde paseabas y te podías encontrar con Lola Flores, con Frank Sinatra, con Orson Welles, con Buero Vallejo o con Aldecoa”. Dice el escritor que todo era mérito del “carácter del país”, pero, eso sí, mucho cuidado con tocarle las narices a la dictadura, porque sin ir más lejos, él acabo en la cárcel.
¿Era posible, realmente, una vida plena bajo el franquismo? “Eran años felices porque no había el control de ahora, donde todo está legislado y somos espiados continuamente. Estamos más controlados, más legislados, más vigilados. Entonces había libertad en la calle y en la costumbres. Libertad de usos, no política, de acuerdo, pero en lo relativo a la literatura, por ejemplo… bah. La censura era muy relativa. Allí se crió Cela y Torrente Ballester. No pasaba nada”, chasquea.
Censura y comunismo
“Mira, yo fundé una revista humilde de poesía que tuvo una repercusión extraordinaria, y de los cuatro que éramos, me tocó a mí llevarla ante un censor porque la oficina estaba a la vuelta de donde yo vivía. Bien, miraron el primer número, me dijeron que ‘bah, que eso era poesía, que todo bien’ y dije ‘ya traeré el segundo’, y me dijeron ‘no, no, con esto ya vale’”, apunta.
Cuenta el escritor que su madre siempre decía que cualquiera reconocería a su hijo porque era ese polluelo que se metía en cualquier conversación diciendo: “¿De qué están hablando ustedes? ¡Me opongo!”. Por eso se hizo izquierdista y ateo en aquellos tiempos de la más autoritaria de las derechonas. “He sido disidente de todo y militante de mí mismo, o así me describía Umbral, con el que tuve mis más y mis menos”. Asegura que ser comunista, en el fondo, le era “impensable”.
“Leí el Manifiesto comunista porque eran 40 páginas, pero aquellos tochos impresentables… ¡no había quien se los leyese! Cuando llegué a la Facultad de letras, no existía ningún grupo político opuesto al régimen, así que lo refundamos. Con Jorge Semprún y Federico Sánchez, que lo sabía todo, que era guapo, elegante y convincente. Nos sedujo a todos. Y así acabé metido en el Partido Comunista sin ser comunista. Sí que era antifranquista, pero me hubiera dado igual un grupo anarquista que socialista”, sostiene.
“El comunismo se quitó la máscara cuando yo estaba dentro de la cárcel. Ahí se vio reproducida su férrea estructura dictatorial, pura maqueta. Allí se deshizo en el ámbito de la universidad”.
La cárcel 'mola'
Recuerda un acto institucional en el que vio a Franco desde un balconcito, cuando fundó el Congreso Universitario de Escritores Jóvenes. Hasta les dieron un despacho. ¡Falange les dio un despacho! “Yo estaba asomado a la ventana, y había macetas. Si hubiera dejado caer una a plomo, lo mismo le acierto en la cocorota y me lo cargo”, ríe. “Quizás hubiera atentado contra Franco, sí, pero ahora me alegro de no haberme visto implicado en asuntos así. Yo sólo quería aventuras, quería tener experiencias extremas, fecundas, y generar un terreno fértil, un humus que me permitiera contar historias. Quería una vita pericolosa”.
Explica que era consciente de que “estaba viviendo grandes cosas, porque la historia universal se trenza con mi historia personal, como cuando Lord Byron fue a luchar a favor de la independencia de los griegos y murió allí”. Su estancia en la cárcel de Carabanchel, dice, fue como estar en un “colegio mayor”: “Lo era, al menos para nosotros. No había problemas de violencia, no había violaciones, la comida estaba malísima, pero nos la traían nuestras familias de casa y había un economato donde podías beber cerveza, comprar tabaco, colonias, uvas, filetes…”.
No había ni el más mínimo contacto con el sexo opuesto, eso sí. “Sin más, lo del sexo lo sublimas y ya está, lo encauzas. Estuve con gente interesantísima, y no me refiero a los presos políticos, sino a los presos comunes, que eran gente del pueblo. Venían de Andalucía y Extremadura. Era aleccionador escucharles. Siempre digo que eché los dientes como narrador escuchando las historias que me contaban los presos comunes”, comenta. “Hacíamos deporte, estudiaba lenguas, nos dejaban entrar con toda clase de libros. ¡Hasta Marx se podía leer allí! Pasaba la censura del capellán. Sin embargo, me prohibió otros libros, como las obras completas de Fray Luis de León, no me lo explico. Y las obras completas de Dostoievski”.
En la cárcel se casó: se dejó liar. Hoy no entiende por qué lo hizo. No le guarda mucho cariño a aquella señorita. También revela que, durante décadas, ha tenido fantasías sexuales en las que se identifica con una mujer. “Me han gustado tanto las mujeres a lo largo de mi vida que siempre me han dado envidia. Ellas se lo pasan mejor que nosotros en el sexo. El mecanismo sexual erótico femenino es más potente que el de los varones, porque no tiene límite alguno para la intensidad o la cantidad de orgasmos. Nosotros tenemos un límite parco. También he tenido algunas experiencias con travestis. Me gustan”.
Contra el sufragio universal
Dice Dragó que él es “meritócrata”, que no piensa que el sufragio tenga que ser universal. “El sufragio tiene que ganarse. Los derechos se conquistan, se adquieren a lo largo de los primeros años de la vida con la rectitud, con el camino de la cultura, con la reflexión y la ilustración. El gobierno de la sociedad, de lo que se llama política, debería estar en manos de aquellos ciudadanos que se sienten realmente ciudadanos y no súbditos, que tienen cultura suficiente para llegar a conclusiones razonables sobre la comunidad, que son filántropos”, lanza. “Esto suena escandaloso, como casi todo lo que digo, pero lo hablo y mucha gente está de acuerdo conmigo, especialmente gente muy de izquierdas”.
Aclara que si hoy tuviéramos un gobierno de derechas, también iría contra él, porque él está en contra “del desarrollo”, y eso lo defienden “derecha e izquierda”. “El desarrollo es una catástrofe de la historia de la humanidad que convierte al ser humano en un ser economista que adora al becerro de oro y cubre todo el planeta de asfalto hasta convertirlo en una bola de billar”, replica. “Visto lo que está pasando… creo que si nosotros, los de entonces, los sublevados contra Franco, hubiéramos sabido que la democracia era esto, ¡este asco!, no nos habríamos rebelado contra él. Yo, al menos, no”.